Entrevistamos esta semana a la psicóloga y escritora Eva Monzón. Nació en Santander, pasó su infancia en Palma de Mallorca y, actualmente, vive en València. Estudió música, idiomas, y psicología. Ha publicado relatos cortos y poesía en diversas revistas. Su novela Entreactos resultó ganadora del certamen de novela Alfonso el Magnánimo en castellano en 2006. Ha publicado, así mismo, Tiempo Muerto (Bartleby), Errantes (Paréntesis, y Sargantana) y El día a día (Sargantana). También ha escrito guiones, tanto de cortos como de largometrajes, y varias adaptaciones de ópera de cámara. En teatro, ganó el certamen de Crono Teatro con La pelea, en 2014. Le preguntamos en esta ocasión por su reciente novela En esa delgada línea (NPQ editores). GINES J. VERA
Quiero empezar preguntándole por la voz narrativa de En esa delgada línea. Y lo hago extrayendo una frase en la que el protagonista reflexiona acerca de que “no hay mejor oyente de lo que tenemos que decir que uno mismo”. ¿Qué opina?
Que es cierto, y a la vez, no lo es. Es decir, tras decirnos a nosotros mismos lo que queremos entender, o ignorar, nos sabe a poco; necesitamos más, queremos que los otros nos escuchen para dar a lo contando un voto de realidad.
En otro pasaje de la novela, el protagonista habla (a sí mismo) sobre la infancia. Dice que esta es la “zona donde somos quienes seremos”. Eso de que la infancia nos condiciona sobre lo que seremos de adultos suena… freudiano, ¿me equivoco?
Ja ja ja, Freud habla del subconsciente, de cómo nos ocultamos traumas, sucesos impactantes en él que luego repercuten en nosotros para mal. Cierto que en la infancia es donde más pueden darse choques así, pero no es parcela única para los golpes. Lo que sí es cierto, es que el niño aprende a ser adulto, y el adulto habría de aprender a recordar cómo fue de niño.
De soledad también se nutre esta historia, como descubrirán pronto los lectores de En esa delgada línea. Curiosamente, encuentro esta sugerente frase al hilo de ello para que nos la comentes: “No hay peor soledad que la que espera a quien no está”.
Es que realmente creo que la soledad más terrible es la que nace de la separación de quienes nos hicieron los días mejores. El dolor de la ausencia es la peor soledad.
Y junto a la soledad, se alían el recuerdo, la necesidad de recordar y, de alguna forma, de narrar, como leemos en cierto pasaje de la novela: “Narrar implica acercarse a la zona imprecisa de los recuerdos, recuperar lo olvidado”. ¿Nos lo comenta?
La memoria es selectiva, recordamos lo que queremos, y no siempre es lo mismo. A medida que crecemos, o cambiamos, o cambian nuestras circunstancias, solemos rememorar de modos diferentes. De hecho, muchas veces, recordamos lo que nos hemos narrado de lo que fue, no lo que ocurrió de verdad, porque incluso cuando lo estamos viviendo, no somos objetivos con lo que nos pasa, en absoluto. Imagina, encima, recordándolo. La memoria es un borrón que enfocamos a nuestro gusto dependiendo del momento.
No sé si se atreverá a tildar de intriga a En esa delgada línea. Lo comento por cierta frase que leemos del protagonista: “Cuando pienso en Elena, la narración se me amotina, alejándose de mi esquema, para jugar a ser novela de intriga”.
Esta novela es un juego de espejos, es y no es novela, es y no es la vida que se narra, es y no es una historia negra, son y no son vidas reales las que se cuentan. Toda ella está en esa delgada línea que separa dos extremos, cada relato, incluido el hilo principal, está en ese centro mismo donde se puede estar vivo o muerto, se puede odiar o amar, ser malo o bueno, inocente o culpable. Es el juego con el que está construido todo el libro.