“Un aspecto que aparece en mis personajes es el extrañamiento hacia cómo funciona el mundo”

AVELINA PRAT (Direcotra de "Vasil")

Un día, Luisa (interpretada por Alexandra Jiménez), hija de un arquitecto retirado (Karra Elejalde), descubre que su padre acoge en su casa a un inmigrante búlgaro (Ivan Barnev). Esta situación, extraña para ambos (nunca habría imaginado que su padre, un hombre huraño y solitario, pudiera hacer algo así) despertará su curiosidad y la llevará por un camino de conocimiento mutuo. Esta es la premisa argumental de Vasil, el bello debut cinematográfico de la valenciana Avelina Prat que este 4 de noviembre se estrena en salas comerciales. Charlábamos con ella sobre esta producción.

¿Cuál es el origen de esta historia?
Es una cosa que le sucedió a mi padre hace unos años. Yo comía con mi padre una vez a la semana. Mi padre me llamó un día para decirme que no podíamos quedar a comer porque tenía una circunstancia, y es que tenía un búlgaro en casa y que le tenía que echar una mano con no sé qué. A mí me sorprendió mucho. Una amiga suya conocía a un búlgaro que estaba durmiendo en la calle y le había pedido que lo alojara un par de días en su casa y mi padre le había dicho que sí. Y allí estaba el hombre. A la semana siguiente, vuelvo a ver a mi padre y me dice que el búlgaro sigue en su casa, que estaba buscando trabajo, pero que se iba a ir pronto, y que lo habían conocido en el club de bridge. Para mí todo eso era muy extraño y, a la vez, fascinante. Fue pasando el tiempo y aquel hombre no se iba. Siempre estaba a punto de irse, pero nunca se marchaba y aquello se prolongó. Yo viví esta historia a través de las palabras de mi padre. A partir de ahí, imaginé este personaje y escribí la historia según como yo lo veía, sin llegar nunca a conocerlo, por eso la película tiene este aire de fábula.

¿Cómo fue el proceso de escritura, desde ese nudo original, del guion definitivo?
A mí me pareció muy curiosa la idea de un tipo que duerme en la calle, pero que es campeón de bridge y de ajedrez, y que se busca la vida en un club de bridge con señoras mayores (porque al bridge juegan mayoritariamente señoras mayores), que le pagaban un poquito para jugar con él y, así, subir en el ranking [de la competición]. La otra cosa que me fascinó fue conocer esta historia a través de otros. Yo había vivido todo esto como una ficción, así que pensé, voy a escribir esta historia, y fui poco a poco trabajando el guion. Y como es un proceso bastante largo, llegó un momento en el que había cosas del guion en que ya no sabía si me las había inventado yo o me las había contado mi padre.


En un contexto del cine español donde parece que priman una serie de relatos en los que se abordan grandes cuestiones sociales, tú presentas una película que nos cuenta la historia de unos personajes que, simplemente, tratan de conocerse mejor. ¿Cuál fue tu planteamiento en este sentido? ¿Hay en ti algo consciente o decidido a contar este tipo de historias?
Imagino que, cuando empiezas a escribir, no es una decisión deliberada, pero luego te das cuenta de que sí hay algo de eso. Yo no quiero trascender ni contar una historia que englobe grandes cuestiones. Lo que yo puedo hacer, lo que va conmigo y me interesa es tratar temas pequeñitos, pero que desprendan algo más hondo o profundo. Me gustan mucho las historias sencillas en las que estás con los personajes, que, como trama en sí, no plantean un tema de estos candentes, pero que luego sí que conectan con ello y que sí hablan de cosas. Hablan de las relaciones con los demás, de cómo conectar, de esa distancia que siempre dejamos con otros. Me gusta, sobre todo, contar historias. Esta película va mucho de eso. Me contaron la historia, yo la he trasformado en una película y, dentro de la película, se cuentan historias, también. Todas son pequeñitas, pero todas tienen algo.

