Isaías es un hombre que ronda los cuarenta y es arquitecto de profesión. Unos pocos años antes, cuando era algo más joven, la suerte parecía de su parte. Entonces, disfrutaba de los premios y el reconocimiento de su gremio. Pero, como le advirtió uno de sus mentores, el éxito es algo efímero. Sin embargo, Isaías todavía no se ha dado cuenta de ello o no lo quiere reconocer. Ahora, los proyectos parece que le rehúyen y no comprende el motivo. La falta de actividad profesional lo ha ido recluyendo al cuidado de los hijos y a los asuntos de la casa, y su relación con su pareja tampoco parece que se encuentre en su mejor momento. En este contexto, Isaías conoce a Sonia, otra de las madres del colegio donde lleva a sus hijos. Y se abre la idea de una nueva relación.
Este es el argumento de Una vida no tan simple, última producción del director navarro Félix Viscarret en la que, por primera vez, aborda un guion con material propio, sin la base de la obra de otros escritores como Fernando Aramburu (Bajo las estrellas, Patria), Leonardo Padura (Vientos de la habana) o Juan José Millás (No mires a los ojos).
Una vida no tan simple se estrena este viernes 23 de junio en salas comerciales. G.LEÓN
No sé si esto te parecerá que no viene a cuento, pero quería preguntarte por el cartel de la película. Me recordaba una imagen de la reedición de Al final de la escapada, de Godard.
Ah, qué divertido. Ese que dices no es el cartel original; lo sabes, ¿no?
Sí, sí.
Pero sí, es cierto. Bueno, como has visto, la película tiene algo de fábula urbana atemporal. Una vida no tan simple retoma un tipo de comedias generacionales o comedias dramáticas que a mí me han inspirado. Entonces, sí que buscábamos un cartel que tuviera ese elemento de comedia indie y, en ese sentido, es verdad que el diseñador me dijo que aquella reedición de Al final de la escapada había jugado con esas tonalidades, pero en aquel caso con Jean Seberg y Jean Paul Belmondo en blanco y negro, a cuerpo entero… No es exactamente eso, pero sí es verdad que retoma un tipo de grafismo o de diseño gráfico más ¿clásico?, ¿atemporal? Tampoco es que esa sea la palabra, pero se refiere a un tipo de comedia dramática o comedia independiente, digamos, de largo recorrido.
La película a mí me ha sorprendido, sobre todo, en lo que se refiere a ciertos planteamientos formales. Me recuerda más al cine francés, en general, pensaba también en el cine del belga Joachim Lafosse. En ese sentido, ¿cómo te planteaste la puesta en escena?
La puesta en escena siempre tiene que atender a la llama o al diamante original de la historia. De ahí se ramifica todo. En ese sentido, todas las decisiones creativas, si son coherentes, van en esa misma dirección. Para mí, la apuesta en escena debía reflejar la esencia de la película. Primero debía tener una parte naturalista para que todos nos sintiéramos identificados con los personajes. Esa era una de las cosas que buscábamos, que todos los espectadores pudieran pensar, “esa es mi vida”, o “yo he estado ahí”, que hubiera un proceso de empatía o identificación. Pero también buscábamos una suave o delicada estilización, que todo tuviera también una especie de aura de comedia otoñal que se desarrolla en una ciudad que a veces es anónima, nocturna, casi mágica, un lugar de encuentros, de desvelos nocturnos, de llamadas. La puesta en escena tenía que unificar esas dos caras o esos dos niveles de lectura de la película.
Entre muchos otros aspectos, la película plantea una confrontación entre la búsqueda desesperada del éxito y su otra cara, el fracaso. ¿Por qué vivimos así, en esa permanente dicotomía?
