La industria musical de finales del siglo XX fue condescendiente con las fans y malintencionada con las artistas de la época que triunfaban cantando su rabia sin tapujos. Son conclusiones que se sacan Fucked Feminist Fans, un ensayo en el que Leyre Marinas analiza las dinámicas perversas de la prensa especializada de la época. Hablamos con ella de las groupies, del girl power encarnado por las Spice Girls, y del papel de la MTV y otros productos culturales en la cimentación del heteropatriarcado.
Dices que el fenómeno fan era definido, con un tufo paternalista, como grupos de chicas adolescentes histéricas que vivían por y para un amor platónico. Si cambias “chicas adolescentes” por “hombres” y “amor platónico” por “fútbol”, la frase sigue funcionando. ¿Por qué ellas son histéricas y ellos aficionados?
Es una cuestión de sexismo y de machismo. Es una cuestión discriminatoria, por el paternalismo con el que se nos tratan las mujeres. Hay una supremacía que se ha intentado crear, sobre todo, desde las industrias culturales. La agresividad, la violencia y el fanatismo les están permitidos a los hombres, pero no a las mujeres, y menos si estas son adolescentes. Que un chavalín de quince años le meta un puñetazo a la pared porque su equipo ha perdido se tiene por algo normal, pero que una chavala esté llorando porque su ídolo se ha separado de la boy band, eso es que es una niñata, una cría o una histérica. Es una cuestión de qué comportamientos y qué emociones están permitidas y tienen legitimidad para unos, y no para las otras.
Explícanos el regusto machista que tiene la invención del concepto groupie de la prensa especializada. ¿Con qué intención se acuñó y qué efectos tuvo?
Ese término lo acuñaron tres periodistas de la [revista] Rolling Stone en el año 1969 para legitimar la sexualidad y el deseo. Les dieron permiso a las fans a la sexualidad y al deseo, y así pasaron de ser unas niñas histéricas a ser groupies. El concepto de la groupie legitima el poder acostarse con ellas, porque son un perfil concreto de fan que pone el cuerpo de una forma sexual. Además, para ellos no existían los groupieshombres. Si existían, eran más bien los camellos. Hay un montón de discriminaciones que atraviesan el cuerpo de la groupie.
Durante la primera década del siglo XX, el girl power explotó como una especie de feminismo pop que molestaba poco. ¿Fue otro ejemplo del capitalismo apropiándose la disidencia para hacer dinero con ella?
Sí, sí, sí, absolutamente. Es lo que tú dices: el girl power era una cosa que no molestaba. Era un feminismo para perpetuar unos comportamientos totalmente heteropatriarcales, pero menos explícitos a los que se habían consumido hasta el momento. Se apropiaron, además, de un término que salía de las Riot Grrrls. Las Riot Grrrls molestaban porque los feminismos tienen que molestar. No estamos aquí para ser majas, la protesta siempre molesta. Las Riot Grrrls, con sus performances, sus letras, sus entrevistas, incluso, molestaban a una parte de la sociedad y de la industria musical, las Spice Girls no. Lo que hizo el mánager de turno de las Spice fue coger la idea del power, del poder femenino —que es una idea en sí jugosa— y proyectarla a través de un feminismo más hedonista.
Aunque su feminismo era más banal, divertido y heterocentrado, ¿crees que las Spice contribuyeron a su manera a la causa feminista?
Sí, yo sí que lo veo. Veo perfectamente que contribuyeron, porque cualquier producto cultural que te haga replantearte qué sucede en tu contexto, en tu vida y en ti misma, creo que sirve. Estaban diciendo algo tan sencillo —que no para todas es sencillo— como que tu novio no te puede prohibir salir con tus amigas. A las que les afectó este mensaje, a las que les hizo mirarse dentro y analizar la relación que estaban teniendo, y decir “no pueden hacerme esto”, las Spice Girls sí que le fueron útiles.
Soy muy consciente de las letras subidas de tono de Karol G que cantan las niñas, pero no me había parado a pensar en letras como “Get Down” de The Backstreet Boys hasta leer tu libro. ¿Crees que somos más críticos con las letras del reguetón de ahora que con las del pop blando de entonces?
Sí y es una cuestión de racismo. Desde una mirada totalmente blanca y occidental, pones el dedo en una música como el reguetón, pero revísate tú a los indies, revísate tú a las boy bands, revísate tú a Guns N’ Roses. Y luego, por supuesto, se pone más el foco en las letras que hacen las mujeres porque son más peligrosas; o en las del colectivo LGTBIQ+. Se llevan más las manos a la cabeza por algo que puedan cantar Samantha Hudson, Chappell Roan o Billie Eilish, que cualquier cosa que pueda cantar Izal, por ejemplo.