Tu película cuenta la relación de un padre y una hija que se encuentran salvando una distancia entre ellos que incluso ellos mismos parece que desconocen. Siempre está este tópico de que un escritor o un guionista, cuando escribe una historia, pone algo de sí mismo en todos sus personajes. ¿Hay algo de ti en este relato o en los personajes?
Sí, hay un montón. En cualquier historia que escribo me doy cuenta de que, al final, trato los mismos temas y, aunque tengan vidas diferentes, me salen personajes parecidos. Su manera de mirar el mundo se parece bastante a la mía, no lo puedo evitar. Por ejemplo, yo sí siento muy presente la distancia que tengo con todo el mundo. Mi forma de acercarme o suplir esa distancia es con amabilidad, con simpatía, intentando sonreír (risas) Me he dado cuenta de que todos mis personajes son muy solitarios y que siempre intentan dar un paso. O no darlo, pero siempre hay algo de eso. Hay otro aspecto también personal que aparece en los personajes, en la película y en los cortos que he hecho, que es el extrañamiento hacia cómo funciona el mundo. El extrañamiento ante lo que nos rodea y el no saber muy bien dónde situarte y cómo comportarte, el estar en una búsqueda permanente de cómo hacer.

Hay una cosa que me ha llamado la atención de la historia es que lo otro, lo extraño, lo anómalo puede ayudar a resolver aquello que queda pendiente entre las personas, ser el punto de apoyo o el enlace entre nosotros. ¿En qué medida te interesaba que el espectador se confrontara con esta cuestión?
Sí, es tal cual. Padre e hija tienen una relación bastante distante por cómo son ellos. Es una relación de un respeto exagerado hacia la vida del otro, de no meterse en nada de lo que hacen; se han instalado en esa rutina y en esa manera de funcionar. Y a través de esa convivencia con este nuevo elemento, el padre se da cuenta de que la relación con la hija debería acercarse un poco más, que necesitan un poco más de conexión. Y ella, a su vez, igual. Ella descubre en su padre cosas que tienen que ver con cómo trata a este personaje, el hecho de meter a alguien en su casa, algo que para ella era impensable. Todo eso hace que ella vaya descubriendo en su padre cosas que no conocía y que se vaya acercando un poquito más.

Me refería también a la cuestión de la inmigración. En tu película no es un elemento central, no se puede decir que sea, como comentábamos antes, ese gran tema que aborda, pero, de alguna manera, parece una invitación hacia el espectador para acercarte a lo extraño, de tal forma que, de esa relación, también surja algo de lo que va a aprender.
Sí, la película está muy contada desde el punto de vista de los de aquí. Todo gira en torno a Vasil, el protagonista, pero estamos contado la historia de los demás. De hecho, el único punto de vista que no tenemos es el de él (risas). No miramos al inmigrante desde un punto de vista distante, social, como estamos acostumbrados, sino que se mete en casa y entonces se transforma en una persona. Ya no es un inmigrante “equis”. De repente, este inmigrante irrumpe en tu cotidianidad y cambia las cosas. ¡Es que podría ser de Murcia y el padre lo viviría igual! (risas) Pero sí, la perspectiva cambia. Yo no quería tratar el tema de la inmigración como solemos verla, sino desde este otro ángulo.

Otro tema interesante hace referencia a lo poco que sabemos muchas veces de esas personas que nos son, curiosamente, más cercanas. En este caso, es el padre. Pensamos que lo sabemos todo de nuestro padre, por ejemplo, y de repente, descubrimos todo un mundo. No sé si era una cuestión que te seducía y de qué manera lo querías abordar.
Sí, lo pienso muchas veces. Miro a las personas que me rodean, incluso de la familia o gente muy próxima y, en muchos aspectos, son muy desconocidos. Eso vuelve a estar relacionado con el tema de la distancia. De repente, descubrir algo insospechado de alguien muy cercano sorprende y, a la vez, te das cuenta de eso, de que realmente somos unos desconocidos. No hace falta que sea un búlgaro, es que hay muchas cosas de mi propio padre de las que no tenía ni idea.

¿Y en qué manera la propia historia resolvía para ti ese interrogante?
En realidad, no creo que resuelva nada, pero sí constata algo que iba flotando por ahí y de lo que te das cuenta con mayor profundidad. Pero resolver, resolver, pues no (risas) Sabes lo que hay y el primer paso es darse cuenta de las cosas.

Otro elemento es el papel de la familia en la sociedad. A pesar de todo lo que se dice contra ella, sigue ahí, en el nudo de nuestras relaciones, ¿Cómo lo percibes?
Yo creo que, de alguna manera, sigue ahí. Lo que pasa es que lo hace de una manera más abierta. En esta película, por ejemplo, se dice que el hermano vive en Madrid, y no aparece nunca, solo en una llamada telefónica. Entendemos que la madre está divorciada del padre y tampoco aparece. Es una familia un poco disgregada, pero cuyos miembros siguen en contacto y hay una conexión importante en sus vidas. En la mayoría de familias que tengo cercanas ese es un poco el esquema, pero cualquier tipo de esquema vale.

