“Yo no soy un crítico que disfrute hablando mal de las películas”

ALEJANDRO G. CALVO (Autor del libro "Una película para cada año de tu vida")

Si eres asiduo de Youtube y, además, te gusta el cine, el nombre de Alejandro G. Calvo te tiene que resultar familiar. Es el rostro visible del canal Sensacine donde practica el comentario de la actualidad cinematográfica y de las series de televisión. El año pasado, Alejandro publicaba el libro Una película para cada año de tu vida (editorial Planeta, colección Temas de hoy), en el que recoge, como ya adelanta el propio título, las 100 películas que deberías ver (o que recomienda) antes de largarte al otro barrio.

Son cien películas para cien años de una vida. Sabía que la esperanza de vida ha aumentado mucho, pero, me dije: ¡que hombre más optimista!
(risas) Bueno, no soy optimista conmigo, porque además soy fumador, así que a cien años no llegaré ni de coña, y además soy hipocondriaco, con lo cual siempre reduzco mucho mi edad (risas). Pero, cuando acepté el encargo del libro, tuve claro que iban a ser cien años porque mi abuela Gorgonia, a la que yo adoraba, vivió cien años (vivió casi 101, de hecho) y dije: hombre, si mi abuela vivió cien años tendré que poner cien películas porque, si no, me reñiría. Además, cuando hago tops de mis cosas siempre suelo meter cien pelis. Me gustan los números redondos, largos, y me gusta meter muchas películas muy diferentes para que la gente descubra títulos.

Ya me has dicho que es un encargo, supongo, de la editorial. Pero también es tu primer libro. ¿Qué te animó a aceptarlo? Escribir un libro es algo muy diferente a escribir un artículo, mucho más mostrenco.
Pues, la verdad es que, de entrada, no lo acepté (risas). A nivel de trabajo, mi vida es muy caótica. Siempre estoy trabajando, de lunes a domingo. Cuando te dedicas a ser crítico de cine, crítico de series, siempre estás viendo películas, siempre estás viendo series, siempre estás escribiendo, grabando, y cuando me lo dijeron, pensé: “¡pero si yo no tengo tiempo! ¿Cuándo lo voy a hacer?” Así que, de entrada, dije que no. Fue mi amigo Philipp Engel quien me dijo: “pero, ¿tú eres imbécil? (risas) ¿Tú qué te crees? ¿Que están llamando a todo el mundo para escribir libros? ¿Y tú vas y dices que no?” Eso me dio una bofetada de realidad. Lo hablé con mi mujer y con mis hijos porque sabía que me iba a quitar aún más tiempo para estar con ellos, y para mí ellos son lo más importante de mi vida. Y mi mujer me apoyó y me dijo que me lanzara. De hecho, ella ha corregido todo el libro (mi mujer es escritora y correctora). Así que me metí sin saber dónde me metía (risas), sin saber qué iba a escribir, sin saber si iba a ser capaz, ni cuándo lo iba a hacer. A partir de ahí, fue escribir un texto detrás de otro. La ventaja del libro es que no deja de ser una película [por capítulo] y, en ese sentido, son como pequeños sprints. Te metes a saco en una peli en un breve período de tiempo, (visionado, documentación, reflexión), lo escribes del tirón y, cuando te libras, tienes que meterte en la siguiente. Esa es una forma fácil de trabajar porque no te exige elaborar un relato largo. Aunque sea un mamotreto, como dices, no dejan de ser textos separados que son distintos entre sí. A veces me acerco a la peli desde una perspectiva emocional, a veces me acerco por la figura del director, a veces por el contexto histórico, a veces por la vanguardia estética en la que esté metida… No seguí ninguna metodología. Era todo muy pasional, muy impulsivo. Seguramente, no tuve ni idea de lo que estaba escribiendo hasta que me lo dieron entero (risas). Entonces, lo leí y dije “ah, pues no ha quedado mal”. Y sí que es diferente a hacer un artículo o una crítica porque una cosa se rige por la actualidad y hay que medir la película en el momento en el que se estrena, y esto era hablar de clásicos y películas de culto. Aquí no había una urgencia de relacionarla con el ahora, se trataba, simplemente, de aproximarme de forma libre a las películas.

