IVAM. Guillem de Castro, 118
Joan Miró nunca quiso canonizar el arte, sino cuestionarlo continuamente, hasta el final, como forma de expresar su amor por él. Con este mismo espíritu, el comisario de la exposición Orden y desorden, Joan Maria Minguet Batllori, ha querido sacar a Miró del santuario en el que acostumbramos a sacralizar las grandes figuras del arte para interpelarlo de tú a tú, sin el peso del gran nombre que ha sido fundamental para entender el arte del siglo XX. Aunque nunca se unió formalmente al movimiento, el artista catalán fue uno de los grandes autores del surrealismo, en su caso, tendente a la abstracción o, como a él le gustaba decir, a la espiritualización de la realidad. Su trayectoria nació de las Vanguardias y su obra acabó siendo de una modernidad absoluta. Con esta exposición, el IVAM rompe con la inexplicable ausencia de Miró en su sede durante los 30 años de vida que se conmemoran este 2018. Esta es la gran guinda de vocación internacional del pastel de aniversario. Atraer visitantes con Miró es fácil, pero aportar algo diferente a lo ya conocido cuando se trata de un artista archifamoso es otro cantar. Minguet ha optado por mostrar una visión heterodoxa del Miró más combativo y radical.
Pero empecemos por el principio, por los primeros cuadros influenciados por el posimpresionismo de Cézanne y Gauguin que fracasaron estrepitosamente en 1918. Junto a ellos, veremos también obras altamente significativas de su carrera como su característico alfabeto visual y sus lienzos de colores y formas simples pero un alto contenido simbólico y poético, a veces tranquilos y oníricos, otras contagiados de horror vacui. “¡Eso lo puede hacer un niño!”, exclamarán algunos. Miró, muy debatido en los años 70, contestaría que tarda muy poco en hacer una línea, pero meses, incluso años en concebirla. Fue un artista provocador que nunca dejó de experimentar –especialmente a partir de la década de 1930 (collages, esculturas abstractas, violentos cuadros exaltados…) – y llegó a querer “asesinar la pintura” (1927). Lo hizo años más tarde, en una exposición del Grand Palais (1974) para la que, con ochenta años, agredió, quemó y destrozó la tela, el soporte de su trabajo. Pura desmaterialización de la pintura que Minguet entiende como el desorden dentro de un orden. Unos años antes, en 1969, se había atrevido con una especie de happening en el colegio de Arquitectos de Barcelona, lo que demuestra que siempre quiso ir más allá de la pintura tradicional. Se peleó con ella y acabo derivando hacia otros lenguajes.
En el último tramo de la muestra el IVAM enseña su obra más social: su expansión hacia las artes escénicas no narrativas (danza, circo y títeres) como su colaboración en la obra Morí el Merma de la compañía de teatro Claca, y hacia la calle con obra pública. Veremos una buena muestra de su afición al cartelismo (fue el artista de su generación que más carteles hizo) y sus devaneos con la escultura y los murales cerámicos, que acababan siendo modificados por la acción impredecible del horno. Como a los dadaístas, a Miró le atraía la idea de que el azar desempeñara un papel en el arte. La primera gran exposición del IVAM este 2018 destripa a un icono del arte del siglo XX, atrevido, comprometido con los problemas de su época, político a su manera, contradictorio y absolutamente moderno. Capaz de crear un mundo ordenado para luego subvertirlo S.M.