Sorolla. Orígenes

HASTA EL DOMINGO 11/6
MUSEO BB.AA. Pius V, 9

Sí amigos, otra vez Sorolla en este 2023 en el que se conmemora el centenario de la muerte del pintor, esta vez con la mira puesta en un joven Sorolla en formación que ya había dejado grandes destellos de su talento pero no había moldeado aún los rasgos que lo harían famoso internacionalmente: sus escenas luminosas (¡esa luz!) y costumbristas bañadas de cierto hedonismo. El Sorolla menos Sorolla. El Museo de Bellas Artes de Valencia se ha aliado con el Museo Sorolla de Madrid para traernos al Sorolla poco sobado. Empezó a pintar muy joven y con 21 años ganó una pensión (una beca) de la Diputació de València para viajar a Roma, donde produjo obras que podéis ver expuestas hasta julio al otro lado del río, en la muestra Sorolla en Roma del Palau dels Scala. La ganó con el lienzo El grito del palleter, este sí, expuesto en Sorolla. Orígenes como una de las grandes joyas del recorrido por su colorido y dinamismo. Es una pintura histórica, muy a la moda del momento, pero ilustra un episodio poco tratado en el arte por ser netamente valenciano: la arenga de “el palleter” llamando a plantarle cara a los franceses desde los escalones de La Lonja. Gracias a ella marcharía a Roma, y todo lo que pintó antes es lo que se ve en esta muestra sobre un Sorolla que está forjando su personalidad pero ya tiene trazas de genio.

Empezó en la Escuela de Artesanos y en la Real Academia San Carlos donde daban sus primeros brochazos los pintores de enseñanza reglada del momento, copiando a clásicos como Velázquez (muy influyente en él y en otros muchísimos pintores) y pintando al aire libre los efectos de la naturaleza. En la exposición se pueden ver pinturas exteriores de barrios madrileños o de procesiones en Valencia y Sagunto con clara influencia de Pinazo. La temática orientalista también estaba en boga e impregna algunas de sus piezas, entre ellas, Un árabe examinando una pistola (1881), prueba de que el joven Sorolla se atrevía con todas las temáticas que estaban a su alcance.  Se presentó a varios certámenes locales y nacionales con bodegones, cuadros de flores y marinas que, en ocasiones, pasaron sin pena ni gloria, y demostró su pericia en el género del retrato con el que se coronaría a finales del siglo XIX. Su suegro, el fotógrafo Antonio García Peris, le recomendó que pintase escenas históricas de gran formato si quería ganar premios, es lo que se llevaba en el momento, y ahí tenemos el enorme lienzo Dos de mayo (como en El grito del Palleter, sobre la Guerra de la Independencia contra los franceses) custodiado por el Museo del Prado. No se ha podido traer a Valencia por sus grandes dimensiones, pero el vacío se ha llenado con su boceto y piezas de algunos de sus personajes: un niño muerto en escorzo o el estudio de la cabeza de Luis Daoiz, un militar que participó activamente en el levantamiento de Madrid contra los franceses el Dos de Mayo de 1808. Para pintarlo, Sorolla montó una auténtica performance en la plaza de toros de Valencia disparando cañones de pólvora que le ayudaron a recrear de forma efectista el fragor de la batalla. Está pintado al natural y busca capturar el instante, como ocurre con El grito del Palleter, que se aleja de la grandilocuencia de la pintura histórica canónica para acercarse al costumbrismo provinciano. “Para ganar medallas hay que pintar muertos”, le dijeron. Y las ganó, vaya si las ganó, también respeto internacional, y mucho dinero. S.M.

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