¿Cómo te gustaría que entendiera tu libro el lector? ¿Como un mapa o guía, o una invitación a algo más?
No lo sé. Yo he escrito el libro de forma totalmente libre, así que el lector que haga con él lo que quiera. Yo creo que, si alguien es tan generoso como para comprarse el libro y leerlo, que haga lo que quiera. Lo puede leer en orden o no, puede leer solo las películas que le gusten o no… No tengo ninguna exigencia. Yo me siento muy agradecido con toda la gente que ha comprado el libro, la gente que me ha felicitado, que ha venido a las sesiones de firmas… He vivido un año muy, muy bonito.

Más allá de lo que es una lista en sí, ¿qué impresión te gustaría que se llevara el lector al terminar el libro?
He elegido 101 películas, pero podrían haber sido otras 101 porque, al final, me gusta mucho el cine, me gustan muchas películas. La gente que me conoce sabe que yo me aproximo al cine de una forma muy empática. Yo no soy un crítico que disfrute hablando mal de las películas. A mí me gusta contagiar el amor por el cine. Y el amor que siento por el cine me gusta transmitirlo tal y como lo siento, que es de una forma completa. Es decir, yo no soy alguien que diga, “no, yo no veo este tipo de cine”. A mí me gusta todo el cine. Me gusta la vanguardia, me gusta una buena película comercial, me gusta muchísimo el cine asiático y también me gusta el cine norteamericano, y quería que todo estuviera representado. En el libro meto a directores como Pedro Costa o Aleksandr Sokúrov, que son directores de vanguardia duros, pero también meto Cazafantasmas, y meto a los grandes, a Scorsese, a Fincher… Quería que hubiera de todo porque creo que, si alguien entra en el libro porque quiere leer qué pongo de la peli de Quentin Tarantino, que es un director que todo el mundo conoce y que le gusta, igual consigo que acabe viendo una peli de Robert Bresson, que también está. En mi experiencia como crítico, descubrir directores y películas a la gente es una de las cosas más bonitas de mi trabajo. Cuando lo consigues mola un montón.

La selección, como dices, es bastante ecléctica. Cuando he acabado el libro he repasado las películas por décadas vitales, que es como está dividido, y ahí sí que percibes una intención de dirigirte a un espectador de una cierta edad en un momento dado. ¿Cómo fue, en ese sentido, ese trabajo de selección?
Esa es una forma de acercarme a algunas películas, por la edad en la que estoy metido y que igual comparte el lector. Es decir, ¿qué película es la mejor para ver a esta edad? Pero hubo un momento, digamos, superada mi propia edad (yo tengo 45 y lo escribí con 44), en el que me di cuenta que tenía que especular, ¡y eso era más de la mitad del libro! (risas). Honestamente, yo no sé qué película hay que ver a los 73 años, no tengo ni idea. Entonces, lo que hice fue organizarlo pensando: “a ver, yo quiero que estén estas películas, o no quiero dejarme fuera estos movimientos estéticos”. Y así. Una de las cosas con las que más me he reído en las entrevistas es cuando me dicen que he puesto Mandy, la peli de Panos Cosmato [película de terror bastante sangrienta] a los setenta y tantos años. Y no creo que sea una peli para ver a los setenta y tantos años, es una barbaridad. Pero quería que estuviera porque creo que es importante y, al final, me entró ahí. Lo cual es muy poco riguroso por mi parte, pero creo que es divertido. En la década de los ochenta, por ejemplo, decidí meter el cine de autor más duro porque me dije: “bueno, si has llegado hasta los ochenta, te puedes permitir adentrarte en películas más duras, más metafísicas. No te vayas a morir sin conocer a Tarkovsky o a Sokúrov”. En los noventa tenía claro que todo iban a ser comedias. Es como el gran premio, porque en algún momento tenemos que dejar de sufrir en esta vida y toca reírnos. Y así hasta 2001: una odisea del espacio, la última.

