EL MAGNANIM WEB

“La izquierda tiene miedo a cuestionarse de verdad”

GERARDO LEÓN (Autor del libro "Mi 15-M. Un recuerdo y algo más", de la editorial Contrabando)

Gerardo León es guionista, periodista cultural y un apasionado de la política que sigue sus movimientos con fervor de analista. Hace diez años participó muy activamente en aquel 15M que llevó a miles de personas a ocupar las plazas de los barrios para expresar insatisfacción y deseo de cambio, y hoy publica un ensayo distendido en el que relata su experiencia en el corazón del movimiento desde una asamblea de barrio y las conclusiones que sacó de ella. En esta entrevista hemos hablado con él de los aciertos y los errores del 15M, del papel que jugaron los medios de comunicación y de los grandes males de la izquierda, con Orwell y Mafalda sentados a la mesa.

Dices del 15M que fue un movimiento que pareció bonito pero no lo fue tanto. No te arrepientes de haber participado en esta “experiencia humana de primer orden”, pero a la vez la acusas de infantil, de carecer de fundamentos y de ganas de razonar. ¿Por qué?
Allí se expuso una tendencia bastante común en la izquierda de forma muy evidente. Y es la actitud del activista. En una entrevista, el escritor estadounidense Jonathan Franzen decía que había una diferencia entre el activista y el escritor. El activista asume un decálogo de medidas, ideas o condiciones; el escritor escribe desde la duda. Es decir, considera la posibilidad de no tener razón. Y ese es el problema del razonamiento del activista: asume una medida como solución a un problema, pero no la contrasta ni la medita suficiente. Ahí es donde viene la falta de razonamiento. Es verdad que eso cohesiona, pero es un problema a medio-largo plazo si esas ideas en las que se ha basando no están bien fundamentadas y bien contrastadas con la realidad.
En cuanto al infantilismo, hago un repaso en el libro a las últimas décadas de la historia de España vividas también en primera persona. Desde los ochenta hasta aquí yo creo que hay una infantilización de la sociedad inducida por el consumismo. Somos hijos de un capitalismo consumista, sobre todo en el plano cultural. Eso, desde mi punto de vista, ha creado una sociedad —mi generación también está dentro de ese espectro— que se ha distanciado de las luchas reales. Se ha abandonado el sindicalismo, no solo porque hay una desconfianza con los grandes sindicatos, si no porque el compromiso, de haberlo habido alguna vez, hoy no está. Y eso lo ves en los puestos de trabajo, en la sumisión que hay respecto a las condiciones laborales. Incluso en sectores culturales, la falta de resistencia frente a las instituciones cuando no cumplen con sus programas. Yo me refiero a ese infantilismo, ese compromiso político que, en el fondo, es leve.

Explícanos este choque entre expectativas y realidad que se vivía dentro del 15M. ¿A qué te refieres?
Una constante del 15M fue no ser conscientes de quienes éramos y de cuántos éramos. En el 15M había un espíritu según el cual, como habíamos tenido un gran éxito mediático, representábamos a toda la sociedad. Esa suele ser una premisa de la izquierda y también ocurría allí. El dar por supuesto que tienes razón y que todo lo demás está equivocado, o no existe, o no tiene una opinión, o no piensa siquiera en los problemas en los que tú estás pensando. Entonces te crees representante del todo, y tienes que entender que no lo eres. Eso no tiene porqué coartar tus propuestas, pero si crees que eres representante del todo corres el peligro de ir tirando hacia adelante siguiendo propuestas que no están bien planteadas y que luego, cuando se enfrentan con la realidad, chocan con ella y caes en un desencanto que no sabes cómo gestionar. Eso pasaba en el 15M. Había una alegría consustancial en la manera de actuar que parecía que la partida ya estaba ganada y eso no era real, y la gente no era muy consciente. De hecho, incluso cuando el movimiento se estaba deshilachando, lo planteabas y había quien no lo quería ver. Pero había que mirar fuera para darte cuenta de que estaba ocurriendo.

