“Hemos olvidado las ventajas que nos ofrece la relación con el mundo natural”

LUCI ROMERO

Luci Romero es toda una institución en Valencia. No hace tanto tiempo, todavía la veíamos detrás del mostrador de la librería Bartleby. Desde ese espacio privilegiado, recomendaba títulos y apadrinaba actos de presentación de libros hasta convertir, junto a su compañero David Brieva, una pequeña librería en un centro cultural fundamental de la ciudad. Luego, lo dejó todo y se marchó a Cabra, su pueblo natal, en Córdoba, para escribir. Y lo que ha salido se llama El arte de contar la naturaleza. Un acercamiento a la nature writing (Barlin libros, Colección Paisaje), una guía, dice, sobre un género de creciente expansión en nuestro país. G.LEÓN

¿Cómo surge la idea de este libro?
Fue una propuesta mía a la editorial. A mí Alberto [Haller, Barlin libros] me habló de la colección (bueno, estaba todavía en germen o a punto de salir) y como el género me gustaba tanto, se lo propuse. Llevo leyendo escritura de la naturaleza desde, no sé, hace veinte años, y le propuse hacer una especie de guía o acercamiento, una especie de iniciación al género, sobre todo pensando en aquella gente que, o no era asidua o no lo conocía o quería descubrir algunos títulos. A Alberto le pareció buena idea, y aceptó.

¿Qué te motivó a lanzarte a redactar este texto?
La publicación parte de dos motivaciones. Una, mi interés por acercar al género a personas que lo desconocían o para las que no era habitual encontrarse con este tipo de lectura. Y la siguiente es que, como libreros, somos prescriptores y recomiendas todo tipo de libros. Yo lo descubrí sin saber que estaba leyendo nature writing o liternatura, como podemos conocerlo en España, que me parece un término precioso y muy acertado porque es una forma, no sólo de traducirlo para nosotros, sino de renombrar con nuestra propia lengua un género que está teniendo cada vez más importancia. Fue, con el paso del tiempo, cuando empezó a traducirse en España nombres importantes del género. Desde luego, tenías el Walden de Thoreau, pero no había tantas publicaciones como se han traducido en España en los últimos diez o quince años.

¿A qué dirías tú que responde el auge actual de este tipo de publicaciones?
Yo creo que responde a una necesidad de, no sé si reconectar, pero sí de responder a una falta de naturaleza. Yo creo que, tras la pandemia, mucha gente se ha dado cuenta de que les faltaba esa presencia en su vida o, por lo menos, que si fuésemos más conscientes de ese vínculo que hay con el entorno, no tendríamos muchos de los problemas que tenemos actualmente. En España ya había editoriales que habían ido haciendo esa labor, lo que pasa es que eran libros más específicos sobre biodiversidad, sobre fauna, flora, cosas más técnicas. De forma más reciente, Errata Naturae, Ático de los Libros, Capital Swing o editorial Tundra empezaron a traducir obras de nature writing. Yo creo que tuvo muy buena aceptación porque es una manera de llegar hasta la naturaleza que, a través de otras lecturas, igual no llegarías. Yo no tengo conocimientos científicos y leer un libro más específico sobre cualquier ecosistema, quizá me cueste más. Pero, a través de estas lecturas, conseguí aprender muchísimas cosas de la naturaleza que desconocía.