Te diría que la mente humana nos ha ayudado a sobrevivir como especie durante miles de años, pero también es una herramienta que puede volverse una importante fuente de angustia, de agobio o estrés. Efectivamente, en Una vida no tan simple cuento la historia de ese momento en el que estamos en esa especie de torbellino donde tenemos la sensación de que estamos fracasando como padres, donde se nos está pasando el arroz en lo profesional, donde ya no nos va a dar tiempo a que se realicen los sueños que teníamos de juventud. Todo eso se puede hacer un batiburrillo, como es el caso del protagonista, y parecer que vamos por la vida con la lengua fuera. Pero, a mí, todo eso me permitía mostrar esa idea de que los seres humanos a veces somos un poco ridículos. Lo digo con cariño, con ternura. Y también reflexionar sobre nuestra condición humana, sobre esa especie de vanidad, de ego, ese querer vender que disfrutamos de un éxito imparable, cuando, a lo mejor, no es así. Como digo, son mecanismos de nuestra mente que me parece divertido observar cómo funcionan en épocas de transición.
El último cine español toma la figura de la familia y, generalmente, la somete a un proceso de desestructuración. Sin embargo, me da la impresión de que tu película la somete a lo contrario, casi a un proceso de reconstrucción, lo que encuentro interesante o diferente.
A mí lo que son las relaciones de paternidad o de crianza siempre me han interesado, sea en el caso de una familia, digamos, estándar, o en una reformulación. Si lo piensas, en cierto modo, mi primera película, Bajo las estrellas, tenía algo de formulación de una familia creada de forma no ortodoxa. Y aquí también hay algo de reflexión sobre todo esto. Llegado cierto momento, muchas veces miras a tu pareja y dices, ¿en qué momento decidimos tener hijos? Es como si, de repente, alguien haya cortado un trozo de tu vida y, de repente, ahí están. ¿Cuándo hemos decidido esto voluntariamente? Entonces, efectivamente, la película nos muestra a ese alguien que se cuestiona cuál es su función como padre, como profesional, como amigo. Y, como suele ser en las películas, el arco dramático va a ser ese proceso de adaptación para encontrar su verdadero lugar en la vida.
Hay una frase de la película que me parece muy significativa que dice: “todas las películas son de amor o de desamor”.
(risas)
No sé si esto es un dogma para ti, pero, después de ver la película, no sé exactamente si es de amor o de desamor…
Ah, qué bonito. No, yo creo que esta película es de amor (risas). O de desamor, tienes razón, tienes razón… Hay una cosa que me interesa mucho retratar en el cine, como narrador y como espectador, y es esa delgada línea entre la comedia y una reflexión, si quieres, más melancólica o nostálgica sobre lo que es la vida y cómo a veces se nos escapa de las manos. El tiempo se nos escapa, la vida se nos escapa. Pero, aun así, gracias a la comedia, descubrimos que la lucha por nuestra vida merece la pena. Esta película, ¿es de amor o de desamor? Creo que hay amor, aunque también hay una parte en la que también hay un poquito de pérdida. Los personajes se van a dar cuenta de que determinadas fases de la vida, determinadas épocas pasadas, ya quedan atrás. Entonces, hay una parte de nostalgia, de melancolía, de ese algo, cuando entras en una nueva fase vital, donde también dices adiós a lo anterior. Así que, sí, hay amor y hay desamor.
Mientras estaba viendo la película reflexionaba sobre esa soledad que domina la vida contemporánea. Como tus personajes, parece que estamos acompañados, pero, al mismo tiempo, estamos solos. ¿Es así?
Sí, es verdad. La película habla mucho de las neuras, obsesiones y preocupaciones del personaje de Isaías, interpretado por Miki Esparbé. Pero también habla mucho de su relación con sus hijos pequeños, de la relación con su pareja, de la relación de amistad con Nico, su socio, interpretado por Álex García, habla de una incipiente química o conexión con otra madre del mismo colegio y del mismo parque, que es el personaje de Ana Polvorosa… Con lo cual, sí, es verdad. Hay mucha parte de nuestras neuras y nuestras obsesiones, pero también hay mucho de cómo los seres humanos intentamos conectar con otros seres humanos.
¿Los hijos, al final, nos ponen en nuestro lugar en el mundo?