Le das muy duro a los medios de comunicación. Criticas su condescendencia, sus giros de postura y que le exigiera soluciones al movimiento ciudadano cuando este, quizá, bastante hacía con señalar los problemas. Explícanos esta idea.
Lo que ocurrió fue que, en medio de una gran crisis económica, la gente salió a la calle de manera inesperada. Y el aspecto exterior que tenía esa gente que salía a la calle, en el imaginario de los medios de comunicación y de los partidos políticos, se asemejaba a aquello que estaba pasando en las Primaveras Árabes [2010-12]. Las revoluciones de las Primaveras Árabes, llegando a donde llegaran, con sus cosas buenas y sus cosas malas, eran un movimiento político fuerte, con un aspecto de revolución fuerte y de resistencia fuerte frente al poder. De repente estos medios de comunicación se encontraron con que, en su país, donde todo era una calma chicha general, ocurría lo mismo. Entonces, frente a este hecho que no podían valorar porque ni siquiera lo había analizado, reaccionaron todos igual. La derecha reaccionó contra él porque en su aspecto exterior tenía la pinta de aquellas revoluciones [árabes] con las que no comulgaba ideológicamente, pero es que los medios de comunicación progresistas reaccionaron exactamente igual. Y reaccionaron igual porque había un gobierno progresista [el de Zapatero]. En vez de analizar lo que estaba ocurriendo, se dedicaron a pensar de qué manera perjudicaba a ese gobierno progresista aquello que estaba pasando en la calle sin darse cuenta de que aquella gente que estaba en la calle eran sus propios oyentes y sus propios lectores. Y lo que hicieron, entre otras cosas, fue decirle a esa gente que no era para tanto, que vivíamos en una democracia, que esa democracia estaba muy bien y que no había por qué cuestionarla. Por lo tanto, había una connivencia en las acusaciones de medios de izquierda y medios de derecha, lo que lleva implícito un acuerdo tácito que quedó expuesto. Y esa es la crítica que les hago.

Cuéntanos, qué tienes en contra de Àngels Barceló.
[Risas] No tengo nada en contra de Àngels Barceló, lo que pasa es que Àngels Barceló fue un caso muy significativo, sobre todo para los que éramos oyentes de la SER y era un referente para nosotros. Referente en mi caso no es escuchar a alguien con una devoción ciega, pero dentro del panorama periodístico y político nacional, para muchos era lo que escuchábamos y oíamos todos los días. Salimos a la calle a decir qué está mal a través del relato de los propios medios porque, el ciudadano corriente, ¿sobre qué realidad reacciona? Sobre aquella que lee y escucha todos los días cuando se levanta por la mañana. Resultaba que unos eran corruptos, los otros también, y los de más allá tres cuartos de lo mismo. Había una gran crisis económica y parecía que no había que hacer nada. Resulta que, cuando se produce una rebelión contra esto, Àngels Barceló aplica la misma esponja adormecedora que pretenden aplicar los medios de derecha. Ahí es donde se cayó. De hecho, la acusaron rápidamente en las redes sociales y ahí es donde su visión de lo que estaba pasando se tambaleó. Con un particular: lo que se demostró es que hablaban sin saber, que no habían ido a las plazas a ver qué estaba pasando. Y eso no solo la cuestiona a ella, cuestiona el periodismo en general.

Y según tú, cuando se da cuenta de que su discurso va en contra de sus oyentes es cuando pega un bandazo.
Claro, y no es solo que pega un bandazo, es que pega un bandazo negando lo que ha dicho ella misma en las primeras reacciones. Todo esto tendrá una consecuencia a posteriori. Yo sostengo que empezó a encontrarse cómoda con esa voz [del 15M] cuando esta empezó a entrar en el redil y dejó de ser contestataria ante una pregunta: ¿Oye, qué queréis? ¿Cuestionáis la democracia? ¿Queréis que gane la derecha? Eso no era lo que se estaba planteando en las plazas, pero insuflar esa duda en el movimiento creó otro movimiento que iba en contra de la reacción inicial. Entonces, los medios de comunicación se sintieron cómodos. ¿Por qué? Porque ya empezaba otra vez el discurso, casi desde el primer momento, a volver al redil de bloques que es donde los medios se sienten cómodos.