¿Cómo definirías, brevemente, el concepto de nature writting?
Barry López (1945-2020) decía que la nature writting o liternatura es una respuesta a la naturaleza mediante la palabra escrita. Yo creo que no hay expresión más bonita que esa. Es un género que no se reduce a lo ecologista o a lo científico, sino que, aquí, la dimensión literaria es muy importante, ya sea a través de diarios, autobiografías, crónicas, incluso ficción. Es un espacio propio donde poder reunir a diversos autores y escritos que, de otra manera, serían muy dispares. Aquí puedes meter desde una novela hasta un poemario, una crónica, algo autobiográfico vinculado con la naturaleza, escritos donde pueda predominar la cuestión ambiental o conservacionista… Es como una caja que, de hecho, no está cerrada. Tú puedes ir añadiéndole más cajas e ir introduciendo escritos que, de otra manera, no sabrías dónde encajar. Por ejemplo, el relato de este señor que lo ha dejado todo porque estaba harto y, aunque está teniendo una vida muy difícil en el campo, está a gusto y hace lo que quiere, ¿dónde lo meterías? Pues en la escritura de naturaleza. Es decir, no es un tratado botánico, no es una guía del lobo en España, no es un libro sobre el lince o sobre la flora de los ecosistemas de Canarias. No es historia natural, científica, o botánica, esto es otra cosa.

Hablabas antes de guía, pero, al mismo tiempo, el libro recoge tus propias reflexiones sobre la naturaleza y la propia escritura de naturaleza. Te veo reflexionando al mismo tiempo que expones. ¿Como has estructurado el libro?
No sé si la palabra es guía, pero sí que está planteado como una especie de manual. A mí lo que me interesaba era que, quien se acercara al género, pudiera hacerlo desde los orígenes para ver cuál ha sido su evolución, los temas que trata habitualmente… Luego, quería diferenciar los distintos espacios que, desde esa perspectiva, se pueden ir abordando. Lo que yo quería hacer era una especie de cartografía en la que, quien se acercara al texto, pudiera relacionar ciertos libros con ciertos espacios. Y luego hay una parte final en la que quería destacar la escritura de la mujer en el género porque, como en todas partes, siempre aparecen más nombres de autores. Quería destacar la repercusión que han tenido. De hecho, uno de los primeros libros editados sobre el género es de una autora que se llama Susan Fenimore Cooper. En el libro que hay reflexiones mías, claro, pero creo que, sobre todo, he intentado enfocarlo para que se entendiera qué era el género y hasta dónde está llegando. Evidentemente, me falta amplitud, pero quería partir de esa consideración.

El género confronta una idea de naturaleza con las condiciones en las que vivimos en el mundo tecnológico actual. Esto aparece prácticamente desde el principio del texto. ¿A qué nos incita el libro en ese sentido?
Pues, primero nos incita a leer, o sea, a entrar en el género. Y si, con eso, viene unido una reflexión en torno a nuestra situación como individuos que formamos parte de una realidad social sobre la que, en cierto modo, vamos experimentando un cansancio cada vez más acuciante, ya me doy por satisfecha. Es decir, que seamos conscientes de ciertas cuestiones ambientales, que se vaya desarrollando cierta conciencia ambiental. No nos damos cuenta, pero, casi desde la infancia o desde que somos adolescentes, nuestra relación con el mundo natural está, en general, cada vez más degradada. ¿Cómo se ha degradado ese vínculo con el mundo natural? Desde pequeña, tuve la suerte de que mis padres me llevaran siempre al campo. Los fines de semana, caminábamos, buscábamos fósiles, aquí tienes esta planta… Yo no he estudiado ciencias, pero mi preocupación por el mundo natural siempre estuvo ahí. Yo creo que, desde pequeños, generamos esa idea de que no tenemos nada que ver con la tierra. Y, al contrario, tenemos todo que ver. Entonces, si con este tipo de lecturas, se consigue cambiar esa idea que tenemos, ya me doy satisfecha. Hemos olvidado las ventajas que nos ofrece la relación con el mundo natural y es importante recuperarlas.

