Soledad Sevilla. Ritmos, tramas, variables

HASTA EL DOMINGO 12/10
IVAM. Guillem de Castro, 118

Que el lenguaje geométrico es cosa de hombres tiene tan poca lógica como que el azul sea cosa de niños. Ahora empiezan a romperse esos corsés absurdos que asocian lo prestigioso —en este caso, lo ”matemático”— al ámbito de lo masculino. Pero en los años setenta, cuando las mujeres eran consideradas menores de edad a perpetuidad, Soledad Sevilla ya jugaba con líneas y tramas mientras apartaba a codazos aquellos esquemas patriarcales. “No habré oído yo veces eso de que parece que lo ha hecho un hombre”, ha dicho la artista sevillana recordando los comentarios sobre su obra en aquellos tiempos. Hoy, reconocida y admirada, la artista valenciana vuelve a casa para presentar, cronológicamente, sesenta años de carrera que ha discurrido con coherencia. Dice estar convencida de que todas sus piezas han sido consecuencia lógica de las anteriores, y que, pese a todo, nunca ha repetido modelos ni patrones. Siempre ha encontrado algo nuevo mientras buscaba la belleza y la emoción. Utilizando un lenguaje muy concreto, basado en la pureza de la línea y el color, y en la construcción de formas a partir de módulos geométricos, sobre gran formato. Espacio, profundidad y vibración a lo grande.

La primera parte del recorrido se centra en la abstracción geométrica de sus primeros trabajos, piezas de metacrilato transparente o de color, y obra gráfica que genera cierta ilusión espacial superponiendo tramas con láminas de acetato. En Boston dibujó sobre rollos de papel Kraft de hasta doce metros, y de vuelta a España, crearía dos de sus series más emblemáticas: Las Meninas (1982) y Alhambras (1984-86), e instalaciones muy importantes. Desde principios de los años ochenta, a partir de su estancia en Estados Unidos, la valenciana amplió su campo de acción a las instalaciones y se convirtió en una pionera del género en el Estado español. En total, tiene más de cien instalaciones e intervenciones, que no han podido viajar al IVAM por cuestión de espacio, pero sí podemos ver Fons et origo (1986), hecha con luz negra, agua e hilos de algodón. Y un site specific muy sutil ideado para la muestra con hilos de colores colocados verticalmente en el vestíbulo del museo.

En los noventa sus pinceladas se tornaron cortas y nerviosas, ofreciendo cierta sensación tridimensional sobre cuadros gigantescos de hasta ocho metros. Más tarde adquirieron forma de hoja diminuta, pero siempre estuvieron al servicio de la repetición y la trama. El recorrido acaba con una serie creada específicamente para esta retrospectiva, Esperando a Sempere, donde Sevilla homenajea a uno de sus primeros referentes con la línea pura del lápiz, la tinta o el rotulador, abandonándose a la imperfección de la mano alzada, con sus fallos, ondulaciones y excesos de tinta. El IVAM estrena directora de la mano de una de las artistas valencianas contemporáneas de más renombre. S.M.

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