Qué decir de… Destroyer & ¿Podrás perdonarme algún día

Título original: Destroyer· Karyn Kusama · USA · 2018 · Guión: Phil Hay, Matt Manfredi · Intérpretes: Nicole Kidman, Sebastian Stan, Tatiana Maslany…

Título original: Can you ever forgive me?· Marielle Heller· USA · 2018 · Guión: Nicole Holofcener, Jeff Whitty · Intérpretes: Melissa McCarthy, Richard E. Grant, Julie Ann Emery…

La crítica de una película como Destroyer apenas debería ocupar unas pocas líneas de texto. La cinta de la directora Karyn Kusama venía avalada por una promoción que ponía el acento en el trabajo de su protagonista. Estábamos ante el último salto en la carrera de la camaleónica Nicole Kidman que, animada por su reciente éxito televisivo, daba aquí un nuevo recital de su talento. Pero no. Lo que encontramos es una película que trastabilla, llena de trucos de saldo y, lo que es aún más grave, muy, pero que muy aburrida. Y sobre la interpretación de Kidman, digamos que la mujer hace lo que puede, pero eso no es suficiente para salvar la apuesta. Y aquí debería terminar esta crónica, pero aún nos queda espacio por cubrir y, dejando de lado la segunda cinta que ocupa esta sección, en un fin de semana de estrenos más bien discretos (y en el que la última pieza de Godard parece que no ha encontrado sitio en la cartelera valenciana) no había tanto donde escoger, así que nos hemos decidido por este (podría haber sido cualquier otro).

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Podríamos decir que lo peor de un trabajo como Destroyer se encuentra en su guion. El libreto que alumbra la película de Kusama es una pieza predecible casi desde su arranque. Tenemos un asesinato por resolver y una policía con problemas personales que intenta atrapar a un ladrón de bancos, presunto autor del crimen, muy (pero que muy) malo que tiene un plan perverso para amargarle la vida. El problema es que, tal y como está planteado todo esto, no existe en la trama ni un solo punto de tensión o de sorpresa lo suficientemente bien urdido para mantener el interés del espectador. Poco ayuda, además, el hecho de que la cinta cuente con unas innecesarias dos horas de metraje para un argumento que bien se podría haber resuelto con una medida más convencional con la que, seguro, habría ganado algo de ritmo. Menos atractiva aún, resulta una estructura que se empeña en mostrarse original por la vía de ir dando saltos en el tiempo para dar prueba de que aquello que nos cuenta es más complejo de lo que parece. Pero no es así. En realidad, todo lo que sucede en Destroyeres muy sencillo, lo que busca la película con este truco es distraer al público demorando oportunamente la información sobre unos hechos de los que no puede saber nada, único gancho del argumento (de hecho, pienso que una estructura lineal quizá lo habría reforzado). El cenit de todo esto, es una resolución confusa y sacada de la manga que nos deja (o yo me perdí en algún punto) sin saber de qué iba todo el embrollo anterior.

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Pero podríamos decir, quizá, que lo peor de Destroyer lo encontramos en una puesta en escena anodina y una dirección de arte aún menos cuidada. No hay en la realización de Karyn Kusama nada que de muestra de una personalidad propia en el empleo de los recursos del thriller. Pero quizá lo que más llama la atención es lo poco convincente que resulta aquello que se supone que era su atractivo principal: la caracterización de la actriz Nicole Kidman. La protagonista de piezas como la exitosa (y perturbadora) Big little lies, Eyes Wide shut o Dogville, se somete aquí a un extravagante e innecesario proceso de maquillaje a fin de deformar su rostro de acuerdo con las supuestas exigencias del relato. De todos es conocida la afición que existe en el Hollywood contemporáneo por este tipo de operaciones de ocultamiento, como si el ardid ya fuera, por sí mismo, garantía de un buen trabajo interpretativo. Pero es que aquí eso tampoco resulta sostenible (por no decir que apenas está justificado). El trabajo de maquillaje es tan evidente que, más que sorprendernos, nos saca de la historia. Pero, ¿qué le han hecho a esta mujer?, nos preguntamos. No es mejor la labor que, desde los distintos departamentos de arte, se hace en relación al resto de decorados y personajes. Todo parece como extraído de un mercadillo de restos de otras películas. Ni la comisaría de policía parece una comisaría de verdad (parece un despacho de oficinas mal adecentado), ni el antro donde se reúnen los atracadores pasa de ser un mero set, por no mencionar la selección de un casting y un vestuario compuesto con poco refinamiento y sin un rasgo propio.