Dices que el 15M empezó a cobrar verdadero sentido cuando extendió sus brazos por los barrios de las ciudades, que ahí estuvo su verdadero pulmón. ¿Por qué?
Porque una de las premisas del 15M era la participación ciudadana. Si tú tenías que desplazarte desde donde viveras, todos los días, a una plaza, para saber lo que estaba ocurriendo, requerías un esfuerzo personal y una disposición realmente extraordinaria. O no tienes nada mejor que hacer, o estás tan, tan, tan comprometido que tienes ese motor para ir. Pero claro, es muy difícil. De hecho, las plazas se fueron vaciando paulatinamente. Las asambleas de barrio lo que te permitían era participar desde un espacio mucho más cercano. Salías de tu casa, te ibas a un parque o una plaza de tu propio barrio y ya tenías el 15M ahí y podías participar. Por eso era la gran expansión democratizadora. El 15M era una expresión de más democracia respecto a los demás y la democracia es participación. Cuanta más participación y más extendida, más democrática era.

¿El movimiento perdió con el tiempo su naturaleza horizontal y asamblearia? ¿O nunca fue realmente tal cosa?
Yo sostengo que el 15M, en el fondo, tras muchas vueltas y revueltas, se acabó quedando en un estadio de preposición. Es decir, en un primer estadio. No acabó de consolidar finalmente una estructura. Evidentemente, el 15M cada uno lo vivió de una manera, pero si lo miramos en el tiempo, en continuidad, no acabó de coordinar una estructura estable. Podríamos decir que los que estuvieron en la plaza, lo hicieron en una estructura estable, pero eso tuvo una continuidad en las asambleas de barrio y en otras estructuras. No logró coordinar una estructura que durara en el tiempo, de hecho, acabó desapareciendo. Dicho esto, yo creo que sí que hubo una estructura horizontal y asamblearia. La hubo en un momento y yo sostengo en el libro que pudo funcionar. El problema es que hubo elementos centralizadores que cuando vieron que perdían el control, especialmente en Valencia, empezaron a bombardear la estructura hasta que se acabó con ella. Habían perdido el centro de la plaza; en el caso valenciano, de la plaza del Ayuntamiento, porque se había ido deshilachando por cuestiones naturales e internas, y entonces intentaron controlar también esos otros espacios, que eran los barrios. Y acabaron por dinamitarla del todo. Pero sí la hubo en un momento dado. Y en mi asamblea, por ejemplo, intentamos construirla y fue muy bonito intentarlo. Hubo un instante en el que sentimos que lo podíamos hacer.

Hablas de luchas internas en el libro, ¿se vivió dentro de la izquierda un nuevo episodio de la lucha del Frente Judaico Popular contra el Frente Popular de Judea?
Constituidas las asambleas de barrio, estas estaban operando en su propio espacio, que era el barrio. Pero se tenía que cuestionar cuál era su función dentro del 15M. Hay varias derivas que intento explicar en el libro: si se tenían que quedar como agentes del 15M en el barrio o si tenían que operar para el 15M general y sus medidas generales. Nosotros pensábamos que, puesto que el 15M era un espacio democratizador, las asambleas de barrio tenían que participar en el 15M general. Pero claro, un organismo de barrio que opera en el barrio, en el fondo no dialoga con nadie más. Entonces se constituyeron las BPU, que fueron las asambleas de Barrios, Pueblos y Universidades. Es decir, después de crear un movimiento expansivo hacia afuera, se crea otro movimiento centralizador para compartir lo que opinábamos y nuestras propuestas. Llegó un momento en el que el BPU se quedó como único elemento centralizador, si bien tenía problemas de consistencia parecidos a los de la aquella. Es decir, había un núcleo de personas fieles muy trabajadoras, y había gente que iba y venía, pero al mismo tiempo sí tenían una consistencia consustancial más estable que la Asamblea General. Cuando esa BPU quedó como único núcleo fuerte del 15M en Valencia, las comisiones que habían estado haciendo y deshaciendo en la Asamblea General y se habían quedado sin ágora a la que dirigirse asaltaron esa BPU, se apoderaron de ella y acabaron anegando esa diversidad de opiniones y esa multiparticipación de las asambleas de los barrios.