Te diría que en eso has acertado, pero con matices. Yo creo que las duras te las metes cuando eres joven, cuando estás más dispuesto a todo, y me parece que luego, cuando te haces mayor, no quieres calentarte la cabeza.
(risas) Sí, claro, pero de nuevo es especulación. En la parte de cero a 44 hay algo de mi biografía emocional filtrada a través de las películas. Las dudas, los miedos, las alegrías, pero también el dolor personal. Siguiendo ese elemento autobiográfico, filtraba películas que hablan de lo que significa ser joven, lo que significa no tener trabajo, lo que significa ser padre, lo que significa que te rompan el corazón, etc. Eso está metido en el libro de una forma muy visceral, incluso. Películas como In the mood for love, Antes del atardecer o Two lovers son muy importantes en mi vida. Por otro lado, aunque sea una autobiografía emocional camuflada, jamás debía ser algo impúdico, tremendamente vanidoso o egoísta. Al final, a todos nos han roto el corazón, todos nos hemos enamorado, todos hemos tenido miedo, en alguna ocasión no hemos sabido si vamos a tener trabajo o todos hemos sentido que nuestros padres nos apretaban demasiado. Eso es algo que no es solo mío, es de la humanidad, es la existencia. Y cuando hablas de cine (y esto me lo he encontrado en los encuentros con público), conectas con la gente porque conectas con una parte muy personal, muy emocional y muy bonita que todos compartimos a través de las películas.

En el caso del cine español, creo que solo está Arrebato de Zulueta…
No, hay más. Hay poco, pero hay más. Está Narciso Ibáñez Serrador, está Buñuel… No hay mucho, es verdad, pero no es una decisión consciente. De hecho, la primera vez que me lo dijeron en una entrevista, pensé: “Ostras, pues es verdad”. Yo soy un defensor, precisamente, de una historia del cine español que igual no es tan conocida. Yo soy muy fan del fantaterror, por ejemplo, soy fan del spaghetti western, soy fan de directores que son la bomba, pero que, sin embargo, parece que siempre están detrás de la gran historia oficial de cine español, que a mí me parece más rollo. Entonces, pensé: “eso me lo tengo que guardar para otro libro”. Sí meto a Zulueta, que para mí es Dios, pero están Jacinto Esteva, Joaquim Jordà, Víctor Erice, hay un montón. Furtivos de José Luis Borau estuvo en mi shortlist para el libro. Furtivos me parece una burrada. También están Condenados a vivir de Joaquín Romero Marchent o La tía Tula de Picazo, que es la bomba, o La torre de los siete jorobados. Ahí hay un cine que me hubiera encantado meter, pero, al final, me fueron entrando las películas como me fueron entrando. Sí que conseguí meter Videodrome, por ejemplo, pero no conseguí meter a Neville. Una pena. Pero, eeeehhh, ¡será otro libro! (risas)

A propósito de esto que me cuentas, recordaba que me llamó la atención que en el libro estás como dialogando todo el rato contigo mismo. Incluso, llegas a decir una cosa en un sitio y luego dices otra, parecida o la contraria, en otro capítulo. Por ejemplo, a veces defiendes películas feministas, pero también disfrutas mucho con la parodia antifeminista de Monty Python.
(risas) Sí, de nuevo, el libro es un reflejo de lo que soy. Yo soy feminista, pero entiendo que también nos podemos reír de todo. En ese sentido, me gusta muchísimo el cine que no tiene miedo de abordar temas complejos, polémicos, de ser, incluso, un cine (sobre todo en cuanto te vas a los setenta y para adelante) que igual no pasaría el rigor moral que tenemos ahora mismo. Yo creo que, aunque yo soy una persona a la que le preocupa mucho la sociedad en la que vivimos y que sus hijos crezcan libres y tolerantes, si ves una peli de Charles Bronson (que básicamente es un loco fascista que no para de matar traficantes), no creo que tenga que condenarse. El cine, al final, es cine, es ficción y puedes reírte de ello y, luego, ser una persona totalmente concienciada con la realidad actual.