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Pero peor aún que todo esto es la construcción de un personaje protagonista que flaquea desde su misma concepción. ¿Y qué tenemos aquí? Erin Bell es una madre obsesionada con su trabajo y con atrapar a su némesis criminal, que persigue a fin de resolver sus cuitas. Esa obsesión, animada por una oscura sombra en su pasado que la atormenta, la ha convertido en una mujer amargada, al margen, una outsider. Erin no solo es incapaz de adaptarse a la vida familiar, es que también parece incapaz de establecer ni un mínimo vínculo de empatía con sus compañeros de trabajo, que recelan de ella por su carácter huraño y despectivo. Todas estas razones la han empujado a la bebida a la que recurre para ahogar las penas que corroen un corazón infectado por la culpa. A todo esto, habría que añadir esa desfiguración física, reflejo de sus supuestos dramas interiores, su adusta mirada y una inteligencia que brilla en el momento adecuado y de la que el resto de personajes, obviamente, carece. Añadamos unas cuantas frases cortantes y sentenciosas y ya está. ¿Nos suena?

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Pero lo peor de todo no es que Destroyer (Una mujer herida, en su título en castellano) haya recurrido a toda esta galería de tópicos para construir a su principal personaje. Más sorprendente es que los aplique sobre una protagonista que quiere pasar por diferente por el método de un simple traspaso de roles. Erin no solo es un cliché en sí mismo, es que es un cliché construido a base de clichés de otros muchos personajes masculinos muy reconocibles para el aficionado al género. Podríamos decir que Erin no es que sea un cliché, es que es un cliché de clichés que, por alguna razón, alguien ha querido reunir aquí. Si a eso le añadimos una actriz que no acaba de encontrar el punto de apoyo que haga creíble todo este coctel mal combinado (no, arrugar los ojos no es suficiente para parecer atormentado), ya tenemos todo el plantel. Poco ayuda, para acabar, el hecho de que la pongan en situaciones físicamente imposibles en una película que aspira a aparentar un mínimo de realismo (no cabe en la cabeza del espectador que una mujer tan escuálida, sometida a un constante estado de embriaguez o que sufre una resaca permanente, resuelva como lo hace algunas de las situaciones que trata de vendernos la cinta de Kusama; y eso reconociendo que, por un momento, creí que iba a ser valiente en este punto y disparar en otra dirección). Y por favor, que nadie venga a justificarme nada de todo esto con un supuesto y misterioso final que no es más que una salida mal resuelta a un enredo que, desde el inicio, tenía mal apaño.

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En el otro extremo encontrábamos el estreno de ¿Podrás perdonarme algún día? Curioso. De nuevo, otra película con una mujer de carácter como protagonista (y, tras la cámara, otra): una escritora con graves conflictos internos, adicta también a la bebida y con una aparente incapacidad para relacionarse con sus semejantes, otra outsider. Pero vamos, que nada que ver. Israel es de todo menos una escritora de éxito. Autora de algunas biografías que, en algún momento, disfrutaron de cierta difusión, pasa sus días en una oscura oficina hasta que, debido a su tosco carácter, la despiden. Empieza así para ella un duro periplo por sobrevivir. Su desdén hacia los demás, su inseguridad para afrontar una carrera literaria que nunca arranca a pesar de su evidente talento, la colocan fuera del mercado editorial y la obligan a buscar de cualquier manera los cuatro dólares que necesita para cubrir sus necesidades básicas. Acorralada por las deudas, un día decide vender una carta original firmada por una escritora famosa que luce enmarcada en una de las paredes de su modesto apartamento. El negocio, sin ser demasiado rentable, le da una idea: falsificar cartas de otros escritores para venderlas en el incauto mercado del coleccionismo. Así, logrará salir del bache. Mientras sucede todo esto, Lee conoce a Jack Hock, un homosexual sin oficio, caído también en desgracia y superviviente, a duras penas, de las condiciones que impone una urbe que amenaza con devorarlos.

