HASTA EL DOMIGNO 9/3
F. BANCAJA. Pl. Tetuán, 23
La Fundación Bancaja cierra la celebración de sus diez años como entidad independiente colgándose de un valor seguro que siempre vende y que, además, es de la tierra. Desde que en 2007 la institución trajera a València aquella serie de enormes lienzos de Sorolla llamada Visión de España, ha organizado más de veinte exposiciones que giran en torno al más ilustre de los pintores valencianos. Ha mirado y remirado a Sorolla desde mil prismas y esta vez lo hace maridando la plástica del pintor con la literatura de otro valenciano que hizo carrera en Madrid: Manuel Vicent. La suya no es una aportación académica, sino sensorial, parida desde otra disciplina artística que no juega con el óleo, sino con las palabras. Vicent ha navegado cien veces la costa de Xàbia que Sorolla pintó con tanta admiración y recuerda el olor a brea y calafate de los barcos varados en otra parcela del Mediterráneo, la playa de Moncofa, con sus cantos rodados envueltos en espuma. Respirando estas vivencias, Vicent escribe para acompañar los cuadros de su paisano bañados de Mediterráneo, tesoro de la naturaleza y fuente de inspiración infinita que le permite desparramar luz y color por el lienzo. Lógicamente, el mar es dueño y señor de esta exposición, y en ella adopta diferentes roles: como fuente de placer y descubrimiento sensorial, como escenario de trabajo para pescadores y pescadoras, como lugar de ocio para la burguesía valenciana y como referente de espiritualidad. Los niños desnudos corretean por la orilla entre risas reflejando en sus carnes las vibraciones iridiscentes del sol, las pescadoras repasan las redes que les dan de comer sobre la misma arena, y los burgueses, vestidos de largo, con sombreros pomposos y paraguas distinguidos, pasean por la playa o descansan en la mecedora. Sin piscinas privadas infinity, la playa era zona de alterne para la burguesía valenciana y lugar de trabajo para la gente de le pesca cuyo hábitat natural no era el balneario, más bien el barracón.
A unos y a otros, Sorolla los pinta (casi) siempre haciendo cosas, pasando por el encuadre en un momento de acción concreto. Su principal preocupación era captar el instante, el movimiento del agua y del viento, los cambios atmosféricos o ambientales, dejando la impresión de realidad. La inmediatez, la cotidianidad y la verosimilitud de los cuadros de Velázquez eran cualidades a perseguir. Sorolla se empeñó en fijar los contrastes lumínicos del sol sobre el agua del mar o sobre telas mecidas por el viento, por ejemplo, en el lienzo Nadadores, Jávea (1905). Es obvia su preocupación por reflejar el efecto de los rayos del sol sobre la piel mojada de los niños, por transmitir como, gradualmente, la luz penetra a través del agua del mar. ¿Cómo? Con pinceladas rápidas y ejecución suelta, siguiendo la corriente italiana de los macchiaioli (“manchistas”) y el estilo de artistas nórdicos como el sueco Anders Zorn, quien capturaba el movimiento como si de una fotografía se tratara. Parece que el valenciano pinta los cuadros de una vez, sin estudios ni vacilaciones, pero nada más lejos de la realidad, había mucho estudio detrás de esa pincelada suelta con la que Sorolla se hizo mundialmente famoso. Las efemérides sirven a veces para reivindicar a artistas poco conocidos, lo hemos visto hacer recientemente con Antonio Muñoz Degraín en el Museu de Belles Arts, pero el centenario del fallecimiento de Sorolla no va por ahí porque, es evidente, que a estas alturas no hace falta reivindicarlo en absoluto, solo celebrarlo. Una vez más. S.M.