Hablemos claro. Aunque pueda parecer todo lo contrario, en el fondo nunca hubo una buena relación entre nosotros. Lo descubrí al poco tiempo de desarrollar mis poderes. En cuanto tuve conciencia de mis habilidades, se me planteó una disyuntiva. ¿De qué lado me colocaba? ¿Me afiliaba al bando de los buenos o al de los villanos? Yo sé que habrá quien considere mi decisión algo cómoda, pero la verdad es que ni antes ni después de este suceso tan trascendental en mi vida, fui yo de esas personas que tuvieran un gran interés por dominar a los demás. Siempre me gustó ir más o menos a mi aire y nunca fui de los que tuvieran unas ganas desmesuradas por apropiarme de lo ajeno, ni de complicarme en exceso la existencia organizando la de otras personas, ni destaqué como cabecilla en ningún grupo, algo a lo que siempre te ves abocado si eliges el lado del mal.
Así que, como me dediqué a proteger a mis conciudadanos en lugar de tratar de dominarlos, al principio, como que fue bien. Pero luego, me di cuenta por pequeños detalles que, debajo de esa aparente capa de admiración que mostraban hacia mí, había otro sentimiento que, con el tiempo, percibí que estaba más próximo a algo parecido a la envidia. Y no, no piensen ustedes que esto que digo es fruto del ego o de un narcisismo desmesurado. Olvídense. Estaba en aquella mirada esquiva que casi parecía de reproche que te dedicaba aquel, en esos comentarios que oías de repente a tus espaldas. Un día, salvabas a un grupo de rehenes de un atraco en un banco y, al acabar, uno que esperaba, al menos, un mínimo gesto de gratitud, un simple, “gracias majete”, (no creo que fuera pedir tanto), se encontraba con un “qué”, seco y cortante. Rescatabas a una familia de un edificio en llamas y, cuando ya estaban en la calle, igual te salían con aquello de que “podría haber venido antes”. Muy desagradable. Al principio, me quedaba un poco cortado y no sabía qué decir. Yo trataba de mostrarme lo más cortés posible con aquellos a los que ayudaba, pero luego, vista la reacción, me fui volviendo más frío y reservado. Total, si nadie iba a apreciar mi trabajo, era mejor mantener una cierta distancia. Claro, eso no hacía más que incrementar la sensación de soberbia que te achacaba la gente, pero, ¿había acaso algún otro modo de protegerte emocionalmente de tanta humillación? Y que conste que en ningún momento pensé en dejar de hacer lo que hacía o cambiarme de bando (aunque, como ya he dicho, no tenía madera de líder, mal que bien podría haber ingresado en cualquiera de las muchas comunidades de malvados que hay por ahí y dejarme llevar; es fácil ingresar en estos grupos). Me gusta lo que hago y, a pesar de ciertas decepciones, siempre tengo la sensación de que mi esfuerzo y tener la conciencia tranquila cuando me acuesto por las noches en la cama, me compensan con creces de todo lo demás.
Lo comenté con algunos compañeros de profesión. ¡Ah, claro! ¿No lo sabías?, me dijeron, como dando el asunto por descontado. Esto es así. Tú piénsalo un momento. Por una parte, la gente lleva vidas más bien insípidas. Tú, en cambio, estás siempre metido en alguna aventura y, sobre todo, aquí el que más y el que menos puede volar, lanzar rayos por las manos, tiene súper-fuerza o puede convertirse en lo que quiera. ¿Qué es eso comparado con las habilidades que tiene, no sé, un contable? ¿O un directivo de banco por mucha pasta que tenga? Pffff. Pero yo creo que lo que más les jode es la impotencia que crea la idea de que no puedes hacer nada por cambiar ese hecho. Al fin y al cabo, esto no es más que una cuestión de pura suerte o casualidad. ¿O acaso pidió ese nacer en un planeta de otra galaxia con una gravedad muy superior a la nuestra? ¿O aquel? ¿Dónde solicitó que le cayera una lluvia de rayos gamma? ¿Y qué departamento de qué institución le concedió a aquel otro la gracia de que le picara un insecto radioactivo? Esa impotencia por no poder mejorar su condición de simples seres humanos es lo que más les carcome. Pero tú no te preocupes, chaval. Tú ve a la tuya y no te calientes los cascos por esas cosas. También hay mucha gente que siente aprecio por nosotros. Algunos hasta tenemos nuestro propio club de fans. Eso sí, ten mucho cuidado con los falsos aduladores. Nunca sabes si detrás hay un villano oculto.
