FUNDACIÓN BANCAJA. Pl. Tetuán, 23
Apareció la fotografía y la pintura realista dejó de tener sentido, más bien, el sentido que tenía hasta entonces. Esa es la tragedia de la historia del arte, la manía académica de clasificar y compartimentar el arte he llevado a que las corrientes pictóricas predominantes en cada periodo histórico se eclipsen unas a otras haciendo de menos lo que antes era lo más. Lo ha sufrido Antonio López, según Tomás Llorens, comisario de la retrospectiva sobre el artista madrileño, uno de los grande maestros del realismo europeo, que el mes pasado inauguraba la Fundación Bancaja. López, el pintor de los detalles que tardó veinte años en acabar el retrato de la familia real, despliega en València sesenta años de carrera que arranca en los años 50 cuando empezó buscando un lenguaje figurativo propio que se acercó al realismo mágico, y acaba en las recientes panorámicas urbanas (una de las expuestas en Bancaja, en pleno proceso de creación) que desechan lo accesorio para acercarse al hiperrrealismo. Y entre tanto, sus temas recurrentes: la ciudad (podéis ver el lienzo de una Gran Vía madrileña desierta que tanto ha dado que hablar durante la cuarentena), el cuerpo humano en auténticos estudios de anatomía y en pequeñas esculturas de bebés (tan difíciles para los artistas por sus proporciones desproporcionadas), el interior doméstico (un cuarto de baño cochambroso devine objeto artístico), la ventana como torreón desde el que observar el mundo y lo vegetal. Membrillero, por ejemplo, es el bodegón que inspiró el largometraje El sol del membrillo donde Víctor Erice filmó el proceso creativo del artista mientras pintaba un membrillero del patio de su casa. La Fundación Bancaja se apunta un tanto con una de las grandes exposiciones del año en València. AU