¿Pero crees que es posible que en un movimiento en el que participa tanta gente tan heterogénea se consiga la horizontalidad y realmente funcione?
Yo creo que es muy difícil. Pero lo que yo planteo es: si en un sistema democrático el ciudadano está fuera de los centros de participación acaba por dejar de ser democrático. Y eso, de alguna manera, nunca hay que olvidarlo. De hecho, yo creo que las democracias están en crisis precisamente por eso. Habíamos asumido la representación de partidos, pero los partidos estaban tan cómodos en las instituciones que se habían olvidado de que representaban al ciudadano. De hecho, cuando los medios de comunicación y partidos atacan a estas organizaciones de tipo asambleario es como decirle al ciudadano que no puede participar. Es difícil, pero piensa en todas las asociaciones que hay: una asociación deportiva es una asamblea, una falla es una asamblea, una asociación cultural es una asamblea… Y con sus muchas dificultades, funcionan.

Pero en todos estos ejemplos que pones hay una jerarquía.
Hay una cierta jerarquía, pero la participación está mucho más extendida. Aquí el debate está en el funcionamiento de la democracia. Probablemente no se puede gobernar un país con una asamblea, eso está claro, pero a lo mejor un barrio sí. Y esa estructura puede ser más abierta y participativa, sobre todo con los medios de comunicación digitales que tenemos. Pero debe ser verdaderamente abierta y hay que asumirlo. Y eso es lo complicado, porque, cuando asumes que es abierta tienes que entender que quizá no te lleves siempre el gato al agua, que quizá no siempre tengas razón, y que quizá tienes que ceder. Y ese es el mayor peligro de los asamblearismos. Y por otro lado, que pueden ser copados por líderes fuertes que seduzcan a una mayor parte de la gente y controlen esa asamblea. ¿Cómo? Provocando el desinterés de muchos otros.

Preséntanos a Orwell y a Mafalda. ¿Qué Papel juegan en tu libro?
Ambos juegan un papel fundamental en mi vida. La filosofía existencial se encuentra en Orwell y en Mafalda. Es una barbaridad lo que acabo de decir, pero, en parte, está ahí. Son dos referentes de toda la vida. Mafalda tiene una sabiduría sobre la experiencia vital maravillosa que además te incita a la lectura y la relectura. Mafalda la lees cuando eres pequeño y te divierten unas cosas, y cuando eres mayor le sacas un jugo que no tiene fin. A veces, incluso, si has leído muchas veces las viñetas de Mafalda acabas incorporando frases a tu vida cotidiana. Yo, por ejemplo, digo mucho algo que decía la madre de Mafalda cuando volvía del mercado después de la compra: “¡Esunescándalounabuso!” (risas). Pero hay un chiste de Mafalda, que es el que cuento en el libro, que me gustaba mucho y que me remitió a algo que hizo el 15M. El 15 M, a medida que va avanzando y va entrando en la dialéctica de los medios de comunicación, pasa de ser actor de la historia a ser colista. Lo que hace es querer estar en todos los frentes, querer gobernarlo todo y querer ser protagonista de todo. Y al mismo tiempo entra en una trampa: no podía ser protagonista de todo, por un lado; y por el otro, estaba olvidando sus objetivos primordiales: que tenía que estar fuera de aquel bipartidismo y de aquello que estaban diciendo los medios de comunicación. Cuando entras en la dialéctica de los medios de comunicación has vuelto al redil y a ser actor pasivo de la historia. Y eso le pasó al 15M.
Con respecto a Orwell lo mismo, a mí me acompaña toda la vida. Es una de esas lecturas que te trastocan. Yo leí Rebelión en la granja y 1984 cuando tenía catorce años y ya nada fue igual. Orwell es un personaje absolutamente esencial, yo soy muy orwelliano. Era un hombre de izquierdas muy convencido, tan convencido que hizo algo a lo que yo retaría que hicieran sus críticos: vete a una guerra a jugarte la vida, a combatir contra la injusticia. Orwell tenía un principio, iba a mirar la realidad. Poca gente ha leído Sin blanca en París y en Londres, un libro que habla de cómo funcionan los restaurantes de Londres y París de la primera mitad del siglo XX. De cómo funciona la explotación laboral, las condiciones paupérrimas de las cocinas de los restaurantes de esas dos grandes capitales europeas. Pero él no pregunta para que se lo cuenten, él trabaja en restaurantes en París y en Londres, ve cómo es la realidad y luego la relata. Es lo que hace de Orwell grande, ahí no pone prejuicios ideológicos. Examina la realidad desde un punto de vista ideológico, claro que sí, pero primero va a la realidad y la analiza desde ese marco, no pretende proyectar sobre la realidad un prejuicio o una idea preestablecida sin haberla contrastado. Orwell en eso es muy purista, por eso le dan por todas partes y todo el mundo se quiere apropiar de él. Como le pasa a Dickens, al que hago referencia en el ensayo. Yo creo que hay una relación entre Orwell y Dickens, todo el mundo se quiere apropiar de Orwell pero probablemente él no estaría con nadie.