La industria se inventó una categoría musical para enmarcar a aquellas mujeres que expresaban rabia o desengaño en sus canciones. Cantantes como Alanis Morissette, Meredith Brooks o PJ Harvey fueron metidas en el saco de las Angry Young Women. ¿Qué se buscaba con la creación de esta etiqueta?
Encasillar y desprestigiar. Desprestigiar a las cantautoras femeninas. Desprestigiar también la rabia y el despecho femenino. Estos periodistas no querían escuchar como cantaban ellas solas, con esos ritmos y con esos gritos, que las habían dejado o les habían puesto los cuernos. No querían. Además, las Angry Young Women triunfaban muchísimo entre un público mayoritariamente blanco, por supuesto, pero de mujeres. Y estaban empezando a unirse en algunos festivales. También querían desprestigiar la imagen de la cantautora. Siempre se había tenido al cantautor como el GENIO: [Bob] Dylan, Leonard Cohen… Son estupendos, pero claro, no había nadie como Alanis Morissette o Meredith Brooks que expresara de una forma tan explícita su rabia y sus violencias, como mujeres que estaban sufriendo el heteropatriarcado. Mujeres que, además, gustaran tantísimo a un sector tan grande del público. Cuando los periodistas musicales lo vieron, saltaron las alarmas.
¿En qué punto estamos ahora? ¿Qué nos dice el poder adquirido por mujeres como Beyoncé, Taylor Swift, Dua Lipa, Miley Cyrus, Billie Eilish o Lady Gaga?
Pues mira, Dua Lipa hace un montón de cosas, por ejemplo, desde su pódcast de libros. Me parece más relevante la participación que estas artistas tienen fuera de la música. Por ejemplo, ahora se lleva mucho la sapphic o lesbian era, con estas artistas que han salido como bisexuales o como lesbianas: Renée Rapp, su pareja, la propia Billie Eilish… Yo creo que lo que más está calando ahora mismo, no es solo la música, sino cómo se comportan fuera de ella. Muchas veces me acerco más a la ídola por sus protestas, por cómo es su actitud ante la vida. Beyoncé cuando salió con “feminist”, los alegatos a favor del colectivo LGBTIQ+ que hacen Lady Gaga o la propia Dua Lipa… Ahora tenemos tanta proximidad a través de las redes sociales que nuestras ídolas ya han trascendido la cuestión musical.
En el documental de Woodstock 1999 de HBO se señala un repunte de la masculinidad tóxica en hombres blancos heterosexuales enfadados porque la MTV había dejado de ser para ellos, y se la habían apropiado sus hermanas pequeñas. ¿La MTV ayudó a extender el heteropatriarcado y a su vez este acabó enfadándose con la MTV?
Es un poco contradictorio, claro, porque la MTV se tenía como un canal de entretenimiento puro y duro: con los videoclips en los ochenta, los premios después, la series… Pero es importante qué tipo de comportamientos se dan en los premios, qué tipo de silencios se dan en los premios, qué censura se puede dar en los premios. Todo empieza a desvirtuarse: lo que empieza como un canal de entretenimiento musical, acaba siendo un canal especialmente político. Igual que tenías a Ad Rock [de Beastie Boys] y a otros artistas que se posicionaban, te encontrabas a Eminem diciendo gilipolleces y nadie le censuraba, o al Robin Thicke este, que fue el que hizo el baile con Miley Cyrus. O Puff Daddy sin ir más lejos. Todo el mundo sabía qué estaba haciendo Puff Daddy y qué había hecho Marilyn Manson. La MTV participó de divulgar a través del ocio un machismo camuflado y, a veces, sin camuflar.
¿Ese giro conservador y machista de las industrias culturales y los medios a principios de los 2000 que se nos explica en el documental se está replicando hoy?
No es tanto que se replique en las industrias culturales, sino en la sociedad. La extrema derecha no se ha ido nunca, simplemente, ha estado normalizada o calmada mientras todo ha estado bajo su orden hegemónico. Pero aparecen los feminismos, las denuncias por agresiones sexuales, la conciencia de lo que es una violación… Y empezamos a saber quiénes han sido, cómo denunciar, a quién ir, de quién no fiarnos, etcétera. Además, las personas racializadas empiezan a tener cada vez más poder dentro de las industrias culturales y eso no interesa, exactamente igual que con el colectivo LGTBIQ+. Cuando los hombres CIS hetero blancos se sienten amenazados, reaccionan. Sin embargo, por lo que veo con todas las artistas LGTBIQ+ que están saliendo, a estas alturas es imparable esa representación y ese fandom.











