Estaba indignado. No, estaba mucho más que eso, estaba furioso, cabreado y quiso dejar constancia de ello ante la audiencia. Un gobierno que no tiene respuestas ante una situación de emergencia extrema, como era el caso, es un gobierno que no sirve a las necesidades de sus ciudadanos, dijo en un tono áspero, grave, desafiante, sí, casi bronco, incluso para él. Y eso no podía ser, insistió. Era del todo insostenible a estas alturas. Por lo pronto, le parecía inaceptable que no fueran capaces de coordinarse. Eso era lo primero, la coordinación. Sin esa coordinación, entendía imposible emprender un plan de actuación que fuera ni mínimamente coherente. Luego, y esto le pareció de lo más obvio, ese plan de actuación debía estar consensuado con las autoridades competentes en la materia. Sin la consulta a técnicos altamente cualificados era poco menos que improbable que nada acabara bien. Había un espacio para la política y otro para los expertos. Sí, es cierto, no son territorios comunes y, a veces, los intereses de la política podían divergir radicalmente de lo dictado por los especialistas en una esfera concreta, pues la política concernía a un espacio mucho más amplio que el de aquellos cuyo saber se centraba en esa área específica, fuera cual fuera. Pero eso no quiere decir que tuviera que ocurrir al contrario. Se trataba de mantener un razonable equilibrio entre ambos extremos de forma que los conocimientos de unos compensaran la patente ignorancia de los otros sobre la cuestión. Pero mucho más importante, especialmente en el caso que nos ocupa, era la necesidad de disponer de los medios adecuados para acometer actuaciones proporcionales a la gravedad de la amenaza que estaban enfrentando en estos momentos. Y para disponer de estos medios, parecía más que evidente que lo primero era dirigir hacia ellos los recursos financieros (es decir, públicos, recalcó) apropiados. Sin perder nunca de vista la balanza de pagos final, le parecía absolutamente imperdonable que, dadas las circunstancias, esto no fuera una prioridad absoluta. Si resulta que, finalmente, lo público no antepone el interés general a las particularidades de los partidos políticos o de ciertos sectores con mayor o menor influencia, entonces, ¿de qué servía? A partir de aquí, lo lógico era elaborar un mapa completo de la situación. Sin esa visión global, parecía casi quimérico que se atacara la crisis desde parámetros que potenciaran y abordaran el uso de esos recursos disponibles de manera rigurosa. Entonces, y solo entonces, si se daba esta condición, se podrían afrontar los distintos aspectos del problema de manera separada y efectiva. Para hacer esto, tampoco hacía falta, en el fondo, grandes derroches de sapiencia, bastaba con un poco de sentido común, aunque claro, como todo el mundo sabe, a veces ese sentido común podía llegar a ser el menos común de todos los sentidos. En caso de que todo esto no fuera suficiente, para eso estaban los estamentos internacionales. ¿O de qué servía pertenecer a instituciones que no acudían en tu rescate, precisamente cuando eran más necesarias? Todo este paquete de medidas juntas, nos acercaría, no se sabe si a una salida final del conflicto, pero desde luego pondrían las cosas en una dirección muy, pero que muy diferente. Sin embargo, parecía obvio que nada de esto estaba en la cabeza de nuestros gobernantes, más interesados en su imagen pública que en encontrar esa salida de la que hablaban y que era lo que estaba esperando la población. Pero lo que más le molestaba no era que, teniendo todas las armas a su alcance, el gobierno no fuera capaz de trazar esta sencilla vía de actuación que incluso alguien tan poco lego en la materia como él era capaz de trazar. Lo peor eran las palabras con las que estaban tratando de marear a la opinión pública, meros subterfugios del más puro marketing y la propaganda política, pura palabrería, retórica sin el más mínimo contenido. Estamos gobernados por charlatanes, protestó el comentarista. Pero esto último, ella ya no lo escuchó. Había apagado la radio, aburrida. GERARDO LEÓN
Un epílogo (o no)
Para Áurea, que quiso saber cómo acababa esta historia que no acaba. Nada empieza y nada acaba, pensó. Todo es un continuo. Eso es lo que se dijo viendo a