Esta semana tan literaria, mi entrevistado es el escritor valenciano Salvador Alemany Climent (Valencia, 1968). Le lanzo unas preguntas tras leer su novela negra Alacrán (Editorial Amarante). Estará firmando ejemplares en la Feria del Libro de Valencia este viernes 27 (tarde) y el domingo 29 (mañana). Sus múltiples estancias en diversos países le han generado una cascada de experiencias que plasma en su obra literaria. Inició su carrera literaria con «La suerte no existe», finalista del II Premio de Creación Literaria Bubok. Le siguió Éire, resultó finalista del Premio La Trama de Ediciones B. Para esta segunda novela se documentó sobre un polémico escándalo: el Informe Ferns, que desvelaba una trama de abusos en el seno de la Diócesis irlandesa de Ferns. Alacrán es su tercera novela. GINÉS J. Vera
Leer Alacrán es internarse en una novela negra de acción con toques de thriller en la que las frases cortas, las imágenes narradas y la narración en presente ahondan en el pulso psicológico de esta historia, hasta cierto punto, cinematográfica. ¿He acertado en lo primero? ¿Sería fácil adaptarla a la pequeña o gran pantalla?
Sí, estás en lo cierto. Creo que si algo define mi manera de narrar es esa visión cinematográfica. Trato de visualizar las escenas, y eso se traslada también a la forma en la que se estructuran los capítulos. Sobre si sería fácil adaptarla a la pantalla, durante un curso de guion impartido por Carlos Bassas del Rey, comencé a convertir la novela en guion cinematográfico, pero fue solo un ejercicio, por cierto muy interesante. Sobre su adaptación a la pantalla es algo que me queda muy lejos, aunque indudablemente sería estupendo.
La figura paterna está muy presente en la novela de una u otra forma; en el caso de Santos en forma de pasado latente, llegando a reflexionar que ante las frecuentes cuestiones de por qué está donde está o por qué hace lo que hace la respuesta «se parece demasiado al rostro de su padre». Coméntanoslo.
La importancia de una figura paterna, buena, mala, regular o incluso inexistente va más allá de lo que muchos queremos o podemos admitir. Yo no he sido consciente de lo mucho que le debo a mi padre hasta que me he convertido en un adulto, y creo que eso es así para todos. En mi caso ha sido para bien, pero creo que en muchos otros, como en el caso del protagonista, lo ha sido para mal. Una de las cosas más terribles que pueden ocurrirle a un niño es sufrir abusos o malos tratos por parte de la persona que se supone debe enseñarte lo que el amor significa. Eso trastoca todo el sistema de valores y de ahí que sea tan frecuente que los niños maltratados se conviertan a su vez en maltratadores cuando crecen.
Como en toda buena novela policiaca, hay espacio para la reflexión social; en Alacrán no falta el picotazo a la situación socioeconómica de muchas familias a un lado y otro entre el gigante norteamericano y su vecino del sur. Leemos: «El narcotráfico no existiría en México sin los Estados Unidos».
Estados Unidos es el mercado principal y primer consumidor de toda la cocaína y la marihuana que se produce en México. Y si lo piensas no es algo casual. El Tratado de Libre Comercio con Canadá y México que firmó el Presidente Bush supuso el cielo abierto para el mundo del narcotráfico, que pasó de enviar sus mercancías por avioneta o barco (mucho más fáciles de rastrear y detener) a hacerlo en camiones la mayoría de los cuales no pasan ningún control aduanero. Solo tienes que controlar a algunos agentes de aduanas y tienes vía libre para tu mercancía. Es algo que no se tuvo en cuenta en su momento o que quedó minimizado por las implicaciones comerciales del Tratado. Hoy en día los opiáceos ya alcanzan la categoría de epidemia en Estados Unidos, causando un importante número de muertes al año.
«Para mantener a flote las cosas que son de verdad –reflexiona en otro momento de la trama Santos–, a menudo tenemos que mentir». No sé si compartes esta reflexión, aunque es evidente que como escritor la mentira, o un sucedáneo de esta, ha de jugar un papel importante en el triángulo entre la obra y el lector, ¿no es cierto?
Todos mentimos. Todo el tiempo. A los demás y a nosotros mismos. A veces pienso que la única manera que tiene un escritor de ser completamente sincero es mediante la ficción, aunque parezca un contrasentido. Y cuando como lector abro un libro, acepto ese pacto, acepto que alguien me cuente una historia sin preguntarme si es cierta o no, pero exijo que sea creíble y que esta me interese o al menos me entretenga. Como escritor trato de ser honesto, con el lector y con los personajes. Hay mucha verdad en una buena ficción y podemos encontrar muchas enseñanzas en historias que no han ocurrido, porque no importa que hayan sucedido o no. Para mí, como lector, Moby Dick existió, y aprendí de Ahab, Ishmael o Queequeg, como si de personajes reales se tratase. Al final, salvo aquello que experimentamos, que vivimos en primera persona y en presente, todo lo demás son historias que nos cuentan, en un libro, en un telediario, en el cine, en una revista, en una conferencia… Quizás por eso me guste tanto viajar, porque la experiencia personal es la única verdad, y además es intrasferible.