Y la verdad es que, meditándolo, tenían razón. ¿A qué venían esos recelos? Tener poderes no solo no había sido una elección premeditada, también dejaba de lado todos los inconvenientes que esto traía consigo. Joder, tú imagínate que, una mañana, te levantas y descubres que te has vuelto invisible. ¿Cómo se te queda el cuerpo? Te quedas traumatizado para el resto de tus días. O que te cae encima una bomba nuclear. Lo primero que piensas es en el cáncer. O pasarte la vida escondiendo a todo el mundo tu identidad civil. Es una locura, os lo digo yo. Hay días que no sabes ni quién eres. ¿Alguien piensa lo que debe ser que todo el mundo te vea como un extraterrestre, aunque tengas la misma apariencia que cualquier otra persona? Te sientes un desplazado, como que no encajas. Aún hoy, aunque he tratado de explicarlo en varias entrevistas y programas de televisión, todavía me encuentro con gente que le parece muy chulo poder leer la mente de los demás. Y sí, a veces puede ser muy útil (no pondré ese ejemplo que todos tenéis en la cabeza), pero, por otro lado, ¿alguien se imagina lo que debe ser tener que oír todo lo que dice todo el mundo? ¿A todas horas? Si habéis leído alguna vez el Ulises de James Joyce, sabréis a lo que me refiero. Y eso, en el mejor de los casos. ¡Con la de chorradas que piensa el personal! Es desquiciante. Y que conste que no lo digo por mí, que este no es mi caso.
Pero con esto del Estado de Alarma y la cosa de la distancia social, creo que todo empeoró. Primero, la tomaron con los compañeros que podían volar. Que si estaba prohibido viajar, lo estaba para todo el mundo, que a qué venían esos privilegios y que en una sociedad democrática e igualitaria todos tenemos los mismos derechos y obligaciones. Tal fue la presión de los medios de comunicación y de algunas asociaciones que, al final, el gobierno promulgó una ley específica para prohibirlo. Pero, ¿alguien me puede explicar qué daño hacía un tipo que se desplazaba por la mesosfera? ¡Si no tocaba a nadie! Cómo no chocara con alguna estación espacial. Pues nada. Pero eso fue solo el principio. Más tarde, empezaron con la gente que se hacía invisible. Que si no podías verlos, ¿cómo sabías que no se acercaban a ti? Patético. Como si, al volverse invisible, uno dejara de preocuparse por su propia salud. Esto fue restringiendo poco a poco nuestras actividades. ¿De qué servía ofrecerse para salvar el mundo si no podías tocar a nadie y nadie quería tocarte? Además, la actividad de los villanos, que también tenían miedo de contagiarse del virus, se redujo a lo elemental y nos vimos algo menos atareados. Pero cuando ya vimos que el tema iba de otra cosa fue cuando prohibieron a un compañero usar sus poderes de intangibilidad. ¿Cómo podía contagiar nada alguien que no carecía de materia física sólida? Pues ya veis. Fue ahí cuando todos los del gremio protestamos, pero entonces en el gobierno nos salieron con el rollo de que, en las actuales circunstancias, no crear desigualdades que socavaran el ánimo de la ciudadanía era la mejor estrategia para tener la cosa controlada, y que había que ser solidarios y un montón de monsergas. ¡Ya!
Les diré una cosa. Estoy empezando a cansarme. Y no, a pesar de lo que puedan suponer, no estoy enfadado. Solo me siento un poco desencantado con esta profesión. Y realmente me molesta sentirme así porque eso hace que no preste la debida atención a las obligaciones que requiere mi sagrado juramento de socorrer al prójimo. El otro día, por ejemplo, estaba en la calle, cuando un tipo le quitó un maletín a otro tipo que andaba unos pasos delante de él. En otras circunstancias, habría reaccionado más rápido y el tipo no habría llegado ni a la siguiente esquina. Esta vez, casi se me escapa. Que a mí no me toques, me dijo. Que me iba a denunciar. Y luego la policía, que si no usaba guantes de látex para mis actividades. ¡Si yo llevo guantes desde que empecé con esto! ¡Y máscara! Al final, nos hemos revelado y hemos dicho que haremos lo que nos dé la gana. Y oye, si alguien tiene algún problema que venga y que nos lo cuente. Ya sabe cómo encontrarnos. A ver si se atreven a decirnos a la cara todo lo que vomitan de nosotros a hurtadillas. ¡Qué manden al ejército si quieren! ¡Idiotas! Que lo que está bien, está bien. Y lo demás es quejarse por quejarse. GERARDO LEÓN