Hay un apunte en el texto de The Master, de Paul Thomas Anderson, en el que reflexionas sobre la necesidad de un cine que obligue al espectador a experimentar. Yo también siento que, con el tiempo, se ha perdido a ese espectador que quiere experimentar. No sé si tú lo sientes igual. ¿Se puede recuperar a ese espectador?
Yo creo que sigue existiendo un espectador curioso, con ganas de enfrentarse a desafíos, y un espectador joven, además. Pero es cierto que la sociedad, en general, vive un poco narcotizada por el cine y las series que vemos en plataformas que, en un grado tremendamente alto, son todas parecidísimas. Vivimos con una presión como nunca en la historia del cine sobre lo que tenemos que ver de forma obligada porque se ha estrenado en X plataforma. En muchos casos, las películas parecen hechas con algoritmos (yo hablo muchas veces del cine-algoritmo en mis vídeos), todas son iguales. Ahí sí que hay un riesgo. Por ejemplo, ¿dónde está el cine clásico para que lo vea el espectador? ¿Dónde está el cine de autor que yo veo en festivales? Es como si hubiera que buscar una motivación extra para que esas películas lleguen de una forma natural. Sin embargo, todos estamos presionados porque ya se ha estrenado la nueva serie de Star Wars o de Marvel. Gustándome las series de Star Wars o de Marvel, es verdad que, en una parte muy fuerte, no salimos de ahí. Es necesario que esas otras películas lleguen también a la gente. The master o todo el cine de Paul Thomas Anderson es un gran ejemplo. Este año hemos tenido Oppenheimer, hemos tenido Los asesinos de la luna, que han funcionado. Son dos películas de autor, de directores tremendamente conocidos y contrastados, películas de tres horas que no son fáciles, pero que han funcionado. Sí que sigue existiendo ese espectador curioso, pero aquí es mi labor y la de mis compañeros críticos y críticas, no dejar nunca de empujar para que la gente vea esas películas que hacen avanzar la historia del cine, esas películas que son importantes para nosotros, ya no sólo por lo estético, sino también por lo moral, por la relación con la actualidad.

Hay algo que se dice muy frecuentemente en la prensa, que la crítica cinematográfica ha perdido su influencia. ¿Por qué o cómo se podría recuperar esa crítica para el gran público, si es que es necesario?
La llegada de las redes sociales hizo que la gente se informara, de forma natural, más a través de lo que opinaba gente a la que seguían en redes, con la que veía que compartían gustos, que con los artículos críticos en revistas y periódicos. Eso es algo que ha ocurrido porque la tecnología nos ha llevado a eso. Pero igual que te decía que sigue existiendo un espectador curioso, sigue existiendo gente que quiere leer o ver crítica y que quiere hacer crítica, también. El tema de la importancia de la crítica está ahí desde que yo empecé a escribir. Es como que ya no importamos, que nadie lee nuestras crónicas, pero mi realidad es que cuando me voy a Venecia y hago ocho o nueve vídeos desde allí, supero el medio millón de reproducciones. ¡Eso significa que, a la gente, le interesa la crítica! Significa que sí que hay alguien a quien le interesa muchísimo saber qué tal son las películas. Y aquí creo que los medios tenemos que tener una responsabilidad. Es decir, los medios, esos periódicos y revistas, tienen que seguir apostando por la figura de los críticos. Es basiquísimo. El tema es que, si a ti no te pagan por ser crítico, va a desaparecer porque hay que ganarse la vida. Al final, también tienes que comer. Necesitamos que los medios sean más responsables y ahí yo sí que veo que hemos perdido algo.

