Estamos en un paraíso de huerta al lado de la ciudad llamado La Punta que históricamente ha sido zona de paso entre Nazaret y Monteolivete, desconocido aún para muchas vecinas y vecinos de la ciudad. Aún hoy, no tiene un urbanismo claro, sigue pareciendo una extensa porción de huerta anexa al casco urbano, en cuya carretera se extiende una fila de casas y algunos negocios que sorprenden a dos curiosas como nosotras. Todo el mundo se conoce, así que saben que no somos de aquí, pero en seguida entablamos conversación con parroquianos que nos cuentan cómo les expropiaron los terrenos y vieron caer las barracas en las que nacieron para la construcción de la Zona de Actividades Logísticas (ZAL) del puerto. Ahora, además, la presencia de las vías del tren, de la autovía V-15 y de grandes infraestructuras como Mercavalencia o la depuradora, han acabado cuarteando sus comunicaciones e invisibilizando el núcleo como conjunto. Pese a ello, se trata de un vecindario orgulloso que asegura que “aquí se vive muy bien, como en ningún sitio; hay tranquilidad, se oyen los pájaros”. Y eso, dentro de una ciudad, pues es todo un lujo. Conozcamos hoy esta pedanía que esconde una sala de conciertos underground gestionada de forma asamblearia que vive feliz en los márgenes y en el anonimato (y así la vamos a dejar), la histórica tira de comptar en Mercavalencia (existe desde el siglo XII) donde los pequeños agricultores siguen acudiendo a primerísima hora de la mañana para vender sus productos acabados de recoger, un bar y un restaurante con más de cincuenta años de historia, una tienda donde se vende todo lo necesario para trabajar el campo, una falla experimental, una preciosa parroquia y mucha, mucha huerta.
Agronacher
— Carretera Font d’en Corts, 186
Siguiendo la carretera nos tropezamos con una casita algo destartalada. En su entrada nos reciben sacos amontonados de tierra, estanterías repletas de plantas y plantones, cajas llenas de a saber de cuántas cosas necesarias para los campos. Aquí podemos encontrar absolutamente todo lo que precisan quienes quieren cuidar un huertecito urbano y, por supuesto, también, los profesionales de la agricultura. Además de semillas y plantones a precios mínimos, también se venden herramientas, sombreros y espardenyes para trabajar, pesticidas y de más productos fitosanitarios. Nos sorprende saber que por aquí ha pasado a comprar gente de medio mundo: de Alemania o Guinea se han llevado contenedores llenos de diferentes semillas y hay personas que han llenado maletas para llevarlas a América. Y es que, el tomate valenciano del Perelló tiene mucha fama, así como el cacau del collaret, que se compra mucho en Rumanía, nos cuentan. Sus dueños explican que la temporada de verano comienza en febrero, es cuando podemos empezar a plantar las berenjenas, tomates, calabacines, sandías, melones o pimientos. El invierno lo podemos preparar a partir de octubre, cuando el campo pide coles, brócoli, acelgas y espinacas o kale. Eso sí, si vamos por Agronacher mejor llevar una idea clara de lo que queremos comprar, pues aquí tienen de todo menos paciencia infinita para principiantes indecisos.
Bar Critóbal
— Jesús Morante Borrás, 144
Rodeado de alquerías abandonadas, en una carretera salpicada por casas con puertas de madera de mobila vieja y balcones enrejados, cuyos dueños se sientan en las puertas, gaiato en mano, se encuentra el Bar Cristóbal. Ahora son Juani y Alfonso, hijos del Cristóbal, quienes lo regentan, después de haber mamado el negocio desde hace más de medio siglo. El bar se encontraba en la calle de enfrente cuando los hermanos eran pequeños y hace unos treinta años que se mudó al emplazamiento actual, donde Juani se ocupa de la cocina ya casi con los ojos cerrados, y Alfonso atiende a los paisanos que ocupan cada día las mismas mesas. Para almorzar, all i pebre, mandonguilles amb tomaca, callos, calamar o sepia fresca. Para comer, platos valencianos de cuchara. Es evidente que para Alfonso el bar es su vida y confiesa que no quiere trabajar más, pero sí estar en su bar, compartiendo los días con su gente: trabajadores, jubilados, gente del pueblo. Cada día es una anécdota con estas personas amables y sencillas que se saludan con cariño y se despiden con un “vinga, demà més!”.
