Desescalarse

au-desescalarse-h

No hay nadie que me conozca mejor que yo mismo. A veces me veo así, desde fuera, y me digo, mira tío, no estás tan mal. Para todo lo que prometías (o lo que no prometías, más bien), has llegado hasta aquí, que ya es mucho. Reconócelo, hubo un tiempo en el que llegaste a pensar que la cosa no iba a ningún sitio o terminaría en un punto muerto. No se puede decir que tuvieras grandes planes o unos planes muy precisos, pero, para haber ido improvisando o tomando decisiones sobre la marcha, hay aspectos mejorables, desde luego, pero tampoco sería impreciso sostener que, así, en general, las cosas te han salido relativamente bien.

Sí, ya sé que no siempre hemos estado de acuerdo en todo lo que hemos hecho, pero eso es bastante razonable, dadas las circunstancias. La vida es así, un interminable cruce de caminos, de cambios de dirección, de sorpresas no planeadas, y no siempre fue fácil saber, de todas las posibilidades que se presentaron, cuál era la mejor. En cada nuevo cambio de rumbo siempre hubo pros y contras que tuvimos que sopesar. Pero, dime una cosa: ¿no te queda, acaso, ni una pequeña duda de si aquella vez habrías podido tomar una decisión diferente? ¿A que sí? A mí también me pasa. Y piénsalo, aunque a veces te saliste con la tuya, no siempre estuviste seguro de que la senda que habías tomado era la más acertada. Y no, no te digo esto para que pienses que ahora estoy haciendo algún tipo de balance. A estas alturas, no me apetece hacer cuentas de quién cometió más errores o qué grandes aciertos se puede atribuir cada uno. Unas veces acertaste tú, otras fui yo el que se llevó el gato al agua. Y, al revés, hubo veces en que metiste la pata hasta el fondo por no escuchar ninguno de mis consejos. Sí, no me pongas esa cara que sabes muy bien de lo que te estoy hablando.

Somos lo mismo, ya sé, pero también somos diferentes, si bien siempre he entendido que, al mismo tiempo, somos fragmentos o piezas de esa misma cosa o esencia de la que formamos parte los dos. Y no, no es como ese rollo del ying y el yang o los opuestos complementarios, o como quieran que se llame. Lo nuestro no va de eso. Tu eres yo y yo soy también tú. Somos, simplemente, distintos aspectos, variables que, sin embargo, si lo piensas con detenimiento, guardamos retazos, si no el mismo todo, del otro. Parece un galimatías, pero, en el fondo, no lo es. Analízalo y verás. ¿Me sigues ahora? Claro, si yo sé que te estabas haciendo el tonto. Ya nos conocemos tú y yo. O yo y tú, como prefieras. No voy a ponerme ahora beligerante con eso. Los dos sabemos que ese es un detalle sin importancia.

Y sí, es verdad. Ya sé que tú no eres, de mí, lo único que tengo. Hay otros muchos como tú. Quiero decir, que hay muchos tú en mí o viceversa. No es cuestión de señalar ahora dónde empieza el uno y dónde lo hace el otro, cuando sabemos que todo está tan mezclado. Tampoco quiero decir que seas uno de tantos (¿no te has dado cuenta de que, según pasan los años, cada vez somos más?). En eso, siempre he creído que nos debemos un poco de respeto o consideración. Hay, en ese aspecto, una regla de oro: tratarnos siempre como iguales, que es, al fin y al cabo, lo que somos (o, dicho de otra forma, que, aunque quisiéramos, no podría ser de otra manera). ¿O qué crees tú que pasaría si no nos cuidáramos entre nosotros? ¿Te lo imaginas? Nos volveríamos locos. Los hemos conocido así.

La cuestión que surge ahora es, llegados a este punto, ¿qué hacemos? Corrígeme si me equivoco, pero creo que yo ya no te aporto nada a ti y yo ya te tengo completamente integrado, como asumido. Por otra parte, sabes que tampoco nos podemos separar. No, eso no estaría bien. Lo he probado otras veces y nunca ha funcionado. Después de todo lo que hemos pasado, sería muy injusto para cualquiera de las partes y, por ello, para el total. Han sido un par de meses divertidos, eso no te lo niego. Estar así, con tanto tiempo para nosotros, ha sacado algunos matices que desconocíamos hasta ahora. Ha sido como estar en unas largas vacaciones, pero sin estarlo realmente. ¿Tú te acuerdas de aquello que me dijiste aquel día? ¿Cómo era? ¡Ah!, ya me acuerdo. “Es como cuando estás en un aeropuerto esperando para tomar un avión y te anuncian, de repente, que tu vuelo se retrasa unas horas. No puedes ir a ningún sitio, pero tampoco puedes volver al lugar de donde partiste”. Eso dijiste. Y la verdad es que es una comparación bastante buena. Siempre me (o nos) han gustado mucho los aeropuertos precisamente por eso, porque una vez llegas allí, no puedes hacer nada más que esperar, pero si te fijas y pones un poco de atención, suceden muchas cosas interesantes.

Entonces, ¿qué? ¿Te animas? No, no te pongas triste. No pasa nada, es lo normal. Esto no quiere decir que no volvamos a vernos pronto. Que oye, nunca se sabe. En cualquier momento, puede pasar cualquier cosa y volvemos a dónde estamos ahora mismo. Aunque, la verdad es que no te quiero engañar. En estas cosas, cuando pasan, nunca nada es como antes, aunque se repita la situación. Hay cambios que no tienen marcha atrás. Por eso son cambios, porque todo muta y, de ser así, se convierte en algo que ya será diferente. Pero no te preocupes, al fin y al cabo, aunque nos marchemos, nunca nos vamos del todo. Ya verás. Pronto vendrán otros como tú. O como yo. Otros que serán tú y yo al mismo tiempo y, a la vez, otra cosa distinta. Y así, seguiremos. Quién sabe cuándo se acabará. Cuando ocurra, sin embargo, habrá ocurrido. Y así se detendrá todo. Tú, yo, o yo y tú, y aquel otro. Ya veremos. Eso es lo bueno de este asunto, que, en el fondo, ya lo sabemos todo y, a la vez, no tenemos ni idea de casi nada. GERARDO LEÓN

También te puede interesar…

Un epílogo (o no)

Para Áurea, que quiso saber cómo acababa esta historia que no acaba. Nada empieza y nada acaba, pensó. Todo es un continuo. Eso es lo que se dijo viendo a

El dilema del autor

Podría decir que apareció de repente, pero no estaba seguro. En realidad, estaba dándole vueltas desde hacía días, pero la historia no acababa de tomar una forma que le llegara

Un café

Para Sara. ¿Cuál es el precio de la felicidad?, se preguntaron más tarde. Llevaban trabajando juntos mucho tiempo. Hacía dos meses que no se veían las caras por culpa de

La vuelta a la normalidad

No hay señal más clara de que, con esto del virus, las cosas están volviendo a la normalidad que el hecho de que tu vecino del piso de al lado

Una de zombis

Las cosas como son. No es fácil ser un zombi. Un día cualquiera te despiertas como de un sueño y ya no recuerdas nada de tu vida anterior. Y digo

¿TODAVÍA NO TE HAS SUSCRITO A NUESTRA NEWSLETTER?

Suscríbete y recibirás propuestas culturales de las que disfrutar en Valencia.