Te quería preguntar sobre el humor. Creo que Vasil es una película muy divertida y quería que nos contaras qué papel juega el humor en tu trabajo.
¡A mí me encanta que siempre haya un poquito de humor! No es un humor de carcajada, pero son pequeñas situaciones extrañas que te levantan la sonrisa, que ayudan a explicar a los personajes y ese extrañamiento del que hablábamos y que, con humor, se cuentan muy bien. En esta película, en concreto, ya había en el guion varias situaciones de este tipo, pero, sobre todo, contar con Ivan Barnev, el actor búlgaro, hizo que el personaje acentuara más ese lado. No hay más que verlo. Tiene esa simpatía innata y esa manera de actuar y decir las cosas que apoyó todavía más este aspecto de la película.

Vasil es una película claramente de personajes, y lo que me gusta mucho es su tridimensionalidad. En ese sentido, quería preguntarte cuál ha sido la relación entre el guion y el trabajo con los actores. Son unos personajes muy propios, que van más allá del cliché y, mientras veía la película, me suscitó la impresión de que los actores han aportado mucho a aquello que estaba en el texto…
Esa era mi mayor búsqueda a la hora de escribir el guion, que fueran personajes singulares, creíbles y nada estereotipados. Lo trabajé mucho y me alegra mucho que lo veas. Es verdad que los actores aportan mucho. Me pasó con todos. Lo primero fue hablar bastante con ellos, que entendieran bien el personaje. Una vez lo entendieron, ya iban solos. Se trataba de matizar cosas durante el rodaje. Recuerdo estar tomando un café con Susi [Sánchez] durante la preparación de la película. Hablamos mucho del personaje que ella interpreta y, cuando ya lo tenía clarísimo, me dijo: Avelina, lo he pillado. Ahora voy a mi casa, hago mi trabajo y vengo al rodaje. Y yo le dije: muy bien (risas).

Y en ese matizar, ¿hay una relación directa entre el texto que tú escribiste y los personajes que ellos construyeron finalmente, o hay una mutua influencia entre ellos, tú y viceversa?
Las dos cosas tienen mucho peso. El guion ya explica cómo tiene que ser el personaje, pero el actor aporta muchísimo. Karra [Elejalde], por ejemplo, le dio una ternura que no puedes escribirla tal cual. Puedes escribir las situaciones, pero las miradas que él hace y cómo se comporta le dan una dimensión mucho mayor. Su personaje creció, sobre todo, cuando tuvo enfrente al búlgaro. De repente, el trato entre ellos hacía que el propio Karra aportara más cosas a su personaje, lo cual era muy bonito de ver. También le pasaba cuando estaba con su hija, con Alexandra Jiménez.

Estás muy contenta con el reparto…
Estoy muy contenta. Yo lo digo siempre: el casting es más importante que la dirección de actores (risas). Si aciertas con el actor que toca, el resto…

Hay una dificultad que creo que está muy bien resuelta y es cómo va tramando la película los distintos conflictos de cada personaje. Creo que Vasil no es una película de argumento, donde las situaciones se resuelven por una cuestión causal, sino que hay una serie de pequeñas piezas que se van engarzando. ¿Cuál fue el mayor reto a la hora de entrelazar todos esos elementos?
Pues que, al final, todo tuviera una consistencia y una historia que se pudiera leer como tal y no solo como una serie de situaciones, una detrás de la otra, y una descripción de personajes. Que, al final, sí que hilara una pequeña trama y que te quedaras con la sensación de que ha pasado algo (risas). Eso fue lo más difícil, es verdad.

¿Cuándo percibiste que ya estaba todo bien conectado?
La clave me la dio la secuencia final entre el padre y la hija. Que, más allá de las aventuras del búlgaro, esa progresión en la relación entra padre e hija era lo que daba unidad a la película.

