Apollo 11. La llegada del hombre a la luna

HASTA EL DOMINGO 11/6
CAIXAFORUM. Eduardo Primo Yúfera, 1A

Después de visitar Apollo 11. La llegada del hombre a la luna es imposible no acabar sintiendo atracción hacia las misiones espaciales por poco que nos interese, a priori, la exploración de otros mundos. Porque la última exposición de Caixaforum en Valencia nos invita a sentarnos en el módulo de mando de un cohete espacial y a ver (a través de una gafas de realidad virtual) lo que hay en ella, nos muestra qué comen los astronautas (alimentos deshidratados al vacío), cómo se lavan los dientes, qué hacen con sus heces y su orina, y qué llevaban puesto el día que pusieron el primer pie en la luna aquel veinte de julio de 1969 del gran paso para la humanidad. Resulta que la escotilla del módulo lunar Eagle, una rodaja de dos metros de diámetro que estuvo posado en el astro durante apenas 22 horas, se abría hacia la derecha, lo que hacía más factible que del minúsculo cubículo saliera primero Neil Amstrong —y no Buzz Aldrin, el otro piloto— y primero dejara su huella. No fue la única razón: Amstrong era más veterano, el capitán y un civil (Aldrin era militar de carrera), y convenía dar una imagen pacífica del proyecto en plena carrera espacial marcada por la Guerra Fría.

Portaban trajes muy aparatosos en un espacio diminuto y Aldrin, en un mal movimiento, rompió el mando de ascenso, que hubo que accionarse con la punta de un bolígrafo. Después de 22 horas de faena (solo dos sobre la luna), habiendo dormido unas pocas sobre el suelo y la cabeza del motor (no habían asientos), el Eagle dejó atrás sus patas, volvió a engancharse a la proa de la nave nodriza donde Michael Collins esperaba y puso rumbo a La Tierra. La cápsula amerizó en el océano Pacífico y sus ocupantes tuvieron que enfundarse vestidos de aislamiento biológico y permanecer en cuarentena durante más de dos semanas ante la remota posibilidad de que hubieran traído gérmenes de origen extraterrestre. Las fotos donde los astronautas confinados hablan con sus familias por teléfono parapetados detrás de una mirilla cierran esta exposición sobre una historia inevitablemente épica que no es tan diferente de la carrera que disputaron Amundsen y Scott para llegar primero al Polo Sur. Para alunizar también se usó un astrolabio.

Por los orígenes es bueno empezar siempre, y esta muestra lo hace exhibiendo la réplica de uno de los telescopios con los que Galileo descubrió en el 1610 los cuatro satélites de Júpiter o la primera foto de la cara oculta de la luna, borrosa pero extraordinaria. Luego vienen pantallas interactivas para ver de cerca esa mousse que es la luna con todos sus accidentes geográficos al detalle, una maqueta del cohete Saturno, el más potente y fiable construido nunca, la escafandra estratonáutica precursora del traje espacial construida por el ingeniero militar Emilio Herrera en 1935, el traje espacial usado por la NASA entre 1968 y 1975, un experimento que simula cómo funciona el lanzamiento de un cohete mezclando agua (queroseno) y aire (oxígeno líquido) y un despliegue muy visual de la distancia que hay entre la Tierra y la luna que nos da una idea del vacío que impera en el Sistema Solar. Lo sólido es la excepción. Caixaforum nos lleva de paseo por la galaxia recreando una misión cuyo alcance científico fue muy limitado, pero que tuvo un poder simbólico como pocos otros en la historia de la humanidad. S.M.

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