Sin ninguna duda, y a pesar de su juventud, Wichita es una de las compañías de teatro más importantes de estos lares. En unos pocos años ha ensamblado algunas de la propuestas más interesantes de la escena local y estos días de encierro forzoso las puedes ver en abierto, cortesía de la casa, para hacer más llevadero el hastío. Os hacemos un breve resumen de cada una, no dejéis pasar la oportunidad porque merecen mucho la pena.
Nosotros no nos mataremos con pistolas fue la obra con la que despegó todo, con la que Wichita irrumpió en la escena valenciana dando un golpe en la mesa para avisar de que tenía mucho talento que ofrecer. Después de un buen tiempo sin verse, un grupo de amigos se reencuentra en la casa del pueblo de una de ellas un día muy simbólico, hace cinco años que un suceso trágico marcaría sus vidas y no han vuelto a reencontrarse desde entonces. Los saludos y las conversaciones iniciales dejan ver cierta incomodidad y extrañeza, pero el clima irá cambiando con el paso del tiempo, habrá tiempo para la melancolía, la tensión extrema, la exaltación de la amistad, el desenfreno etílico y la resaca del día después. Todos empiezan queriendo aparentar que les va bien la vida, pero Miguel, un escritor atormentado en horas bajas, descorre la alfombra finalmente para dejar a la vista la miserias de cada uno de ellos. “¡Siempre os estáis poniendo perfume!”, les grita desatado. Blanca, Marina, Elena, Miguel y Sigfrido, la generación del “es lo que hay”, se redescubren un día de Semana Santa para brindar por las tragedias, recordar con nostalgia el pasado, sincerarse, evadirse y aferrarse a una amistad que se estaba deshilachando por momentos.
A España no la va a conocer ni la madre que la parió arranca en la noche electoral de 1982, con la victoria aplastante de aquel PSOE ilusionante de Felipe González. Este echo puntual le sirve a Víctor Sánchez, autor y director de la obra, para hacer un retrato generacional de aquella España y resaltar las contradicciones de la izquierda. Para hablarnos, sentados alrededor de un cenicero de Cinzano, del declive de la vieja guardia comunista de Carrillo, del efecto demoledor que tuvieron las drogas en la juventud de la época, de la actitud desenfadada de unos jóvenes que solo querían salir y pasarlo bien, de aquellas parejas tradicionales y bienpensantes obsesionadas con “prosperar”. La obra saltará después en el tiempo, a 2018, para describir a una nueva generación de jóvenes, nietos de la clase trabajadora, que sueñan con ser clase media. Con estudios superiores, pero sin futuro laboral, empujados al exilio por culpa de la crisis, subidos en la ola del moderneo retro-cool o convertidos en artistas atormentados precursores de un arte conceptual que aburre sobremanera. ¿Puede ser que el capitalismo nos haya engañado insuflando una sensación de prosperidad que nos ha hecho bajar la guardia?
En una escenografía desnuda (tres paredes, dos puertas y una grieta horizontal que recorre toda la estancia) asistimos al desgarro de una pareja. Con sus problemas en la maleta, han viajado a 13.000 km de casa para reencontrarse y se han dado cuenta de que la distancia se ha hecho aún más grande, insalvable. Él se siente libre, entusiasmado por conocer los secretos y leyendas de la ciudad andina de Cuzco; ella, atrapada, sin fe, escéptica, comida por el tedio, y sin ganas de nada, ni siquiera de luchar por una relación que desmorona a marchas forzadas. “Para amar hay que tener algo de fe”, se dice en un momento de la obra, y a ella no le queda ni un resquicio, está vacía. El distanciamiento es, tanto físico, como emocional, los dos personajes no se tocan en ningún momento, solo al final, cuando la grieta simbólica que recorre la pared se torna abismo. Cuzco es una pieza construida sobre unos magníficos diálogos que narra el derrumbe emocional de una pareja ya tambaleante que viaja a Perú para constatar lo inevitable.
Si las dos primeras obras de Wichita tenían un claro componente generacional, What is love? Baby don’t hurt me, esta versión libre del Ivánov de Chéjov, lo tiene melancólico. Aunque aquí, el propio Ivánov nos cante a la guitarra eléctrica el “Je suis d’une génération désenchantée” de Mylène Farmer. Ivánov es un ser deprimido atormentado por la culpa de haber dejado de querer a su mujer, Ana, cuando esta cae enferma. Sabe que está siendo egoísta, pero no puede con el tedio que siente estando junto a ella, una mujer que lo dejó todo por él. Es un ser inteligente y sensible que se ha tornado de lo más gris y, a pesar de su actitud derrotista, sus dudas, su cansancio y sus instintos suicidas se vuelve a casar, esta vez con Alex. Asistiremos a su boda junto al resto de invitados y, entre música, drogas y charlas, habrá tiempo para tratar el romanticismo, la idea del amor, las redes sociales o las fake news, entre otros muchos temas. What is love?es la obra de Wichita más rompedora a nivel conceptual y estético, con personajes encapuchados, música en directo, baile, decorado extravagante (cama elástica, luces de neón…), y un vestuario florido que no es casual, pues refuerza la vertiente simbólica de la obra. Las flores tienen una carga simbólica muy potente que se agitará al final con una Marlene Dietrich maravillosa cantando la canción antibelicista “Where have all the flowers gone?”