Jean Dubuffet. Un bárbaro en Europa

IVAM. Guillem de Castro, 118 

Las Vanguardias transformaron el arte y la cultura de arriba abajo, pero fracasaron estrepitosamente en sus pretensiones de cambiar el mundo. Tras ellas llegaron los fascismos, el genocidio Nazi, la Segunda Guerra Mundial y la bomba atómica. Adorno se preguntó cómo hacer poesía después de toda aquella barbarie y el arte buscó vericuetos por los que renacer y reinventarse. Los de Jean Dubuffet fueron muy atrevidos y acabaron conformando unas maneras que recibieron el nombre de “art brut“. El francés sostenía que el verdadero arte no estaba en las instituciones si no que se producía en los márgenes de la sociedad, era el hecho por niños, presos, enfermos mentales o indígenas. Por eso, desde 1945 buscó obras de personajes libres de cultura artística que demostraban una nueva habilidad para la invención, como Aloïse Corbaz, ingresada en un psiquiátrico suizo. De ella podéis ver en el IVAM los fantasmas enamorados hechos con lápiz de color, jugo de geranio y papeles cosidos.    

El propio Dubuffet fue un heterodoxo que practicó una pintura “primitiva” y naif con la que reírse de la oficialidad y retar a las instituciones culturales occidentales. Consiguió poner en solfa el concepto de modernidad blanca occidental. El título de esta retrospectiva, Jean Dubuffet. Un bárbaro en Europa, con la que el IVAM corona su treinta aniversario, hace referencia al libro Un bárbaro en Asia del poeta Henri Michaux (retratado por Dubuffet en el cuadro Henri Michaux acteur japonais, donde cuestiona la noción de retrato) en el que su autor descubre que, al adentrarse en otra cultura, el bárbaro es él. Después de la catástrofe que supuso la Segunda Guerra Mundial, Dubuffet quiso proclamar los valores de la humildad y la modestia para poner en valor el retrato del ser humano desnudo de cualquier particularismo. Lo ejemplifica el cuadro “Desnudus” (1945), donde rechaza los honores militares para celebrar al hombre común, o en “Le Géologue” (1950) en el que un pequeño personaje, con una lupa, sobre un paisaje de capas estratográficas simboliza que el hombre no es el centro del mundo y no tiene la medida de todas las cosas. Dubuffet se interesó por las culturas llamadas “primitivas”, un término que, a su juicio fue inventado por Europa para colonizar el mundo. Como Gaugin, viajó lejos para aislarse de la cultura Occidental y combinar su labor artística con la de etnógrafo, en este caso, en el Sáhara argelino, donde se encontró con una cultura del desierto que no esperaba. Se interesó por las estelas antropomorfas de las estepas euroasiáticas, muy difíciles de clasificar y estudiar porque los antiguos griegos llamaban “bárbaros” a los pueblos que producían este arte. Eso es precisamente lo que interesa a Dubuffet, lo inclasificable, como Orient de barbe” (1959). Defensor del animismo como sistema de pensamiento, le fascinaba descubrir figuras en los objetos naturales, en una madera encontrada en la playa a la que llamo “Le bourdeur” o en alas de mariposa con las que compuso el precioso cuadro “Le jardin mulâtre“. 

En los años 60 su arte derivó hacia un juego de abstracción pura, imitadísima después, que también tiene algo de infantil, como el que se aprecia en la escultura de poliéster Personnage aux bajoues (1967). Dubuffet estaba convencido de que todo punto de vista ha sido construido culturalmente, lo que quiere decir que hay otras maneras posibles de interpretar el mundo. Sus planteamientos heterodoxos y polémicos pusieron a la crítica hostilmente en su contra, decía que pintaba mal, pero tiempo después (años 70-80) artistas como Jean-Michel Basquiat o el Equipo Crónica se interesarían mucho por su obra. Al final, como cualquiera de los bárbaros que antes que él (y después) cuestionaron la institución artística, ha acabado engullido por ella para volver a vomitarlo, ya como un “bárbaro domesticado”. S.M. 

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