Totalmente. Cuando entras en una nueva fase vital, tu ego y tu vanidad se pueden resentir si ves que ya no vas a ser tan protagonista o, como dices, puedes darte cuenta de que ahora tu lugar en el mundo es ser el personaje secundario de esta película y los protagonistas ahora son esas criaturas que tú has traído al mundo y que tienen toda esa vida por delante. Y, efectivamente, si te desprendes de tu vanidad y tu ego resentido y aprendes la importancia y el valor de esa nueva fase, verás lo bonito que es ser el personaje secundario de esta película en la que esos seres tan maravillosos son los protagonistas. Hay que soltar el ego para poder verlo bien.
Ya que me hablabas del reparto, quería preguntarte cómo conseguiste esa naturalidad en la actuación, cómo fue el trabajo con los actores para conseguir ese tono.
Yo creo que trabajo mucho desde la empatía. Con el actor o actriz, trato de conectar para que los dos empaticemos como seres humanos, entendiendo los dos al mismo personaje, es decir, entendiendo entre nosotros al personaje como si fuéramos ese personaje. Ese personaje tiene que vivir en nosotros, tenemos que entenderlo y quererlo. Como yo suelo decir: si tú no quieres a tus propios personajes, ¿cómo esperas que el espectador se enamore de ellos? En el caso de Una vida no tan simple buscábamos que la comicidad estuviera muy agarradita, es decir, no buscábamos un gag, no buscábamos subrayar nada, el humor tenía que dibujar en el espectador una sonrisa, pero no porque nos riéramos del personaje, sino porque sonriéramos y sintiéramos que también hemos estado en esa situación en la vida. No es lo mismo una comedia en la que te ríes con los personajes, como mirándoles hacia abajo, que una comedia en la que te sonríes cuando dices: “es verdad, yo también he estado ahí”.
Este es tu primer guion en solitario sobre una idea tuya original. ¿Qué parte hay de ti en esta historia? ¿Qué parte es construcción?
Cuando yo escribo hay dos cosas con las que me gusta jugar. Una es crear personajes que nazcan de nuestras propias debilidades como seres humanos. Creo que fue Mies van der Rohe quien dijo: “Dios, están los detalles”. En ese sentido, ese observar nuestras preocupaciones, nuestras vanidades, si lo llevamos a un ejemplo concreto que nos ha pasado en la vida, va a tener mucha más fuerza y va a ser mucho más fácil provocar que nos identifiquemos con ese acontecimiento. ¿Si es autobiográfico o no? Bueno, cuando tu hija es más pequeña, un día la pones a hacer pis en mitad de un parque en una posición que a te resultaba dolorosa para la espalda. Es una situación incómoda, es ridícula, tu hija es tan pequeña que, sin querer, te acaba meando en el zapato. Entonces dices, qué divertido es esto si lo sabemos ver con distancia. Si esto ya me está resultando ridículo, sería muy divertido imaginar que, en esos momentos de la vida en los que creemos que nuestra imagen pública es tan importante, apareciera lo que entendemos por un rival o un competidor en lo profesional. Son esos casos en los que el ego de uno quiere aparentar estar siempre de maravilla, estar mejor que el otro. Entonces, sí, efectivamente, la película surge de algo semi-autobiográfico para reflexionar sobre nuestra condición humana. Algo que, si lo empujo un pasito más allá, surgirá una sutil comedia o situación cómica.
Para terminar, quería decirte que me ha sido grato, incluso un poco desengrasante que, frente a tanta película de gente que se va a vivir al campo, reivindiques el espacio de la ciudad.
(risas) Sí, efectivamente. En Una vida no tan simple para mí hay algo de canto o poema de la ciudad como lugar de encuentros, lugar donde nuestras vidas se cruzan, lugar que, de noche, cuando está vacía, adquiere casi un manto mágico, en nuestros desvelos, cuando nos asomamos por una ventana porque no podemos dormir, cuando llamamos a alguien a mitad de la noche, como hace el personaje de Miki Esparbé llamando al personaje de Ana Polvorosa. Efectivamente, la ciudad puede tener algo sugerente, infinito, evocador, con imágenes que puedan lidiar casi con lo abstracto o lo mágico. En este sentido, me parecía muy bonito que los protagonistas fueran arquitectos que, en el fondo, son los encargados de dar forma a la ciudad, de dar esa forma, como decíamos, casi mágica que tiene estos lugares donde discurren nuestras vidas.