UNTIL SUNDAY 15/6
Mubav. Saint Pius V, 9
La batalla de los pintores de los siglos XVI-XVII por demostrar su capacidad para crear materia y replicar la naturaleza (mímesis, lo llaman), ya había tenido a los artistas espadas en alto durante la Grecia Clásica. Cuenta Plinio el Viejo que Zeuxis y Parrasio compitieron por representar fielmente la realidad: Zeuxis pintó unas uvas tan aparentemente reales que unos pájaros, engañados, se posaron sobre ellas; mientras que Parrasio pintó una tela que Zeuxis quiso apartar para ver el cuadro, sin darse cuenta de que esta era un trampantojo. Sintiéndose engañado, he, más que las aves, Zeuxis le concedió la victoria a Parrasio sin esperar a la decisión del juez. Recordamos esta leyenda porque gira en torno al bodegón, el género decorativo fácil de comprender y de consumir que protagoniza la nueva exposición del Museo de Bellas Artes. Probablemente por eso, por digerible, se le ha hecho de menos durante mucho tiempo. No era, therefore, nada elevado, desde luego nada comparable al retrato o las pinturas históricas y religiosas que investían de caché a sus autores y a sus poseedores. Pero lo que empezó como vulgar, acabó vistiéndose de prestigio y sofisticación, de ahí que los pintores empezaran a firmar sus bodegones. Now yes, obras de arte sin peros.
No está del todo claro, pero pudo haber sido un tal Caravaggio, al pintar su Cesta de frutas, el que inaugurara el género propiamente dicho. Consciente o inconscientemente, el pintor italiano se convirtió en el primer gran pintor en apostar por la naturaleza muerta y le abrió la puerta a otros que vendrían después, as Juan van der Hamen o Alejandro de Loarte con sus planteamientos sobrios, Juan de Arellano inclinado al barroquismo pleno, Luis Meléndez con sus refinadas composiciones, Juan de Zurbarán (hijo del famoso Francisco) haciendo espectáculo de cosas sencillas o Tomás Hiepes, el más destacado bodegonista de la pintura barroca valenciana. Todos ellos forman parte de la Colección Musaveu, que desembarca por tercera vez en el Museo de Bellas Artes, en este envite, con sus naturalezas muertas del Siglo de Oro Español (XVII-XVIII).
We talk about Masaveu, una de las colecciones privadas (en activo) más importantes del estado Español, cuya colección de bodegones españoles, después de pasar por Sevilla, Asturias y Madrid, recala en Valencia con cuatro nuevas pinturas italianas y flamencas adquiridas recientemente. So, we can see on site las diferencias y las concordancias entre las pinturas de la península y las de los otros dos focos europeos del arte del momento. El bodegón español empezó siendo ordenado, simétrico, realista, austero y poco imaginativo. Lo vemos en el cuadro de Juan Bautista de Espinosa, que dispone el rico ajuar de plata y los recipientes de barro americano (carísimo) en una mesa puesta, cosa rara en España, donde los bodegones acostumbraban a desplegarse sobre el alfeizar o la cornisa de la cocina. En contraposición tenemos, among others, a Juan van der Hamen, quien abrazó los influjos europeos en sus flores desordenadas, atractivas y coloristas que transmitían una exuberante sensación de opulencia.
Durante la Edad Media, las representaciones de alimentos se integraron en obras de temática religiosa, dentro de escenas que representaban el Antiguo y Nuevo Testamento y las vidas de los santos. Una nueva mirada cristiana gobierna la vida de las naciones europeas, para quienes la naturaleza es obra de Dios, y como tal, es digna de ser admirada. In this sense, la exposición muestra una serie de cuadros alegóricos del taller de Juan de Arellano, basados en grabados flamencos, pero con una particularidad: los personajes van vestidos. ¡Ay la moral católica! Una lección de vida en clave religiosa inyectada en pequeños recuadros dentro del óleo muestran como Adán y Eva la van liando en diferentes pasajes del Genesis, hasta la gran liada final que los expulsa del paraíso. Cierran el recorrido perdices y besugos en pinturas que, pese a formar parte de un gabinete de historia natural, descansan sobre el banco de una cocina, no en un laboratorio. Aunque el fin es científico, los pintores no se atrevieron a abandonar el envoltorio decorativo. Las cámaras de las maravillas se extendieron en todas las cortes europeas guiadas por la moda del gusto por lo extraordinario. En ellas se coleccionaban objetos extraños procedentes del mundo natural, de manera que, a finales del siglo XVI, se había implantado un marco intelectual que aunaban el interés por el naturalismo científico con el ánimo coleccionador de obras de arte, lo cual desembocó en una creciente demanda de bodegones. El brillo de las escamas, la acuosidad de los ojos del besugo, el preciosismo de la puntilla y el pliegue del pañuelo, la jugosidad del interior de la fruta, la transparencia de la vasija de cristal o los reflejos de la vajilla de plata dan buena cuenta del preciosismo táctil de un género, en absoluto menor, que entra en el Museo de Bellas Artes por derecho propio después de más de veinte años de ausencia. S.M.