La película tiene un cierto tono literario. No sé dónde está ni cómo lo consigues, o si te lo planteaste y lo proyectaste deliberadamente sobre la película, pero da la sensación de que no hay un narrador omnisciente, oculto, que es lo habitual, sino que hay alguien muy presente que te está contando a ti, espectador, lo que pasa, una historia.
Sí, hay mucho de eso. Al principio fue involuntario, pero luego me doy cuenta de que yo voy escribiendo de esa manera, que me entiendo muy bien con esa forma. Tiene mucho que ver con lo que decíamos de contar historias. Más que retratar una realidad, lo que estamos haciendo es contar una historia, como cuando nos la cuentan los papás cuando somos pequeñitos (risas) Sí, tiene una parte literaria. De hecho, hay varios momentos en la película en que eso se refuerza. Por ejemplo, cuando el búlgaro cuenta historias, o cuándo, al final, en la carta que le escribe a su hija, por fin le escuchamos hablar en su propio idioma y sucede que tenemos que leer los subtítulos para enterarnos del contenido. Hay un componente literario voluntario que cierra un poco todo esto. Sí, sí, me gusta a mí lo literario (risas)

¿Tenías en mente a alguien en especial? Yo pensaba en los relatos de Alice Munro, ese tipo de historias pequeñas…
Sí, es verdad. No tenía en mente a nadie en concreto, pero la literatura de ese tipo va mucho conmigo. Son esas historias en las que parece que no pase nada, pero que te asientan en un cierto estado de ánimo.

Es tu primera película. En el cine siempre se habla de esa lucha entre el director y las condiciones de producción. En ese largo proceso de realización de la película, ¿sientes que has tenido que renunciar a algo importante o, ahora que ha terminado, ya no importa mucho?
Mira, yo llegué con una gran ventaja a la hora de hacer la primera película, y es que, al haber trabajado en unas cuarenta películas como script, tenía muy claro lo que es un rodaje, lo que se puede hacer y lo que no se puede hacer. Y si yo sé cuánto tiempo tengo de rodaje (en este caso fueron cinco semanas), ya sé las cosas que puedo contar y cómo hacerlo. Eso para mí fue un gran alivio. Pensé: por lo menos eso me lo sé (risas) Renuncias siempre hay, pero uno ya cuenta con ellas. De lo que sí que estoy muy contenta es que el resultado final mantiene mucho el espíritu inicial de cuando empecé a escribir la historia, que es lo más complicado. Conseguir que se mantenga ese espíritu después de todos los pasos que hay que dar… Yo veo ahora la película y digo: sí, es más o menos lo que yo quería contar. O sea que, al final, hay renuncias, pero asumibles.

Quería preguntarte sobre la puesta en escena. A mí me recordaba al cine de Hong Sang-soo. ¿Qué referentes tenías?
Hombre, los referentes son inevitables, pero no piensas: “voy a hacer como fulano”. Yo me siento mucho más cercana a un tipo de cine más tranquilo, con una forma más clásica de rodar o, simplemente, más serena, que mantiene el plano más tiempo, que deja a los actores desarrollar las cosas, en la que hay muchos planos amplios y medios, pero que no hay una cámara nerviosa que sigue a los personajes a dos centímetros. Yo pensaba que eso le funcionaba mejor a esta historia y tiré por ahí. En realidad, es con lo que me siento más cómoda.

Y la última. Al ver tu película, muchos hemos sentido que es la primera vez que se rueda la ciudad de Valencia de una manera realmente cinematográfica (risas)
(risas) ¿Sí?

 …Sí, alejada de un cierto folclorismo, de un lado o de otro lado. ¿Cómo abordaste ese escenario?
Pues, por un lado, yo quería retratar una ciudad de tamaño medio-grande, pero que no necesariamente que se viera que es Valencia. No quería una situación geográfica concreta. Podría ser una ciudad de provincias de cualquier sitio. Y luego, por otro lado, sobre el retrato que se hace de la ciudad, por supuesto que hui de folclorismos, pero lo que va definiendo la ciudad son los personajes y por qué sitios se mueven. Si yo salgo de casa de Alfredo, el personaje del padre, o de casa de la viuda del bridge, paso por un par de calles que son más elegantes. En el momento en el que voy con el personaje que está buscando trabajo, estoy en lugares más populares como Ruzafa o el Carmen. O cuando él está ocioso y tiene que dejar pasar el tiempo o no sabe a dónde ir, nos vamos al río, que es un sitio que no se suele retratar. Pero es que, si yo misma tuviera dos horas y no tuviera a dónde ir, seguramente me vaya allí (risas) Al final, se compone un retrato de la ciudad variado, pero que no es el típico de Valencia.

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