BOMBAS GENS. Av. Burjassot, 54
Bombas Gens Centre d’Art sigue apostando fuerte por la fotografía en sus dos lustrosas exposiciones, inauguradas el mismo día que el jardín trasero y una bodega de época medieval descubierta en 2016 durante las obras de rehabilitación del complejo. La primera muestra, El pulso del cuerpo, es una reflexión sobre la manera en que nos relacionamos, ocupamos y usamos la calle y los espacios de ocio, trabajo y consumo. Es también la reunión de algunos de los fotógrafos más importantes del siglo XX, primeras espadas como Helen Levitt, Cartier-Bresson o Robert Frank. Los personajes de las fotografías conforman un cuerpo social que habita y vive la ciudad, que transforma y se ve influido por el espacio que le rodea. Levitt expone instantáneas que capturan el ambiente del Nueva York de los años 40, de Frank podemos ver un aperitivo de la serie The Americans (expuesta en el IVAM hace unos meses) y sus fotografías sobre la València de 1952 y Cartier Bresson captura estampas de Madrid y Alicante antes del estallido de la Guerra Civil (1933-34). Estos son los artistas que más nombre tienen, pero Bombas Gens enseña el verdadero músculo desplegando obra de otros menos mediáticos como Francesca Woodman, David Goldblatt, el muy interesante Matt Mullican, Manolo Laguillo, Sanja Ivekovic o Xavier Ribas, cuya serie de fotografías se centra en las periferias baldías que la ciudad crea, ocupadas por la gente y convertidas en lugares de ocio. Un perfecto ejemplo del espíritu que hilvana la exposición.
Unos años después de que Cartier-Bresson y Frank deambularan por España, llegaría a Málaga , autor del centenar de fotografías de la colección Per Amor a l’Art que se muestran en la exposición Hacia la luz. Fotógrafo documental pionero en el uso del color –en una época en la que la fotografía no era considerada una forma seria de arte– Meyerowitz fue un estadounidense viviendo en la dictadura franquista (años 66-67) que capturó, según sus palabras, la “falta de alegría” que se respiraba en las calles producto de la atmósfera creada por el régimen. Se cuela en las imágenes la autocracia (lo plomizo del Estado, la vigilancia férrea de la Guardia Civil, los fingidos referéndums franquistas…), el folklore (flamenco, pasos de Semana Santa…) y, por encima de todo, la vida cotidiana (hombres con sombrero, mujeres haciendo la compra, raciones de mejillones…).
Tres caramelitos adicionales hacen más atractiva si cabe la visita a esta antigua fábrica de bombas hidráulicas. El primero es la transformación del descampado trasero en un precioso jardín modernista frondoso y colorista donde la naturaleza se abre paso a través de la arquitectura. Lo exótico se imbrica con lo valenciano (cítricos, palmeras, un algarrobo, un olivo…) creando un remanso de paz en la trastienda. El segundo caramelo está contenido en el primero, es un site specific de la artista Cristina Iglesias totalmente integrado en el paisaje y que emerge de la tierra emulando el cauce de un río. Relajantes raíces verdes por las que corre el agua hacen referencia a su entorno (el río Turia y las acequias que había por la zona) y al desbordamiento de la naturaleza, que siempre está ahí y acaba emergiendo. Iglesias ha esculpido el agua en esta naturaleza-ficción que insufla de vida el paisaje. La tercera atracción es una bodega en funcionamiento desde la invasión europea de América hasta el siglo XVII que pertenecía a una antigua alquería ya desaparecida y contiene elementos constructivos para almacenar vino como bancos corridos sobre los que se colocaban jarras y toneles, y una balsa para recoger el mosto que llegaba desde otras donde se pisaba de la uva (se ha conservado una). Tanto la bodega como el jardín, con la obra escultórica de Cristina Iglesias, solo pueden ser disfrutados en visita guiada. S.M.