Arte belga. Del impresionismo a Magritte

HASTA EL DOMINGO 30/7
F. BANCAJA. Pl. Tetúan, 23

Bélgica se fundó en 1830, hace apenas dos siglos, es decir, que entre los siglos XIX y XX era un país que buscaba su identidad, también a través del arte. La exposición Arte belga. Del impresionismo a Magritte de la Fundación Bancaja nos ofrece una selección de las grandes obras maestras del arte moderno belga pertenecientes a la colección del Musée d’Ixelles de Bruselas presentadas de forma cronológica, con el surrealismo como gran locomotora y René Magritte a la cabeza. No es casualidad que aparezca incrustado en el título de la muestra, la razón es que su nombre vende. En Bélgica siembre hubo valentía y ganas de experimentar manteniendo un fino equilibrio entre la influencia extranjera (francesa principalmente) y una identidad propia con herencias flamencas que estuvo marcada por las atmósferas enigmáticas, lo onírico, el humor y el absurdo. Respecto a la herencia flamenca, ahí está el magnífico El maniquí de Jean de la Hoese con claras reminiscencias de Jan Van Eyck, uno de los cuadros más impactantes de la exposición.

Empecemos por el final, por el surrealismo, que en el caso belga cristalizó de una forma muy particular. Es un surrealismo basado en la realidad, los sueños y lo místico que no deforma las formas ni deconstruye la realidad. René Magritte, pionero del arte conceptual, se distanció del surrealismo ortodoxo que venía marcado desde París al interpretar libremente las doctrinas del movimiento. En esta exposición aparece la icónica silueta del hombre con bombín en la obra El donante feliz (1966), una especie de testamento del artista —moriría un año después— que congrega su universo más representativo: el autorretrato con el sombrero hongo, el paisaje de noche y los pequeños objetos enigmáticos.

Pero el recorrido comienza en la segunda mitad del siglo XIX donde el arte pegado a lo real derivará hacia la exploración del paisaje local y hacia el realismo social representado por Constantin Meunier, que sacraliza el mundo obrero en un tono mucho más positivo que el que imperaba, por ejemplo, en Francia. En la década de 1880 muchos artistas belgas se animarían a experimentar con la luz y el color seducidos por las técnicas impresionistas y puntillistas, gente como Jan Toorop (La dama de la sombrilla) o James Ensor, un pintor a caballo entre el impresionismo y el expresionismo que trabajó temas extravagantes con un estilo colorista muy personal. Suyo es el cuadro Cristo calmando la tempestad (1906) de pintura empastada que captura el momento vibrante del agua agitada por el viento, un claro apunte de lo que iba a ser el impresionismo belga posterior. El simbolismo con sus mundos oníricos e inquietantes le abrió la puerta a una vanguardia propiamente belga, representada, entre otros, por Jos Albert. Albert apostó por el uso del color puro derivado del fauvismo francés en El gran interior (1914) que expone destacado Bancaja, y el arte expresionista belga, mucho más suave que el alemán, se centrará en escenas rurales e intimistas de colores terrosos y formas simples. Cerramos el círculo de vuelta al surrealismo con las pinturas enigmáticas de Magritte que retan al espectador a descifrar códigos ocultos, y las escenografías teatrales de arquitectura clásica ocupadas por figuras femeninas desnudas e impasibles de Paul Delavaux. Con ellos termina esta panorámica de la Fundación Bancaja sobre las principales tendencias pictóricas desarrolladas en Bélgica desde finales del siglo XIX hasta mediados del XX. S.M.

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