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Dejando de lado su papel como actriz (más bien discreto), las noticias que disponemos de Marielle Heller en su labor tras la cámara (al margen de algunos capítulos de series que no he visto) se constriñen, hasta la fecha, a su primer largo de ficción, Diario de una adolescente, un retrato teen-age de tintes indie ambientado en los años setenta, bien armado y, sin dar grandes novedades, entretenido. Y eso es lo que vamos a ver aquí: personajes femeninos, conflictos íntimos y hora y media de cine convencional, pero que entretiene con franca inteligencia, resolviendo con gusto y sencillez aquello que tiene entre manos. Pues oiga, no está tan mal.

A diferencia de Destroyer, la cinta de Heller sí cuenta, como principal garantía, con un libreto bien estructurado. Presentación del problema, nudo y desenlace. Cuenta también con unos personajes bien definidos que, aparte de hacernos pasar un buen rato en la sala, no solo logran la empatía del espectador, sino que nos invitan a reflexionar sobre algunas cuestiones interesantes. Y si bien la gramática fílmica de Heller no depara, a ojos de este cronista, ningún ardid novedoso ni giro estéticamente arriesgado, su firmeza es dramática y emocionalmente coherente. Todo está ahí, ante nuestros ojos, sin trucos extraños ni ocultamientos, como en la cinta de Karyn Kusama. Es cierto que Heller lo tenía más “fácil” que su compañera de profesión al basar su relato en el libro escrito por la propia Lee Israel sobre las desventuras que narra la película (basado, a su vez, en su experiencia personal), pero intentar sacar del material original una historia sugerente no es siempre una empresa exitosa. Bien por los guionistas.

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¿Podrás perdonarme algún día? es una historia que nos habla, sobre todo, de amistad. Pero no de una amistad cualquiera, sino de esa amistad que se forja entre estas dos almas desahuciadas que son Lee y Jack. Una amistad que no exige de la otra parte que se adapte a sus necesidades o exigencias, sino que se sostiene en el respeto del otro, en su derecho a ser como desee ser. Por encima esa amistad, lo que tenemos es una sociedad que propone, precisamente, todo lo contrario, a saber, que te adaptes, que asumas las reglas que te impone. Y si no lo haces, prepárate a quedar fuera del dichoso sistema. La lucha de Lee se centrará, así, en dos frentes. Uno, superar sus propios complejos e inseguridades. La otra es mantener, en el camino, su enconada visión contra un mundo que encuentra pueril y superficial. Contra todo ello, Lee opone una mirada cáustica y punzante. Cómo enfocar esa mirada hacia un horizonte más constructivo para ella, es su gran reto. Como si de un Bukowsky se tratara, la vida de Lee transita entre libros, páginas emborronadas, bares de mala muerte y copas de whisky con soda. Pero Lee, como Bukovsky, ha hecho de su forma de vida el centro de su identidad, y no quiere renunciar a ella. Si quiere autodestruirse, ese es también un derecho que posee en el libre ejercicio de sus capacidades como ser humano. Frente a la moralidad imperante, póngame otra, le dice al camarero que le sirve tras la barra de un bar cochambroso.

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Como en las viejas películas del oeste, ¿Podrás perdonarme algún día? cuenta enla recámara con dos balas de oro. Ha tenido buen ojo Marielle Heller a la hora de escoger el reparto de su película. De la actriz Melissa McCarthy teníamos noticia por su intervención en un puñado de títulos poco reseñables que incluyen cintas como la malograda Cazafantasmas 3. Su papel en la película de Heller demuestra, sin embargo, que un currículum no tiene por qué reflejar adecuadamente el talento y las capacidades de una actriz. Al contrario que Kidman (y contando con una caracterización que en algunos momentos también puede ser cuestionable) McCarthy sí toma el pulso a su personaje para ofrecernos una Lee llena de matices que, como una hormiguita laboriosa, va desgranando secuencia a secuencia. Sin duda, esta cinta quedará en su expediente como su consagración. Y como partenair interpretativo, nos topamos aquí con un Richard E. Grant en estado de gracia. Eterno secundario con una larga carrera a sus espaldas, Grant aprovecha el regalo que le ha ofrecido Heller. Tierno y decadente, honesto y corrupto, leal y frágil en su lealtad, afectado en su gesto y, al mismo tiempo, inteligentemente comedido (mírate esto, Rami Malek; ¿de verdad merecías un Oscar?). Una delicia. GERARDO LEÓN

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