CENTRE DEL CARME. Museu, 2
Del tipo de artista que no haría una obra criticando el uso de minas antipersona en el muro que separa el Sahara sin haber estado allí, sin haberlas tocado, sin saber cómo funcionan. Ese tipo de artista es Isidro López-Aparicio. Capaz de trasladar un tema tan complejo como el conflicto entre Israel y Palestina a un mapa, el de Europa, que nos hace imaginar como de restrictiva serían nuestras vidas si tuviéramos que lidiar en casa, cada día, con la ingente cantidad de check-points israelíes que hay dispersados por la franja de Gaza y Cisjordania. A López-Aparicio le gusta vincular la cartografía a lo social para violentar y tensionar cuestiones incómodas como la voracidad del capitalismo o el drama de los refugiados atrapados entre fronteras artificiales. Es decir, llena de factor humano esos mapas para mirar de frente a la realidad, ante todo, pero sin dejar de lado el componente estético. Con balsas rudimentarias usadas por los migrantes para cruzar mares hacia un futuro mejor, dejándolo todo atrás, hace presente un sentimiento muy difícil de materializar, la desesperación. Con una manta de la Cruz Roja y una bolsa mortuoria ha confeccionado diseños de alta costura que golpean en el estómago. Con una pirámide de naipes con la imagen de Juan Carlos y Sofía boca abajo, como nuestro inefable Felipe V en Xàtiva, hace referencia a una estructura que es a la vez monumental y simbólica, y frágil e inestable. Esta es la clase de obra que ejecuta López-Aparicio, un convencido de que “el arte se genera en el proceso” porque la creatividad lleva inevitablemente a cometer errores y sin estos, no habría arte. S.M.