Habitar el Mediterráneo

VAT. Guillem de Castro, 118

En la nueva exposición del IVAM convergen dos de sus líneas museológicas, el Mediterráneo y la mujer, como sujeto activo, como artista, no como objeto de belleza que posa para la mirada masculina. Se ha huido premeditadamente de la idealización con el objetivo de mostrar unas pocas luces –como ese vivir la calle tan Mediterráneo– y muchas sombras: se habla de muros, de ejecuciones, de aberraciones urbanísticas, de dictadores y, por encima de cualquier otra región, de Palestina. Definitely, de la ciudad (arquitectura y urbanismo) y de los modos de vida que esta cobija. Habitar el Mediterráneo es un paseo por la urbe y a través del tiempo que empieza con el mosaico romano con escenas portuarias de una villa de Toledo. Como representación amable que completan el incensario en forma de campamento militar romano, la reja romana –se han conservado muy pocas– del museo de Mérida, los dibujos de balcones de Juan Muñoz, la representación alegórica del centro del Cairo que parece una celosía de Susan Hefuna o la gran instalación del libanés Rayyane Tabet hecha con pequeñas piezas que parecen lego de hormigón, puestas unas sobre otras conformando una gran ciudad con sus distintas capas de sedimentos.

El lado más oscuro de las culturas mediterráneas está recogido en las obra de Hrair Sarkissian, fotografías en gran formato de apacibles plazas de Damasco o Alepo que toman otra dimensión cuando lees el título de la obra: Execution squares. Volviendo unos cuantos siglos atrás se exponen terracotas helenísticas de seres deformes, prisioneros, esclavos y ancianas del Museo del Louvre. De Albania tenemos una instalación de Anila Rubiku que representan las miles de bunkers que el dictador Enver Hoxha mandó levantar en los años 90 ante una hipotética invasión de Italia y que sirvieron para mantener atemorizada a la población. En el documental Cynopolis of Camille Henrot, rodado en unas excavaciones arqueológicas en Saqqara, conviven objetos de deshecho con perros callejeros, turistas y reliquias históricas, los dibujos naif de Mohamed Al Hawayri, artista nacido en un campo de refugiados de Gaza, ridiculizan las relaciones de dominación de soldados armados israelíes con la población civil palestina, y los preciosos relojes de arena de Majd Abdel Hamid contienen arena hecha de machacar hormigón del muro que separa Israel de Palestina. Como hay trozos más grandes que no pasan por la boca estrecha del reloj, el mecanismo se atasca y el tiempo se detiene. Anna Marín ha ideado una piscina iluminada de agujas con un bordillo relativamente estrecho que provoca cierta sensación de peligro, en referencia a las peligrosas aguas del estrecho de Gibraltar, y Yazan Khalili pinta de colores la foto en blanco y negro de un campamento a las afueras de Ramala para insuflarle un poco de alegría y esperanza. S.M.

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