Una mosca

au-una-mosca-h

La primera vez que la vio, pasó por encima de su cabeza como uno de esos aviones que salen en las antiguas películas de guerra: ¡¡Muaaauuuuuuu!!! Era la mosca más grande que había visto en su vida. Tendría el tamaño de su pulgar. Negra como la noche, cruzó el comedor y se fue directamente al dormitorio. ¿Has visto eso?, le dijo a ella. No he visto nada, le respondió mientras él salía disparado detrás de lo que, luego, llamaría “el monstruo”.

Cuando entró en la habitación, la mosca había desaparecido. Incrédulo, se dijo: ¿dónde coño está? Le parecía imposible que un bicho de ese tamaño pudiera esconderse a la vista tan fácilmente. Y de repente, muaaaaauuuu, la vio pasar de nuevo por su espalda. Un escalofrío recorrió su columna vertebral y le erizó el vello de la nuca. ¡Qué asco!, pensó. La mosca se fue directa contra el cristal de la ventana. Era tan grande que, cada vez que chocaba contra el vidrío hacía un ruido como si estuviera tocando un pequeño tambor. Pum. Pum. Pum. Tratando de superar su aprensión, se acercó a la ventana, abrió una de las hojas e intentó sacar a la mosca haciendo aspavientos. Ante su presencia, la mosca pareció excitarse y comenzó a chocar con más fuerza y a un ritmo más acelerado contra el cristal. Pum, pum, pum, pum. Pero cuando creía que ya iba a escaparse por el hueco que él le había abierto, la mosca hizo un movimiento inesperado, se volvió hacia atrás y, esquivándolo a una velocidad que le pareció imposible para un insecto de ese volumen, salió del dormitorio.

¿La has visto?, le dijo a ella. ¿Ver qué?, le respondió. La mosca, replicó, excitado. De repente, el monstruo volvió a sobrepasarlo por su espalda para meterse, en una nueva maniobra, dentro de la cocina. Ya te tengo, se dijo. La mosca, persistente, se había quedado de nuevo atrapada contra el cristal que daba a la pequeña galería donde tenían la lavadora y un armario con los trastos de la limpieza. Él agarró con fuerza un trapo que tenía a mano e intentó golpearla. La mosca se zafó del primer ataque. Él se concentró. Sujetando el trapo con las dos manos, estudió los movimientos erráticos del bicho. Se mostró muy paciente, pero la mosca no parecía seguir ningún patrón claro y le fue muy difícil precisar el momento idóneo para lanzar la siguiente ofensiva. Al fin, creyendo poder anticiparse a la trayectoria del vuelo del animal, realizó un rápido movimiento de muñeca, soltando el trapo con fuerza contra la ventana de la galería. Cundo lo retiró, la mosca había desaparecido. Dejó caer el trapo al suelo. Luego, lo movió con la punta del pie a fin de extenderlo (le horrorizaba pensar solo en tocarla), pero lo que él creyó que ocurriría, no pasó. ¿Dónde está el cadáver?, se dijo. Buscó por todos lados, pero no lo veía. De repente, muaaaaauuuu… la mosca volvió a pasar por encima de su cabeza. Él, que se había agachado para ver si encontraba el cuerpo del insecto (pensó que igual se confundía con el dibujo de las baldosas de la cocina) se sobresaltó, dándose un golpe contra el borde del banco de mármol.

A pesar del accidente, su orgullo herido de homo sapiens le hizo reaccionar a toda velocidad. Ya se ocuparía más tarde del posible chichón, pensó tras comprobar que no estaba sangrando, como había creído en un primer momento. Trastabillando, se fue detrás de la mosca, que giró por el largo pasillo y se dirigió, decidida, hacia el cuarto del fondo, dónde guardaba las bicicletas y otros trastos que tenían almacenados allí. Pensó que ahora sí la tenía acorralada. Como estaba previsto, la mosca se fue de nuevo directamente contra la ventana. ¿Por qué harán eso?, se dijo él. En el fondo era muy raro. El monstruo había entrado en la casa con el deseo inmediato de salir, sin embargo, si le habrías una vía de huida, tampoco acertaba a tomarla. Se acercó sigilosamente. Pum. Pum. Pum. Sí, ahora que la tenía tan cerca pudo comprobarlo. Sin duda, era la mosca más grande que había visto jamás, se dijo. Pum. Pum. Pum. Mientras se acercaba, se fijó un poco más en ella. Tenía el tamaño de una moneda de veinte céntimos. Negra como el carbón. Negra como el alma del imbécil de su jefe. ¿Para qué coño lo había llamado a esas horas? Pum. Pum. Pum. Se acercó un poco más. A sus ojos, ahora la mosca era como un agujero en el espacio de la habitación que lo rodeaba. Pum. Pum. Pum. En realidad, no era importante. ¿Por qué no había esperado a hacer la reunión al día siguiente? Pero no, tenía que ser hoy, cuando ya había apagado el ordenador y estaba dispuesto a darse una ducha. Pum. Pum. Pum. La mosca seguía golpeando el cristal. Él no podía dejar de mirarla. El ruido de sus golpes contra la ventana, empezó a meterse en su cabeza. Pum. Pum. Pum. Total, se preguntaba, ¿para qué cojones los había reunido si luego iba a hacer lo que le diera su santa gana, como siempre? Pum. Pum. Pum. Se acercó un poco más y ahora la mosca le pareció tan grande e insondable como un agujero negro en el espacio cósmico. Pum. Pum. Pum. Tan listo que se cree y tan torpe que es el tío. Si supiera lo que dicen los chicos de él cuando no los mira, se le bajarían esos humos de señorito malcriado que tiene, pensó. Pum. Pum. Pum. Pero, ¿dónde había oído antes ese sonido? Pum. Pum. Pum. De repente, le dolía la cabeza. Pum. Pum. Pum. Pum. Cuando la vio llegar, quiso decirle, ¿la ves a ahora? Pero no pudo. Ella, al verle a él, puso una cara de asco como no le había visto en todo el tiempo que llevaban viviendo juntos. ¿Por qué me mira así?, se dijo. Pum. Pum. Pum. Se dio dos o tres golpes más. Luego, ella hizo un movimiento rápido y abrió la puerta del balcón. Pum. Pum. Pum. Al tercer intento, él se marchó volando. GERARDO LEÓN

También te puede interesar…

Un epílogo (o no)

Para Áurea, que quiso saber cómo acababa esta historia que no acaba. Nada empieza y nada acaba, pensó. Todo es un continuo. Eso es lo que se dijo viendo a

El dilema del autor

Podría decir que apareció de repente, pero no estaba seguro. En realidad, estaba dándole vueltas desde hacía días, pero la historia no acababa de tomar una forma que le llegara

Un café

Para Sara. ¿Cuál es el precio de la felicidad?, se preguntaron más tarde. Llevaban trabajando juntos mucho tiempo. Hacía dos meses que no se veían las caras por culpa de

Desescalarse

No hay nadie que me conozca mejor que yo mismo. A veces me veo así, desde fuera, y me digo, mira tío, no estás tan mal. Para todo lo que

La vuelta a la normalidad

No hay señal más clara de que, con esto del virus, las cosas están volviendo a la normalidad que el hecho de que tu vecino del piso de al lado

¿TODAVÍA NO TE HAS SUSCRITO A NUESTRA NEWSLETTER?

Suscríbete y recibirás propuestas culturales de las que disfrutar en Valencia.