F. BANCAJA. Pl. Tetuan, 23
Seguramente Joaquín Sorolla no recogía la mesa después de comer, lo más probable es que se quedara sentado fumándose un puro mientras Clotilde, su mujer, y sus hijas recogían los platos sucios. No era feminista, como ningún hombre lo era su época y sería un error juzgarlo (a él o a su obra) con los ojos de hoy. Pero la exposición que acoge Bancaja, Sorolla. Femenino plural, quiere al menos presentarlo como un hombre sensible y respetuoso con las mujeres, a las que siempre retrató con una pátina de dignidad. Estimulado por la inteligencia y sensatez de su propia mujer, dicen las comisarias. Osada afirmación. En fin… En cualquier caso, toda excusa es buena, sobre todo en València, para revisitar la obra de nuestro artista más insigne, y en este caso la excusa es analizar la imagen que dibujó de las mujeres de la época, favorable aunque plagada de estereotipos: ángeles del hogar, mujeres caídas, sencillas y trabajadoras mujeres del pueblo, elegantes burguesas y “modernas”.
Como tantos otros, Sorolla recurrió a la Antigüedad clásica o al imaginario de oriente para revestir de dignidad sus desnudos, y echó mano del manido tema del pintor y la modelo para crear imágenes abiertamente sensuales. Odaliscas, bacantes y modelos desfilan en la primera parte de la muestra, para después dar paso a campesinas, amas de casa, prostitutas, pescadoras, elegantes damas de la aristocracia, artistas y las mujeres de su familia, en escenas cotidianas y retratos cercanos y afectuosos. Pinta a las campesinas como mujeres trabajadoras, limpias y devotas en cuadros sencillos, sin demasiadas pretensiones, y a las prostitutas del óleo Trata de blancas con compasión, en una corta época en la que practicó el realismo social. Siempre amable. Las pescadoras aparecen como mujeres duras hechas al trabajo en la costa, donde Sorolla hizo sus mayores hallazgos en el estudio de la luz y el uso del color, los que le reportarían fama mundial. Las mujeres de la exposición plasman la evolución del estilo sorollesco, la maravillosa acuarela de La Santera (1890) refleja la experimentación del artista con las influencias que había recibido en sus estancias por Europa, en el cuadro costumbrista Familia valenciana (1894) busca el naturalismo y domina la luz como nadie, la vendimiadora de Jerez (1914) está hecha de rápidas pinceladas impresionistas que buscan captar el instante preciso, y el gouache Cristinita vestida de blanco (1919) es una muestra de hacía donde hubiera caminado el arte de Sorolla en adelante. El planteamiento de la muestra es dudoso, pero el arte de Sorolla incuestionable. AU