Dos propuestas radicalmente diferentes para esta segunda sesión de La Mostra de Valencia-Cinema del Mediterrani.
En The staffroom, la directora croata Sonja Tarovic nos introduce literalmente en las entretelas de un instituto de secundaria. En la memoria aparecen de inmediato títulos como La clase de Laurent Cantet o Hoy empieza todo de Bertrand Tavernier. Pero si los dos directores franceses ponían la atención en los problemas o conflictos que afectaban a los alumnos de los colegios objeto de sus películas, Tarovic fija su mirada en los profesores. Así, como una intrusa, se instala en sus reuniones y se entromete en sus pequeñas conversaciones, para descubrirnos un mundo en permanente colisión.
Hasta este pequeño mundo llega Anamarija, una joven mediadora escolar. Anamarija trata de integrarse en el equipo del colegio y hacer su trabajo lo mejor posible, pero pronto los recelos de sus propios compañeros, instigados por la figura matriarcal de la directora, se volverán contra ella. Anamarija intentará superar el rechazo y el constante cuestionamiento al que se ve sometida, poniendo sobre la mesa de operaciones sus propias inseguridades. En la confrontación entre el torrente de emociones que desata estos conflictos, Tarovic elabora un intrincado cuadro en torno al cinismo y la falta de empatía sobre las que se construyen las sociedades modernas. Tras las apariencias, sin embargo, aparecen las debilidades de una comunidad que se siente desorientada, un juego donde la verdad y la mentira, la razón y la sinrazón, se mueven en un espacio fluido y difícil de concretar.
“Cuando empecé a escribir la historia, miré el instituto como un microcosmos, tratando de imaginar cómo era la vida de los adultos en la escuela. Un mundo que representa cómo veo la vida de los adultos en general. Era una buena excusa para trasladar los sentimientos que tenemos, no solo en cualquier lugar de trabajo, sino en cualquier espacio.”, explicaba la directora croata en rueda de prensa tras la primera de las proyecciones de su película. En este entorno, Anamarija aparece como un personaje esencialmente moral. Así, tratará de preocuparse por sus alumnos allí donde sus compañeros parece que han desertado de sus responsabilidades pedagógicas, no solo en lo que se refiere a la enseñanza de las materias que imparten, sino en su relación íntima con ellos. Desencantados, frustrados en sus expectativas personales, sus nuevos compañeros parecen de vuelta de todo. También a ellos dedicará Anamarija su energía y su compromiso con su trabajo. Pronto se dará cuenta, sin embargo, que esos principios, tan limpios, sirven de poco en un mundo donde todos tienen sus propias motivaciones para comportarse como lo hacen. Cabría aquí preguntarse, incluso, si no es la propia Anamarija la que está anteponiendo sus propios intereses personales de auto-realización, a su verdadero trabajo. “Esta no es una historia autobiográfica, pero hay muchos elementos de estos personajes que me resultan familiares, personas a las que conozco”, explicaba Sonja Tarovic a propósito de su creación. “Marina [Redzepovic, la actriz principal que interpreta a Anamarija y que acompañó a la directora en su debut] y yo trabajamos juntas en el guion, y en él tratamos de crear una atmósfera en la que no se supiera siempre quién tiene razón. Todo el mundo tiene razón y, al mismo tiempo, todo el mundo está equivocado. De esta forma, tú puedes empatizar con todos los personajes que están en la sala, de manera que puedes perdonarlos por lo que hacen mal. Esta emoción era algo que queríamos transmitir a todos los personajes, no solo a un personaje protagonista.”
Para dar mayor veracidad a su trabajo, Tarovic usurpa las formas del género documental, dando a su película un mayor dinamismo y frescura, y, a la vez, logrando un difícil equilibrio entre extraer de sus personajes esa íntima naturalidad que requería el proyecto, mientras mantenía una distancia sobre ellos que reforzara una mirada lo más objetiva posible sobre esa realidad que se proponía retratar, evitando todo juicio sobre ella. Juicio que deja en manos del espectador. “Lo más importante era compartir la misma energía”, explicaba la actriz Marina Redzepovic sobre el rodaje de la película. “Ella quería que cada actor estuviera familiarizado con sus modos de dirección, en la parte técnica de la película. Eso hizo que fuera un desafío para los actores. Algunos de nosotros habíamos hecho algunos cortometrajes con Sonja, así que sabíamos cómo ella entiende y siente las películas. Cuando recuerdo el rodaje, pienso en esa sensación de estar todos moviéndonos todo el tiempo en escena. No hubo ningún momento privado. Mi personaje se encuentra entre una extrema soledad y un deseo igualmente extremo de sentirse integrada. De alguna manera, fue muy parecido a lo que sucedía detrás de las cámaras”, recuerda la actriz entre risas.
