“Una cosa es que te hablen de números y otra ponerles nombres a los refugiados, hablar con ellos”

MARCEL BARRENA (DIRECTOR DE "MEDITERRÁNEO")

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Nos situamos en el año 2015. Las televisiones de todo el mundo difunden una imagen estremecedora. Ante la pasividad de las autoridades locales y de la comunidad internacional, el cuerpo de un niño de 10 años yace muerto en una playa de la isla de Lesbos, en Grecia. Es una víctima más de la guerra de Siria que está empujando hacia Europa a miles de refugiados. Alarmado por estas imágenes, Oscar, un hombre maduro que trabaja como socorrista, toma una decisión. Vista la pasividad de las instituciones griegas y europeas, decide marcharse a Lesbos para echar una mano. Oscar no quiere solucionar el problema migratorio. También es consciente de que no podrá solucionarle la vida a las miles de personas que llegan cada día a las costas. Pero sí puede hacer algo: cumplir la ley del mar. Esta ley obliga a hombres como Oscar a socorrer a todo aquel que caiga al agua y cuya vida corra peligro. Contra la opinión de sus compañeros y socios en la empresa de socorristas en la que trabaja, pasando por encima de las autoridades locales, empieza a vigilar la playa. Nada más llegar ya debe poner a prueba sus capacidades. Rebosantes de hombres, mujeres y niños, las primeras lanchas aparecen ante sus ojos y los chalecos salvavidas no son asidero suficiente para llegar a salvo a la orilla.

Basada en hechos reales, esta es la historia que cuenta Mediterráneo, tercer trabajo largo del director Marcel Barrena, con quien charlábamos tras la presentación de su película en los cines Lys de Valencia. Mediterráneo se estrenó en salas comerciales el pasado viernes 1 de octubre y cuenta en su reparto con actores como Eduard Fernández, Dani Rovira, Anna Castillo o Sergi López, entre otros.

¿Cómo llega este proyecto a tus manos?
El proyecto llega a mis manos cuando Dani Rovira y yo estamos trabajando en otra historia. Pero cuando me entero de que hay un socorrista español que se fue con lo puesto a Lesbos y acabó salvando a más de 60.000 personas solo con sus manos, no pude resistirme y fui a por ello. Llamé a Dani y le dije que teníamos que dejarlo todo para contar esta historia. Él lo vio tan claro como yo y nos pusimos. Al día siguiente, quedamos a comer con el personaje real, Oscar Camps, y le convencimos de que nos dejara hacerla. Y así es como empezó todo esto hace cinco años. Al principio, Oscar se mostró un poco inseguro porque no quería tener una presencia importante ni en los medios ni en ningún otro lado, pero, poco a poco, fue entendiendo que queríamos hacer algo con respeto, con dignidad y poniendo el conflicto en primer plano. Oscar vio que lo importante no era él, sino la causa, y entonces se sumó a las revisiones de guion, a todo. Y hasta hoy.

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El proyecto sale de tu relación con Dani Rovira, al que luego se sumarían otros actores bastante conocidos. ¿Hasta qué punto es necesario el apoyo de un cartel como este para levantar una película como Mediterráneo?
Dani estaba en el ajo desde el principio porque él y yo habíamos hecho 100 metros y nos llevamos muy bien, nos entendemos. Luego, fueron entrando los demás actores, sobre todo por la fuerza del tema, del proyecto, y cómo queríamos enfocarlo. La presencia de actores importantes es fundamental para la financiación de un proyecto. Si no accedes a ellos es más complicado que los inversores te lo validen; las cadenas, las televisiones, los institutos de cultura, todo eso necesita fuerza. Es posible hacerlo con actores desconocidos, hay miles de ejemplos, pero cuanto más poder de nombre tienes, más equipo de más relumbrón atraes, y con ello más inversión, con lo cual tienes una película más grande y con mejor musculatura. Entonces, sí, es importante. Otra cosa es para películas más chiquitinas o de corte más artístico, en las cuales priman otros elementos o, a veces, es incluso mejor contar con actores desconocidos para darle más verosimilitud. Pero aquí también intentamos darle el máximo realismo posible dentro de contar con grandes actores. A esto también se suma que soy bastante cinéfilo y tengo una profunda admiración por la profesión del actor y de la actriz, así que intento contar con los mejores o con los que más me gustan.  En mi caso, he tenido la suerte de que en las dos pelis que he hecho todos los que he querido me dijeron que sí.