En el libro muchos autores te remiten a la idea de poner a la naturaleza por encima del sujeto. Explícanos.
Bueno, yo no creo que se trate de ponerla por encima del sujeto, es darle el lugar que nos corresponde a cada uno. Los científicos nos lo recuerdan cada día: nos estamos cargando el planeta. Y yo creo que la labor de muchos de estos escritores y escritoras es poner sobre la mesa este tipo de problemáticas. Desde los inicios [del género] se han intentado establecer unas prioridades en cuanto a preservación de los espacios naturales. Si [el escritor] John Muir no hubiese creado la figura de los parques nacionales en Estados Unidos, ¿qué habría pasado? ¿Cómo estarían ahora esos espacios si no se protegieran? Esa es la cuestión. No es ponerla por encima. Ya está por encima. O, dicho de otro modo, no es que esté por encima de nosotros, es que nosotros la necesitamos. Vivimos en una sociedad que está bastante desquiciada, que se alimenta cada vez más desde un consumismo individualista. Al final, somos gregarios, pero también hay una necesidad de dejar todo eso en los márgenes para asentarnos en el espacio, en el entorno, en la propia tierra. Lo que pretenden estos escritores es legarnos su propio testimonio transformador, cómo ha sido para ellos este proceso de integración con la naturaleza. Viéndolo de esa manera, la labor que hacen estos textos es muy necesaria.

Hay un término que aparece en el libro y que tiene mucha importancia, es el concepto de asombro. ¿Por qué es tan relevante?
Yo creo que es fundamental. Cuando vas a ver una exposición en un museo sobre un pintor o pintora que te gusta, ¿cómo te quedas delante de algún cuadro que no has visto o que te emociona? Eso es sombro. Rachel Carson (USA, 1907-1964), escribió El sentido del asombro para su nieto. En este librito, ella se pregunta, ¿cuál es el valor de conservar y fortalecer este sentido de asombro, esa manera de reconocer algo que va más allá de la propia existencia humana? ¿Es solo explorar la naturaleza? ¿Es simplemente una manera agradable de pasar las horas de la niñez? ¿O es algo más profundo? Es algo más profundo. En este libro, Carson se planteaba, ¿qué pasaría si no volvieras a ver de nuevo un espacio natural? ¿Cómo reaccionas cuando lo ves por primera vez? Yo creo que, como hijos del progreso que somos, de la tecnología, hemos perdido la capacidad de asombrarnos como una fuente de emoción. Esa fuente, ese asombro, nos devuelve a algo muy primitivo: es esa capacidad de dejarnos impresionados, atónitos, sin palabras. Eso es muy importante en este tipo de libros. Cuando muchos de los autores que escriben hablan del encuentro con algún animal, un paisaje, el descubrir las tradiciones de la cultura autóctona del lugar donde se encuentran, todo eso es asombro. Es algo que es innato en los niños, pero que Carson consideraba que tiende a esfumarse si no se cultiva. Y yo creo que, en parte, es verdad. Si se consigue recuperar eso, tendremos mucho terreno ganado.

Otro concepto importante es el de sanación. Algunos autores nos hablan de humanizar nuestro paso por el mundo. ¿En qué sentido se habla de sanación?
Siempre se ha dicho que la naturaleza no te va a curar de un cáncer, pero, en muchos casos, sí que tiene efectos paliativos. A mí me gusta poner el caso de Amy Liptrot. Liptrot era drogadicta, alcohólica, vivía en Londres donde llevaba una vida bastante difícil y se volvió a su lugar de nacimiento en las islas Orcadas, en Escocia, y, a base de nadar en aguas frías, de fusionarse con ese entorno que había odiado de joven, logró recuperarse. Su texto En islas extremas es bellísimo. En ese sentido, muchos escritores de este género parten de esta pregunta a la hora de desarrollar sus escritos: ¿qué es lo que necesitamos? Yo veo la sanación como una respuesta, una vía de escape, un intento de humanizar un poco su paso por el mundo, en este caso, vinculámdolo con la naturaleza. Hay quien lo ha hecho a través del cultivo de la tierra, de paseos por la naturaleza, etc. Olivia Laing por ejemplo, tiene un libro precioso que se llama To the river. Tras una crisis personal, Laing decide caminar durante una semana por el río Ouse, que es el río en el que se supone que se suicidó Virginia Woolf y que desemboca en un lugar que se llamaba la ciudad de los muertos. En esa necesidad por sanar, ella se deja fluir con el río. Otro autor británico es Richard Mabey, autor de Nature cure, uno de los libros más bonitos que hay sobre la naturaleza. Mabey tiene también una enfermedad mental y se va a la campiña inglesa, donde escribe este libro sobe la capacidad de la naturaleza para sanar. No te voy a decir curar, pero sí paliar, mejorar nuestro estado. Yo lo entiendo como una especie de recorrido terapéutico. Se trata de recuperar ese vínculo con los espacios naturales que no tenemos tiempo de buscar en las ciudades.