Durante tu relato se cruzan la nostalgia por algo bonito que te hizo sentir que no estabas solo, con la pesadumbre por las trampas y contradicciones que llevaron al rápido deterioro del movimiento. Dices que no fue capaz de concretar sus principales objetivos por ego y falta de humildad. Diez años después, ¿qué pesa más, la nostalgia o la pesadumbre?
No era mi intención crear pesadumbre ni nostalgia. Si el 15M hubiera tenido lugar diez años antes en mi vida, si hubiese tenido veintitantos, sí que hubiera caído en una pesadumbre y en una nostalgia. Pero a mí me pilla con 39, y ya tenía experiencias políticas acumuladas, desengaños o sorpresas que ya habían reordenado buena parte de mi espectro ideológico con respecto a la realidad. Entonces, no hay un desengaño total porque mi experiencia vital ya no me hace proyectar sobre algo TODAS mis expectativas. Si lo proyectas todo, te puede llevar al desengaño y el desengaño es el parón total, y no hay que pararse. Esto es una lucha permanente y en el tiempo, que probablemente no se acabe. Orwell dice que detrás de un dictador viene otro, probablemente menos malo, pero dictador al fin y al cabo. No puedes decaer ante eso, tendrás que seguir. A mí eso no me pasa porque ya he reordenado muchas cosas a ese nivel.
Diez años después, no sé muy bien, y va a días. Hay días que pienso que la izquierda está llegando a un punto muerto, pienso que se aleja de las grandes revoluciones y que se está integrando en el sistema capitalista liberal sin provocar un cambio; y hay otros que me despierto más optimista y creo que hay que seguir peleando y que hay brechas por las que trabajar, pero hay que construir mejor esos fundamentos sobre la realidad. Que la izquierda haya perdido el voto de las clases populares es muy dramático y se tiene que preguntar por qué. No basta con caricaturizar al oponente, algo has tenido que hacer mal. Y si lo analizas, sabrás el porqué.

¿Le falta autocrítica a la izquierda?
Le falta autocrítica a la izquierda. La izquierda apela al pensamiento crítico constantemente, pero en el fondo, si analizamos qué viene después, viene una crítica a la derecha, exclusivamente. Y eso no es pensamiento crítico, eso es dogmatismo, pero no se da cuenta. La izquierda, en el fondo, y ese es uno de sus errores, tiene miedo a cuestionarse de verdad. Es decir, si Cuba es un experimento fallido, habrá que denunciarlo. Yo no digo que lo sea, es un problema complejo, pero si lo es, habrá que denunciarlo. No puedes sostenerlo con pinzas para no entregarle al otro bando las llaves de las Siete Puertas, cuando se las acabas entregando igual porque el experimento es fallido igualmente. Y eso es una constante en la izquierda. Pasaba en el 15M. —¡Propongamos referéndums! —¿Qué quiere decir eso? —No lo sé; —¡Cambiemos la Constitución! —¡Si no te la has leído! ¿Y para qué quieres cambiar una Constitución si los propios principios de esta, incluso los que a ti te interesan, no se están cumpliendo;  —¡Cambiemos el sistema electoral! —Si no sabes cómo funciona. Proyectas sobre ese cambio una mejora, pero esa mejora es una abstracción porque no sabes si el cambio producirá ese algo que deseas, que es que tú gobernarás eternamente. Pero tal y como están constituidas las democracias no es posible, están constituidas para que haya alternancia y lo tienes que asumir. Y si no lo asumes lo tienes que cambiar y se lo vas a tener que explicar a los demás MUY bien.