Ponerse en la piel de gente que ha llevado una vida tan intensa frente a problemas tan complicados debe producirte un cierto pudor, si bien no puedes dejar de pensar en la ficción que quieres hacer. ¿Cuál fue la mayor dificultad en este sentido?
La mayor complicación es la de ser rigurosos, ser verosímil, ser justo y responder a una responsabilidad tremenda, porque aquí el reto no era Oscar o Gerard, los personajes reales, sino los refugiados, cómo aparecían, cómo dábamos dignidad y realismo a todo ello a la par que estructurábamos una película grande, comercial y de esperanza. No había que caer en cursilerías, en demasiada blancura, pero, a su vez, debíamos ser rigurosos con el tema y los personajes, por eso lo que hice fue rodearme de ellos, rodearme de Oscar, de Gerard, de Esther… Oscar estuvo en rodaje, rodamos en sus instalaciones, con su material, todo lo que usamos en la película es el material real que ellos usaron en esos días. Al final, es un trabajo de colaboración entre tú y los personajes reales, ya sea Oscar, como con los refugiados. Hay que ganarse su confianza, su cariño y su buena disposición para contar la historia y que, a la vez, entiendan que tienes que contarla desde la óptica de una peli comercial, que es lo que queríamos hacer.

Una de las cosas que plantea la película es la diferencia entre lo que vemos en las noticias y la realidad del terreno. La película se rodó en los espacios donde sucedieron los hechos, con los propios afectados. ¿Cuál es la diferencia? ¿Qué aprendiste de todo ello?
La verdad es que yo ya iba bastante preparado para el rodaje. Era un tema del que me había documentado mucho, que había trabajado codo con codo con Oscar. Hice muchos viajes a Lesbos, a los campos de refugiados, a las playas, a todos los lados donde había pasado todo, así que no me pilló mucho por sorpresa. Lo que sí fue es gradual. Una cosa es la realidad a través de una pantalla y otra es estar allí. Una cosa es que te hablen de números, de tantos refugiados, de tantas víctimas, y otra ponerles nombres, hablar con ellos. No fue algo del rodaje, sino del proceso, de la pre-producción, de la documentación. Por ejemplo, lo que más me sobrecogió fue ver que no hay diferencia entre lo español y lo sirio. Obviamente, cada cultura es distinta. Nosotros teníamos seis lenguas en el rodaje, pero luego ves a refugiados mirando sus i-pads, o jugando con sus móviles o viendo series en los campos, series que son las mismas que estás viendo tú. De repente, ves a una niña siria que está viendo Friends en un campo, y ahí es donde te das cuenta de que no hay ninguna diferencia, que todos somos humanos. Vas con eso de base, pero, al verlo, te sobrecoge y piensas: ¿qué pasaría con nosotros si hubiera una guerra en España, si hubiera una gran crisis de cualquier tipo? Pues que tendríamos que buscar cualquier sitio. Eso te pone en perspectiva la suerte que tienes y tu propia responsabilidad.

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Oscar se ve en la obligación de ser protagonista mediático de esta historia para que trascienda su labor y, así, trascienda también el problema que está afrontando. ¿Es necesario salir en la tele para que un problema cobre relevancia?
Bueno, sí. Los medios son la base de la comunicación. No hay más. Tú puedes hacer algo grande y que no se entere nadie, y servir de muy poco. Para nosotros es lo mismo. Si no hablamos con la prensa, si no contamos la película, si no hacemos mil coloquios o mil programas o mil entrevistas, la gente no se va a enterar de que hay una película que está muy bien. A él le pasó lo mismo. Al inicio él era muy reticente, no quería hablar con la prensa, no se sentía protagonista de nada, el protagonismo era para la causa. Pero llegó un momento en el que entendió que, si no lo contaba, no se sabía. El problema con la información es la sobreinformación y, con ésta, la deshumanización de esa información. Todos tenemos que ser rigurosos, no solo el que hace la obra, la que sea, sino quien la cuenta y eso es algo que deberíamos cuidar un poco más.

