HASTA DOMINGO EL 9/6
MuBAV. Sant Pius V, 9
Siglo XVI. Martín Lutero pone en jaque a la Iglesia católica prendiendo la mecha de la Reforma protestante que provocaría un gran cisma en el seno de la institución eclesiástica. La Iglesia Católica responderá con una Contrarreforma para evitar la expansión de las doctrinas protestantes tomando, entre otras medidas, la promoción de mediadores de la fe como los santos y los mártires. Así que, hacía falta fabricar santos e imágenes de devoción que conectaran emocionalmente con fieles en su mayoría iletrados, incapaces de leer un salmo pero absolutamente permeables a las imágenes de personajes sufrientes, como ellos, que toman como referencia al mayor sufridor de la historia: Jesucristo. La maquinaria católica se puso en marcha, en el siglo XVII se realizaron más canonizaciones que en los 16 siglos anteriores y el arte empezó a preocuparse por retener las facciones de aquellos que, se creía, iban a ser canonizados para reforzar la identificación del fiel con el santo. Empezó, en palabras de la directora del Museo Thyssen de Málaga, Lourdes Moreno, “la primera gran operación de márquetin de la Iglesia católica para sobrevivir a la crisis desatada por Lutero”. Sobre esta gran campaña publicitaria basada en humanizar a los prohombres (alguna mujer) de la Iglesia católica va esta exposición del Museo de Bellas Artes de Valencia que extrae su título de un poemario de Blas Otero: Fieramente humanos.
A veces, los rasgos del mártir eran inventados pero, a base de copiar y recopiar, se convirtieron en modelos iconográficos. En la parte final de la muestra tenéis a varios santos Jerónimos con sus atributos (el libro, la piedra, el crucifijo y la calavera), de Francisco Herrera el Viejo, Murillo y Ribera que se parecen (nada) sospechosamente. Otras veces, los artistas retrataron a personas en su lecho de muerte porque, se pensaba, iban a ser canonizadas más adelante y había que fijar la imagen de su cara para cuando accediera a la santidad. Otras, incluso, se llegó a hacer un molde de cera de la cara del santo en ciernes para uso y disfrute de los pintores y escultores del futuro. Es lo que hicieron con San Francisco de Borja, muerto en el siglo XVI pero retratado en el XVII por Alonso Cano y esculpido por Juan Martínez Montañés (policromado por Antonio Pacheco) con absoluta fidelidad. En esta muestra posan juntos y el parecido es incuestionable. El objetivo era hacerlos humanamente creíbles y verdaderamente sufrientes para despertar la identificación y la empatía del católico, fortalecer su conexión emocional con el santo y, por ende, con la Iglesia, a través del realismo. Se mantendrán fieles a la fe católica si se creen lo que les contamos, pensaba la curia frotándose las manos.
En Fieramente humanos encontraréis espiritualidad, devoción, realismo, sufrimiento, dramatismo y teatralidad, es decir, pura santidad barroca. Miradas al cielo, claroscuros pronunciados (cuerpos y rostros iluminados a través del color blanco), venas hinchadas, uñas sucias, escorzos imposibles, expresiones y posturas exageradas, músculos en tensión, calaveras que nos recuerdan lo efímero de la vida, expresiones de fuerza, dolor y sacrificio en los héroes de la época, los ojos llorosos de Santa María Egipcíaca pintada por Ribera, la Santa Águeda de Stanzione con el pecho cercenado mirando al cielo… Esta exposición nace de la colaboración entre el MuBAV y el Museo Thyssen de Málaga, donde ha estado expuesta hasta hace poco. A València viene con el 80% de lo allí mostrado, cuadros y esculturas firmados por los artistas más potentes del Siglo de Oro Español: Ribera, Ribalta, Murillo, Velázquez, Stanzione… Para darle mayor valor si cabe a la colección, ocho de las piezas han sido cedidas por El Prado, cosa poco habitual, que el gran museo español deje escapar fuera de sus muros tantas obras maestras de golpe. Junto a ellas, tres obras del IVAM que subrayan la pervivencia contemporánea de los recursos de dramatismo y expresividad propios del Siglo de Oro: la Santa Teresa del Equipo Crónica, la Crucifixión de Antonio Saura y el El místicode Darío Villalba. La música de capilla del siglo XVII y la iluminación dramática de los cuadros no van a conseguir que sientas la experiencia emotiva de un fiel del siglo XVII en una iglesia iluminada con velas y perfumada con incienso, pero el dolor humano saldrá del lienzo para acercarte un poco a ella. S.M.