CENTRE DEL CARME. Museu, 2
De todos los artistas urbanos que han diseñado la falla municipal durante los últimos años (Okuda, Pichiavo y Escif), Dulk es el que, a priori, mejor se adapta a la estructura clásica del monumento fallero. En sus creaciones acostumbra a apelotonar animales entrelazados en composiciones complejas y narrativas que lanzan un mensaje claro: es destructiva la relación del ser humano con la naturaleza. Su paleta de colores suave y las formas redondeadas contribuyen a crear un ambiente onírico de calma que es pura tapadera, si miramos el detalle encontramos animales de mirada perdida, que lloran, lanceados, encadenados, con las tripas fuera, con cuellos, torsos y colmillos rebanados, que, impotentes, esperan una reacción. El lowbrow (surrealismo pop) de Dulk —que bebe de Durero, Jan Van Eyck, Dalí, Magritte y, por encima de todos, El Bosco— se pone al servicio de la rondalla y el barro, los anclajes del proyecto Rondalla de fang que presenta en el Centre del Carme como una extensión de la falla que, este año, no se plantará en marzo. La rondalla es una breve narración popular de tradición oral y el barro un material que remite a la creación en nuestra tradición judeocristiana, dos elementos con raigambre en la cultura valenciana a través de la figura de Enric Valor y el paraje natural de La Albufera. Dulk se sirve de ellos para hablarnos, sobre las paredes del museo, de la generosidad atávica de la naturaleza frente al egoísmo del hombre depredador. Es un proyecto sensorial que involucra al espectador, el visitante es un personaje más en los cuadros. Dulk ha pintado todas las paredes de la sala con murales, a los que se suma una serie de esculturas de mediano y gran formato que buscan envolver al público. Un cuento onírico sobre el comportamiento de las especies de la Albufera, sobre como les está afectando el cambio climático. AU