Hay una cosa que a mí siempre me falta o me genera un interrogante en este tipo de textos. Me pasó cuando leí Walden y, por lo que cuentas, creo que se puede aplicar a toda esta literatura. Pensaba, “bueno, como experiencia individual, todo esto está bien, pero, ¿cómo lo a lo colectivo?”
Lo colectivo debería estar siempre presente. Aldo Leopold es una de las referencias más importantes porque fijó conceptos muy necesarios dentro del género. Él escribió un libro precioso que se llama Un año en Sand County en el que habla del arraigo a la tierra y de una ética basada en el sentido de la comunidad, que a veces funciona, pero que, si no lo hace, se tiene que volver a intentar. Yo creo que es importante, tanto la experiencia personal de quien narra, como la acción colectiva, que, aunque a veces se desestructure, debe volver a armarse. Partimos de nuestras propias experiencias para ver cómo se adaptan nuestras acciones al ritmo de la naturaleza, y no a la inversa. De forma individual, preservando la naturaleza, se consiguen cosas, pero ese sentido de comunidad no debe perderse. Cuanta más comunidad hagas, más acciones vas a llevar a cabo de prevención, de concienciación, educación, divulgación, formación, etc. Esa idea de que se vaya creando una comunidad, debe estar presente.

Estos textos nos hablan también de esa necesidad de crear un nuevo lenguaje en torno a la naturaleza. ¿Qué quiere decir eso en este contexto?
Bueno, no vamos a inventar un nuevo lenguaje. Pero, por ejemplo, ¿en qué medida es importante que en España tengamos un término propio para nombrar este tipo de escritura? Para mí eso es muy importante. Hay que volver a renombrar algo para acercarlo a quien tenemos como interlocutor, a quien lee este tipo de textos. En cierto modo, la naturaleza también nos está enseñando diversas formas de comunicarnos. Entre ellas, está el volver a renombrar cosas que para muchos ni siquiera existen o no saben qué son. Cuando yo hablo de esas formas del lenguaje, a lo que me refiero es a esa manera de volver a cartografiar, de volver a nombrar los espacios para acercarlos. En lengua española, liternatura no existía hasta hace no mucho, lo que te abre a la posibilidad de este tipo de escritos y de ese acercamiento a la naturaleza. Es, de nuevo, un camino de conciencia que nos lleva a esa simbiosis con la naturaleza.

Como decías, el libro dedica un espacio destacado a las autoras del género. Aparte de rescatar ciertos nombres que hayan podido quedar en el olvido, ¿qué aporta esa voz femenina, si es que se la distingue de alguna manera?
No, en ese sentido, yo no las distingo. Otra cosa sería hablar de cuestiones como el eco-feminismo, pero mi idea con el manual es otra. No es que aporten más o dejen de aportar, es que aportaron muchas cosas. El primer texto de este tipo es de una autora, como te decía. Tienes figuras como Florence Merriam (1863-1948), que, aparte de ser una de las primeras mujeres miembro de la Sociedad Americana de Ornitología en 1885, ayudó a crear la Ley de Protección de la Vida Salvaje, fruto de su labor de concienciación hacia la sociedad para vetar la venta de animales. Cada uno de esos escritos ha aportado lo que tenía que aportar, pero sí quería darles esa visibilidad que, normalmente, las mujeres no hemos tenido en la historia. Muchas de ellas se remontan ya al siglo XVIII o principios del XIX, donde ya aparecían numerosas escritoras que mezclaban ciencia y una cierta prosa poética. En sus escritos hay una épica sobre la naturaleza muy importante que ya iba configurándose como una nueva épica medioambiental. Me parecía interesante destacarlo. Por suerte, esa presencia ha continuado y hoy el número de autoras que hay en el género es impresionante.

