F. BANCAJA. Pl. Tetuán, 23
Llega caballería pesada a la Fundación Bancaja. Un movimiento tan rompedor e influyente como el impresionista, y de la mano de la Colección Carmen Thyssen-Bornemisza, ni más ni menos. Paraísos está compuesto por óleos de 37 artistas europeos y americanos que, entre mediados del siglo XIXI y mediados del XX, interpretaron a su manera la naturaleza y revolucionaron la manera de representar el paisaje. En el siglo XVII la naturaleza empezó a tomar protagonismo en la pintura y es justo lo que muestra la primera parte del recorrido: paisajes idílicos cercanos al romanticismo en los que no hay rastro de figura humana. A partir de ahí, los humanos entramos en escena, en labores de lo más cotidianas, y empiezan a aparecer los rasgos más distintivos del Impresionismo, como la captación del instante, la importancia capital de la luz y la descomposición del color. En el núcleo duro de la muestra encontramos a pesos pesados como Monet, Gaugin y Pissarro, junto al valenciano Francesc Miralles, que se erige en representante de la tierra. No veréis ni un solo Sorolla, pero sí su influencia, por ejemplo, en la manera en que Lluís Graner pinta el agua del mar. Ahora que los humanos hemos acaparado protagonismo, la naturaleza empieza a estar domesticada, forma parte de jardines bucólicos y amables o está siendo explotada por la agricultura. Pissarro, por ejemplo, pinta un campo de coles, pero no porque el tema le interese lo más mínimo, sino porque ahí encuentra un abanico enorme de verdes que llegan hasta el azul. Todo un reto, un regocijo para el pintor. Santiago Rusiñol, por su parte, juega con la luz y las sombras en uno de los cuadros más emblemáticos del impresionismo catalán, La cruz del término, de 1892. Los últimos coletazos de la muestra están dedicados a lo que entendemos por paraíso hoy, las vacaciones. Maria Girona, por ejemplo, pinta con óleo (aunque parecen ceras) a una mujer en la playa de pie, observando, seguramente a los hijos que corretean por la arena. Y el último cuadro, pintado por Emili Grau en 1972 con unos verdes rompedores, nos recuerda que el impresionismo no ha muerto. S.M.