CENTRE DEL CARME. Museu, 2
“Nunca haré una obra que no haga preguntas”. Esta máxima de la escultora Teresa Cebrián consume las piezas que conforman la retrospectiva El largo viaje. La sala Ferreres deja atrás al colorido Okuda y se adentra en un mundo mucho más sobrio y lóbrego en el que la muerte y al dolor forman parte de la vida. “No entiendo las obras que solo tienen colores, algo que le gusta mucho a esta ciudad”, declaró la artista en la presentación de la muestra antes de tener que sentarse. Cebrián padece desde hace años dolores crónicos que viven en sus creaciones más tardías, agrupadas en la última capilla pintada de negro para que el rojo destaque. A pesar de su sufrimiento, nunca ha parado de crear, cuando ya no pudo manipular materiales pesados optó por los livianos, como los del corpiño de cartón con agujas clavadas donde muerde el dolor o la regla de madera que rechaza la escala del uno al diez que proponen los médicos para medir la intensidad del dolor. Una de las últimas salas está alfombrada con rostros de amigos que se han vuelto irreconocibles con el paso del tiempo (Faces / faceless), y hasta llegar aquí hemos pasado frente a piezas orgánicas de barro y arpillera, ábacos de lágrimas que simbolizan el dolor de los infantes, un sudario de imperfecta belleza tejido ex professo para la ocasión y una jaula de hierro que contiene puños de resina en referencia a la violencia doméstica… Toda una experiencia estética. S.M.