¿Molesta más una crítica que viene desde dentro?
Sí, por supuesto. Cuando Orwell escribe Rebelión en la granja lo ponen de vuelta y media y lo acusan de ser un derechista. Pero esa es una trampa autoinducida. Es decir, será verdad o no que el estalinismo era como describe, lo podemos analizar, pero no se le puede acusar de ser un derechista a alguien que luchó contra el fascismo en las trincheras, en primera línea, y se jugó la vida. A Orwell, esa izquierda, entonces institucionalizada, que era comunista y panestalinista, lo rechazó. Qué curioso que a Orwell se le reeditó de manera masiva durante el 15M. ¿Pero entendíamos a Orwell? Pues no lo sé…

Entiendo que, como dices en el libro, el idealismo pueda hacer que descuides la formulación de unos fundamentos sólidos pero, ¿un poquito de idealismo no viene bien para afrontar la vida?
Yo no estoy en contra del idealismo, pero creo que el idealismo llevado a un extremo, por el idealismo en si, te puede llevar a un espejismo. Si caes en el espejismo lo que viene después es el pesimismo, que no es el resultado de un fracaso, es el resultado del espejismo que has construido tú. Cuando tienes sed ves el espejismo en medio del desierto y no hay agua. El esfuerzo para llegar a ese espejismo es enorme y lo que te mueve es la esperanza. Pero no hay nada. Es mucho más demoledor física y psicológicamente que buscar un pozo de agua de verdad. El idealismo es un gran motor, yo hablo del idealismo y la ilusión como motores, lo son, pero si solo hay eso te vas a caer. Y los partidos políticos de izquierda están apelando demasiado a eso. Está en las compañas electorales. No sabemos cuál es el proyecto de Yolanda Díaz, por ejemplo, no lo ha explicado, no sabemos si lo tiene, habla de esperanza. ¿Esperanza sobre qué? Son muchos pasos para apelar solo a eso, lo vas a tener que fundamentar mucho mejor.

Además de conseguir agitar el panorama político español, ¿que más consiguió el 15M? ¿Qué queda hoy?
Mira, ahora que se publica este libro había gente que me decía “¡oh!, ¿otra vez hablar del 15M?” Como si el 15M fuera un proceso cerrado. Y lo que planteó el 15M sigue siendo un proceso abierto. Porque el primer 15M, aquel 15M que salió efusivamente a las calles, sí tenía un elemento común: una crítica a la situación de los partidos políticos y al estado de la democracia. Esa crítica, no solo sigue, sino que se ha extendido y ha calado mucho más. Medios de comunicación generalistas están haciendo hoy, sin mencionar al 15M, la misma crítica. Y aquellos que quieren que volvamos al redil del bipartidismo hoy culpabilizan al 15M de lo que se supone que está pasando. Hace unas semanas leí una entrevista a Antonio Caño, ex director de El País, y decía que el auge de las extremas derechas es culpa del 15M por qué rompió las aguas calmas de aquel bipartidismo que estaba claramente en crisis. La sombra del 15M está muy extendida, mucho más de lo que parece, pero está muy derivada también. Yo creo que la queja y la demanda primigenia del primer 15M en realidad está muy viva.

También te puede interesar…

¿TODAVÍA NO TE HAS SUSCRITO A NUESTRA NEWSLETTER?

Suscríbete y recibirás propuestas culturales de las que disfrutar en Valencia.