Until tomorrow:
Miércoles 26. Babel Sala 4. 16h. Con la presencia del director, Ali Asgari
Jueves 27. Babel Sala 3. 22.30h.
Klondike:
Miércoles 26. Babel Sala 3. 18h.
Jueves 27. Babel Sala 1. 20h.
Un modesto barrio de la ciudad de Teherán. Una joven comienza su jornada, cuando una inesperada llamada de teléfono dará un vuelco a su vida. Sus padres anuncian que vendrán a visitarla al día siguiente. Problema: la joven es madre soltera y sus padres ignoran que ha tenido un hijo. A partir de aquí, comienza un viaje para dejar a la criatura con alguien de confianza que se ocupe de ella por unas horas hasta que sus padres regresen a su casa. Primero, prueba con la vecina de al lado. Imposible, tiene sus propios problemas. Al fin, llama a una amiga que le ayude a resolver el asunto. Juntas emprenderán un accidentado periplo para salir de la situación.
El realizador iraní Ali Asgari sostiene su trabajo, Until tomorrow, en un guion sin fisuras que nos ofrece una trama muy estrecha y, sin embargo, eficaz. Con un tono casi capitular, la narración sigue a Fereshteh, su protagonista, en sus diversas desventuras. Las crecientes complicaciones a las que se enfrenta mantendrán la tensión de un drama igualmente modesto, pero que tendrá en vilo al espectador. Cuando algo parece resolverse, un nuevo conflicto o dificultad vendrá a hacer saltar cualquier posibilidad de una salida feliz. Asgari juega, al mejor estilo hitchconiano, con las expectativas del público de la sala, saltando con descaro de mcguffin en mcguffin, que diría el maestro del misterio, para desorientarlo. Y aunque, de alguna manera, pueda intuir el desenlace, no nos importa.
Qué duda cabe que otro de los apoyos en los que se sustenta el artefacto de Ali Asgari son los dos personajes protagonistas. Sadaf Asgari y Ghazal Shojaei encarnan, de manera muy destacable, a Fereshteh y Atefeh. El dúo de actrices mantiene, con carisma propio y simpatía, el pulso de un relato que, de otra manera, corría el peligro de caer en lo anodino. No es solo cómo afrontan las situaciones que tendrán que resolver, es la chispeante energía vital que desprenden entre las dos. En realidad, otro mcguffin, pero tampoco nos importa.
Y, al fondo, detrás de tanta distracción, la trama de esta película se revela una excusa para hacer un repaso crítico al Irán contemporáneo. Otra vez, el mismo conflicto entre tradición y modernidad. Fereshteh huye de sus padres, que sabe que no admitirán a una madre soltera. El temor de volver al pueblo del que procede y perder su libertad, también está entre los peligros que tendrá que eludir. Pero no es el único. ¿O acaso el viaje de Fereshteh no es también un viaje contra sí misma? Ante cada escollo, se enfrentará a un nuevo espejo en el que mirarse. La imagen reflejada la impulsará a reflexionar. Quizá sea ella la que tiene miedo de sí misma. Quizá sea ella la que, finalmente, no acepte su situación y las responsabilidades que implica. Hasta ahora, todo había sido un juego del que no había sido demasiado consciente. La película se convierte, así, en un viaje personal hacia la madurez. Al lado, el refugio de la amistad, como mejor asidero. Al final, no estamos tan solos.
Todo aquello que pueda tener de vívido la película de Ali Asgari, desaparece en una producción como Klondike, dirigida por la ucraniana Maryna Er Gorbach. Había curiosidad por acercarse a esta película realizada por un director que hablaba en primera persona sobre un conflicto que tiene contra las cuerdas a toda Europa, pero que venía de mucho antes, especialmente dada la ausencia de información imparcial a la que parece que tenemos que atenernos en los medios de comunicación. El resultado es, como poco, ambivalente.
La cinta nos sitúa en algún lugar del territorio del Dombás, en la frontera entre Rusia y Ucrania. Como todo el mundo sabe, este territorio está habitado por población de habla mayoritariamente rusa. Estamos en los prolegómenos de la actual conflagración entre los dos países y los enfrentamientos entre ucranianos pro-gubernamentales y milicias pro-separatistas son frecuentes. En este contexto, entramos en casa de un matrimonio, Tolik e Irka. Y aquí empieza esta historia.
A la hora de acercarnos a una película como Klondike, hay que andarse con un poco de cuidado. No se trata aquí de posicionarse políticamente con ninguno de los dos bandos en liza. Maryna Er Gorbach quiere acercarnos emocionalmente a la experiencia de la guerra. Es por eso que escoge como protagonistas y víctimas de este caso a un matrimonio anónimo, si bien con la particularidad, nada gratuita, de que sea una pareja mixta, ella ucraniana, él de inclinaciones rusas. Podríamos decir que, de alguna manera, aquí todos son víctimas de la misma cosa.
El problema es que esta intención de inmersión queda algo desdibujada ante una puesta en escena en exceso teatralizada, tanto por el duro control de la cámara de Er Gorbach, como en la rigidez de sus movimientos, la colocación de los elementos dentro de la composición, una fotografía demasiado evidente, así como una caracterización de personajes menos sutil de lo que quizá requería las situaciones que vamos a presenciar.
La película arranca, así, con un largo plano circular dentro de la casa de Tolik e Irka. Él la apremia para salir de la casa y llevarla al hospital. Entonces, comprendemos que ella está embarazada. Irka, a pesar de los dolores, no cree que sea todavía necesario ¿A dónde me llevas?, se pregunta ella. “A un sitio donde no haya guerra”, responde él. Mientras la pareja discute, la cámara explora el espacio, dejándolos fuera del cuadro. Al final, ambos personajes vuelven a reunirse en el centro de la escena. Algo va a suceder. Al fin, estalla una bomba y la casa se viene abajo.
A partir de aquí, nos enfrentamos a distintas situaciones. Tolik e Irka tratan de recomponer su hogar. Por otra parte, un amigo que les ha cogido el coche con el que pensaban escapar, les pide que maten a la vaca que tienen en el establo de la granja en la que viven para alimentar a los soldados rusos que andan combatiendo por los alrededores. El hermano de Irka se presenta en la casa y acusa a Tolik de ser un traidor a su patria (Ucrania). Situaciones inconexas que se suceden sin una ligazón argumental, hasta el punto de que, a veces, desconocemos a dónde van los personajes, de dónde vienen, y quién es esa gente que pasa al fondo de la pantalla. Esta fragmentación de situaciones impide, aderezadas con los elementos antes expuestos, que empaticemos con lo que cuenta este trabajo. Y así, la cinta irá avanzando. Solo cuando aparecen ciertos momentos de trama logramos entrar en la película, cosa que sucede al final. Y entonces, sí, sabremos quién es quién y qué papel juega finalmente en la función.
Que la guerra es mala y saca lo peor de nosotros mismos es algo que sabemos. Que pagan justos por pecadores, también. Pero quizá esperábamos que un trabajo como este, en el actual momento político que estamos viviendo, indagara más profundamente en los pormenores de un conflicto que se presenta más complejo de lo que parece y aborda la película.
La dedicatoria final, nos deja algo perplejos: “a todas las mujeres”, dice la directora. Nadie duda de que, en un conflicto bélico, ellas sean las primeras víctimas, si bien, en esta película todos los que mueren son varones. Alguno de ellos, además, tratando por todos los medios de protegerla a ella y, según descubriremos, jugándose su vida. Curioso. G.LEÓN