“Con respecto a todo el proceso, estuve escribiendo el guion mucho tiempo, me llevó varios años terminarlo porque lo que quería hacer con esta historia era muy difícil, incluso para explicárselo a alguien” recordaba la directora croata a preguntas de los periodistas. “La historia no aborda un solo acontecimiento que te cambia o cambia la vida de un personaje. Es sobre cómo ciertos pequeños sucesos interactúan y como tú vas dando saltos de forma que todo acaba mal. En general, en cualquier entorno laboral, muchas veces te preguntas cómo cierto problema puede no tener solución”, reflexionaba. Con estos elementos, The staffroom se presenta como un manual de viaje alrededor del mundo contemporáneo donde lo cotidiano se convierte en un monstruo de mil cabezas, y la rutina nuestro peor enemigo. Formas, objetos y acciones, se casan así para revelar el sentido último de aquello que se quiere contar. ”Hubo una intención de construir la película en torno al color rojo porque ese color forma parte del folclore nacional y de los valores heredados. El colegio es una arena claustrofóbica de esos valores que se transmiten en la sociedad. Un año escolar es como un ciclo. Siempre tiene el mismo principio y el mismo final. Cada año repite la misma estructura. En la escuela celebramos los cambios de estación, las fiestas nacionales, cosa que se ve en los dibujos de los niños, por las paredes.” Explicaba Tarovic. “En la película se mezclan algunas imágenes de cuadros del pintor croata Ivan Generalic, que es un pintor que tiene un estilo naif, y cuyos cuadros tienen un tono incluso algo lunático. En sus cuadros, repite estos ciclos y en ellos aparecen terribles personajes humanos en medio de la belleza de la naturaleza. Belleza que tiene este elemento folclórico que es maravilloso y, al mismo tiempo, resulta claustrofóbico y supone una carga muy pesada.” Tras abandonar su trabajo anterior, Anamarija se enfrenta de nuevo a los mismos problemas. Pero ahora ya no puede huir. Atrapada por sus propios complejos y las exigencias sociales, tendrá que salir de ese atolladero.
En un tono radicalmente distinto se presentaba Vencidos da vida, del director y productor portugués Rodrigo Areias. Sobra, en este caso, hablar de argumento. Un hombre se mueve por el espacio vacío de una sala de cine abandonada. Tras recorrer varias estancias, encuentra unas latas de película de cine. Las coloca en el proyector y observa la pantalla desde la cabina. Lo que veremos a continuación es una serie de extractos de varios de los cortos dirigidos por el portugués a lo largo de su carrera.
No es nada fácil para el espectador establecer las relaciones que conforman las imágenes que Areias pone ante nuestros ojos. Sin embargo, el director va dejando aquí y allá algunas pistas a las que podremos agarrarnos para armar, quizá, nuestra propia interpretación de una obra escurridiza, cuya lectura se coge por momentos con firmeza en la misma medida en que, al instante siguiente, se nos escapa como una sanguijuela o un pez que quisiéramos atrapar en una pecera sin más ayuda que nuestras manos.
Sin duda, el propio cine configura una de esas pistas que nos ofrece el director. Cine como material fotosensible, pero también como textura. En la película de Areias, la imagen fotoquímica se contrapone a la imagen digital en un diálogo que nos propone una confrontación entre lo viejo y lo nuevo, presente y pasado, en una mirada nostálgica que, al mismo tiempo, se resiste a serlo, para convertirse en reivindicativa. La imagen en super-8, 16mm o 35, muestra en pantalla su calidez y humanidad frente a un pixel que crea distancias, que nos golpea.
Estos elementos, permiten al director portugués ofrecernos una reflexión sobre la posición del hombre y la mujer contemporáneos frente a las imposiciones del sistema económico imperante. Así, en uno de los fragmentos, un hombre escapa de una fábrica donde trabaja para bañarse en un río cercano. Tras desnudarse, guarda su ropa en una maleta con la que flota en las aguas del río. En la orilla, una mujer tiene relaciones sexuales con varios hombres, mientras las máquinas de la fábrica no dejan de trabajar. Ambos personajes acabarán juntos, en el río, huyendo de ese infierno industrial y depredador. En otra de las piezas, otro sujeto intenta establecer una relación con la mujer que se ocupa de la recepción de un museo donde trabaja. Ella le regala a él un libro de Pessoa, mientras él le devuelve el detalle con una edición de El capitalde Karl Marx. Poesía y política se unen así en un diálogo casi cómico que da cuenta de dos almas perdidas en medio de la vorágine de una sociedad de consumo que mira al pasado sin ver nada, pues este ha perdido para nosotros todo su significado.
Y los cuerpos. Cuerpos de hombre y de mujer. Cuerpos que se tocan y se unen, se necesitan y, finalmente, cuerpos que se rechazan, que chocan, pues todo amor también acaba siendo violencia emprendida entre dos. Y de fondo, para Rodrigo Areias, todo ello sirve de imagen de su país, Portugal, sumido desde hace tiempo en un letargo del que parece que no hay escapatoria. “Toda esta película tiene que ver con Portugal. Con su situación económica en crisis permanente desde hace siglos.”, dirá el director en la presentación de su película. “No estamos tristes por eso ni nada por el estilo, todo va bien, pero, al mismo tiempo, hay momentos en que es más difícil ser pobre. Mis películas también tratan sobre la dificultad de sobrevivir en un país como Portugal”. Sobre las imágenes resuena en todo momento la cita de Eça de Queiróz que abre la película: “Para un hombre, ser vencido o derrotado en la vida depende, no de la aparente realidad a la que ha llegado, sino del ideal íntimo al que aspiraba”. G.LEÓN