Por otro lado, la televisión no se interesa por sí misma por un problema hasta que cuenta una historia personal y con morbo. ¿No es esto un poco hipócrita? ¿Cómo ves el papel de los medios en este sentido?
La televisión busca el impacto y el impacto emocional. La sobreinformación nos ha acostumbrado a poner números y no nombres, a hablar de lo malo y no de lo bueno. Eso intentamos explicarlo en la peli a través del personaje Santi Palacios, el periodista, que expone una verdad rotunda cuando les dice: “si habláis de la pobreza, la gente no lo va a leer porque la pobreza da miedo, no interesa; pero si hablamos de los socorristas españoles que estáis haciendo esto, entonces, sí podemos identificarnos”. Es exactamente lo que pasó con el niño que aparece en la playa. Era un niño muerto en una playa, que impacta mucho, pero al día siguiente se pasa porque te van a hablar de otra cosa. Lo que pasó con Aylan Kurdi es que se le puso nombre y apellidos y se contó su historia. En el momento en que humanizas, que personificas, es cuando la gente conecta con ello. Y así es como trabaja la prensa. La película también lanza esta idea.

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En la convivencia con los refugiados de Lesbos, ¿qué has aprendido que no sabías sobre su situación?
Entronca un poco con la anterior. Es eso de verlos no como un número, con la etiqueta de “refugiados”, de “extranjeros”, sino como personas con nombres y apellidos, de escuchar sus historias. Por ejemplo, allí había un profesor de instituto que había participado en la película porque en Siria, en Alepo, había sido profesor de teatro y le gustaba el cine. Cuando escuchas las historias, cuando conoces a la gente, todo cambia. Dejan de ser los “sirios”, los “refugiados”, los “pobrecitos”, y son gente normal y corriente que, cuando la conoces, ves que son muy parecidos a nosotros, que podríamos ser nosotros. Hay que pensar que los primeros que se fueron de Siria era gente de clase alta y de clase media, porque fueron los primeros que pudieron pagar el peaje e irse. Con lo cual, al margen de la religión de cada uno o el idioma, las vinculaciones son las mismas, los mismos referentes culturales. Ellos ven nuestras pelis, hablan de nuestras series, buscaban guardería para sus hijos… ya no ves a los otros, ves a “nosotros”.

¿Hasta qué punto el cine es un vehículo de concienciación pública hacia ciertos problemas? ¿Crees que puede repetirse esta situación?
El cine siempre ha servido como entretenimiento, que es el gran cine que a mí me gusta. Es el que más disfruto, el que más ganas tengo de ver. Pero, a su vez, el cine también ha servido para poner en el espectador, en la comunidad, cosas que no sabíamos. Es una gran herramienta de empatía, quizá la mayor herramienta de empatía que existe, especialmente el cine de ficción. Es un vehículo directo a la emoción porque conectas de manera directa con estos personajes, vives la historia a través de ellos. Por ejemplo, cuando nadie hablaba del sida o era un tabú, Tom Hanks y Philadelphia nos contó cómo se vivía, empatizamos con ello. Esto ha pasado con todas las cosas de la sociedad, desde temas políticos, sociales, humanos, enfermedades… Yo ya lo viví con 100 metros, que tocaba un tema del que no se hablaba en el cine, que era la esclerosis múltiple. No solo, pero la ficción también sirve para esto. Todo es súper-importante, tanto el entretenimiento como la información, y nosotros hemos intentado hacer las dos cosas en una: una gran película comercial, pero también contar un tema.

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