Falla Jesús Morante Borràs-Caminot
— Jesús Morante Borràs, 134
La falla de La Punta es especial, una de estas fallas que apuestan por la experimentación en muchos sentidos. Hasta hace doce años era una falla menor, apartada y con pocos miembros (unos sesenta) que no recibía premios ni atenciones. Sus integrantes decidieron cambiar el rumbo y convertirla en experimental, innovar cada año en el planteamiento de la temática, los materiales de construcción y la puesta en escena. Desde entonces ganan premios y su nombre resuena en el mundo fallero con las creaciones de artistas como Alberto Ferrer o Ricard Balanzá. El camino no ha sido fácil, nos cuenta su presidente, Carlos Sanz. Pero una zona tan pequeña como esta es lo que tiene, que las vecinas y vecinos se vuelcan con todo, empezaron a donar lo que podían en sus famosas arreplegàs y las empresas de La Punta a apoyar a la falla. El resultado ha sido una falla que da vida a la pedanía, que propone cenas y comidas en la calle para fomentar la germanor que ya se respira; una falla que innova constantemente, que se planta en medio de la huerta y que este año propone un Faller Major, a contracorriente de las fallas tradicionales.
Parroquia de la Purísima Concepción
— Camino La punta al mar, 29
Esta antigua ermita fue convertida en Parroquia en 1903 por el pueblo de La Punta, que aportó materiales y mano de obra siguiendo el diseño del arquitecto del Mercado de Colón, Francisco Mora Berenguer. De inspiración barroca, la parroquia dispone de una deliciosa portada retablo con elementos decorativos en escayola y de una cúpula que ha sido recientemente reconstruida. Hace unos años que, en nombre del desarrollo (para dejar paso a las vías del tren que parten La Punta en dos), la parroquia quedó separada de su pueblo por un puente que pasa sobre las vías, lo que dificulta el acceso, sobre todo para la población mayor. Pese a ello, hay muchas familias implicadas en la reconstrucción y la puesta en valor de una parroquia que con el paso de los años y el abandono sufre un deterioro considerable. Aún así, el conjunto es precioso y, además, hoy lo encontramos decorado con banderitas de color blanco y azul colgadas por les Festes de la Mare de Deu de La Punta. El sacerdote, Carlos Galán, nos cuenta que en las fiestas han estado implicadas muchas familias vecinas, que cruzaron la pasarela que se extiende sobre las vías con la virgen a cuestas y celebraron una misa de campaña en la huerta; vecinas y vecinos que, junto con su párroco, no quieren dejar la parroquia fuera del pueblo y apuestan por darle lustre a su valor histórico y social. Aquí duermen algunos presos en régimen de semi-libertad de la cárcel de Picassent, por ejemplo.
Restaurante Martinot
— Carrera del Riu, 11
En la fachada de una casa sencilla leemos: Bar Restaurante Martinot. Es una de esas casas que sorprenden, porque por dentro es enorme: nos cuentan que tiene capacidad para doscientas cincuenta personas entre los salones, la terraza (cubierta y descubierta) y la zona infantil, lo que la hace ideal para celebraciones. El restaurante se fundó hace ya más de cincuenta años y ha albergado a tres generaciones que se han pasado el mando, de abuelos a padres y de padres a hijos. Toda la familia ha respetado siempre las recetas antiguas tradicionales valencianas en las que tanta experiencia tienen, y a las que le siguen poniendo todo el cariño del mundo. Pero vamos al lío: aquí la especialidad son los arroces y paellas, el all i pebre, las carnes, los pescados y mariscos. Hemos de hacer una mención especial para los almuerzos: con cacaos, olivas, ensalada de tomate y el bocata de turno, aunque también hacen torrà los sábados y domingos, para quien prefiera una buena carne a la brasa. Sin florituras, este es un restaurante valenciano de toda la vida, con platos y decoración tradicionales, pegado a la huerta y con todo el encanto de la tradición valenciana.
Murales contra el puerto
La plataforma Horta és futur No a la ZAL levantó en 2018 un evento llamado Sensemurs. Trobada de Muralistes per l’Horta como parte de su campaña de lucha contra el insaciable hambre de expansión del puerto de València a costa de La Punta. ¿Os suena? Con matices, la historia se repite hoy, el puerto queriendo crecer sin atender a otro criterio que el económico. El caso es que entonces reunieron a un buen plantel de reconocidos artistas urbanos como Aryz, Borondo, Escif, Hyuro, Barbi, Sr. Marmota, Liquen, Anaïs Florin o Elías Taño para decorar algunas verticales de la maltratada pedanía con murales que reclamaban la protección de su entorno natural y su tejido social. Algunos de ellos, como el mítico “Hay lechugas” de Escif, siguen donde los dejaron y son un reclamo más para visitar este pequeño rincón de la ciudad maltratado por la administración una y otra vez.