Comentas en el libro que en España el género todavía no está muy extendido. ¿A qué dirías que se debe?
Yo creo que, en España, parte de la literatura que tenía más relación con la tierra estaba más enfocada al medio rural, y siempre dentro de una visión que, en cierto modo, estaba tamizada por la guerra civil, por la posguerra… Digamos que, en el vínculo con la tierra, había siempre una mirada un poco más triste. En el proceso del éxodo rural, siempre se han visto estos espacios, no como más pobres, pero sí había otro concepto de lo rural que, por suerte, está cambiando. En España, divulgadores sobre naturaleza teníamos muchos y muy buenos. No te digo que nos vayamos a Félix Rodríguez de la Fuente. Tenemos a Joaquín Araujo en televisión. Junto con Araujo tienes a David Sandoval, a Carlos De Hita, a Juan Goñi, Gabi Martínez… Beatriz Montañez tiene un libro precioso que se llama Niadela. A mí, Tierra de Mujeres, esa especie de diario de María Sánchez, me parece maravilloso. En muchos casos, se está construyendo ya una simbiosis entre esa parte más literaria y la parte más científica. En otros, sigue predominando la literatura. Yo espero que siga creciendo y que ayude a que ese nombre que se le ha asignado, liternatura, pueda ir acercándose a un mayor número de lectores.

Me alegra que me mencionaras a Delibes.
Delibes, evidentemente. Y Unamuno. Unamuno se tuvo que exiliar a Fuerteventura. Al principio, aquello le pareció una tierra yerma, fea, rocosa, pedregosa, pero, luego, estaba encantadísimo. Sus escritos sobre Fuerteventura son bellísimos. Para mí Delibes es una de las figuras fundamentales en defensa de naturaleza. Él y su hijo, Miguel Delibes de Castro. La tierra herida, es un libro que debería leerlo todo el mundo. Aparte de ser director de la Estación Biológica de Doñana, es uno de los mayores expertos en el lince ibérico de España. En el texto de entrada de Miguel Delibes en la RAE, hace una gran defensa de la naturaleza. Pero, como digo, es una descripción muy diferente de la que nos estamos encontrando en las últimas décadas, y ahí sí que hay otros autores que han hecho un trabajo importante.

Hay dos autores que quedan confrontados en el texto. Por un lado, está Robert MacFarlane, en cuyo libro Bajotierra se pregunta: “¿qué dejaremos?” Y se responde: “la nada”. Por otro lado, está Callum Roberts quien, en Océanos de vida, dice que todavía no es tarde y que aún es posible retomar el equilibrio. Para concluir así, épicamente, ¿cuál sería tu posición entre esa nada y el “todavía hay tiempo”?
Bueno, yo no soy escritora de la naturaleza, yo he hecho un manual. En ese sentido, soy un poco más pesimista. Yo querría pensar que sí que hay tiempo para poder cambiar las cosas, pero es verdad que, tal y como vamos, pinta un poquito mal. En cuanto a este género, sí que es verdad que, el hecho de que vaya llegando a más gente, me da la esperanza de que podamos ir haciendo algo por la naturaleza. Yo quiero pensar que, de algún modo, a todos nos hará un click en la cabeza, algo en nuestra relación con los espacios naturales que no sea solo un vínculo puntual, esporádico. Creo que lo bueno de este tipo de escritos que no son tan técnicos, tan científicos, es que van creando esa conciencia, esa ética medioambiental, que nos hacía falta. No sé si ya estaremos llegando tarde a todo esto, pero quiero pensar que nos queda un poco de tiempo. Por no ser tan negativa (risas).

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