Hablando de perder, hay un momento, hacia el final del libro, en el que afirmas: “esta es una época en la que vivimos anegados de imágenes; el contenido visual nos ametralla día sí y día también, y ya no vemos películas, sino que vemos vídeos en el móvil (…) estamos perdiendo la batalla”. ¿Cómo ves el futuro de cine? ¿Es tan negro?
Tú imagínate, hace cien años. Nunca habíamos visto imágenes en movimiento y, de repente, llega el cine y es algo brutal, algo tremendamente excepcional. Eso dura décadas. El cine sobrevive a algo tan bestia como la llegada de la televisión, donde la gente ya podía ver películas en casa. ¿Por qué se iba a ir al cine? Pues resistió. Cuando llega Internet y podemos ver movidas en el ordenador, en el móvil, el valor de las imágenes pierde peso porque no hacemos más que ver imágenes en movimiento. De repente, una película ya no es algo tan excepcional porque estás viendo cientos de vídeos en el móvil. Hay ahí algo natural, natural por destructivo, respecto al valor, al peso de las imágenes, porque vivimos, eso, anegados en imágenes. Esto es una cosa sobre la que todo el mundo tendría que hacer una reflexión. Yo lo tengo claro. Yo sigo siendo un señor mayor (risas) al que le gusta ir al cine. Me gusta ver una película en una pantalla enorme con un buen sonido y, aunque no siempre, porque depende con quién compartas butacas, por lo general, vivir la experiencia colectiva del cine es algo increíble. Si vas al Festival de Sitges, lo sabrás. Estar gritando con todo el público, mientras ves una peli de terror, o medir el silencio que se hace en la sala en un momento importante de una película; a mí todo eso me sigue pareciendo glorioso, son experiencias místicas. Para mí es mucho más importante que cualquier cosa que te pasen por el móvil. Pero también es nuestra realidad. Yo lo que estoy intentando hacer es usar esas tecnologías para reivindicar lo otro. Yo soy muy poroso, muy abierto y, aunque soy mayor, trato de seguir las cosas. Es complicado. Una vez, Abel Ferrara me dijo que el cine seguiría existiendo mientras existan los cineastas, mientras existan los filmmakers, dijo. Entonces, mientras existan los filmmakers también tenemos que estar los espectadores. No veo mal que la gente vea a pelis en casa, yo veo un montón de pelis en casa, pero trato de seguir una cierta liturgia, no mirar el móvil, tener el salón apagado, intentar estar concentrado porque hay películas que necesitan ese mimo. Si te pones una de Fast & Furious, no paran de pasar cosas muy grandes, muy espectaculares y estás enganchado. Pero si te pones una peli que necesita mucha atención, porque es una peli silenciosa, más lenta, en la que el desarrollo dramático es más tranquilo, ahí te tienes que posicionar como espectador. Si este cine requiere de un espectador más exigente, trata de estar a la altura. Aunque luego también soy una persona que piensa que la gente haga lo que quiera porque a bastantes cosas nos obligan ya (risas) Yo apuesto porque, si la gente me sigue, es porque le gusta el cine, le gustan las series. Entonces, voy a intentar hacer que su experiencia como espectador sea más rica. Su experiencia cultural.

Hay una frase del crítico André Bazin que citas en el libro que dice: “el cine sustituye nuestra mirada por un mundo amoldado a nuestros deseos”. En este contexto que estamos comentando, ¿cómo interpretas tú hoy esa frase?
Es del libro ¿Qué es el cine?, de Bazin, uno de los libros básicos de la crítica. Bazin era un defensor del realismo cinematográfico, pero no como un cine que busque hacer una mimesis de la realidad. Un cine que fuera documental, aunque incluso dentro del documental hay algo de ficción. No se trata de hacer películas que sean iguales que la realidad, sino aquellas que crean una ficción y te llegan como ficción, pero que adquieren un peso realista importante. Ese es el realismo del que habla Bazin. Al final, sustituyes la vida real por una vida falsa, que es la de una película, pero que te llega sin suturas, directa. Ese es el realismo que defendía Bazin. Y yo estoy con él, incluso en películas fantásticas y de terror.

¿Tu eres de los que crees que el mejor cine de ahora se hace en televisión?
Eeeeeehhh…. No. (risas) O sea, el mejor cine lo hacen los mejores cineastas y hoy en día todos los cineastas, (menos Fincher que acaba de decir que no), quieren hacer una buena película y estrenarla en cines. Pero bueno, la producción industrial de hoy hace que se vayan a las teles. Bastante suerte hemos tenido con que Apple haya dejado a Scorsese estrenar su peli en cines. Netflix también lo hizo con El irlandés. ¡Jo!, yo cuando vi El irlandés en pantalla grande… es que la experiencia de verla en tele (bufido). Yo creo que los directores responsables hacen las películas pensando en la calidad final de las mismas, y ojalá que se estrenen en cines, pero no son mejores o peores porque se estrenen en televisión. Mira, la última de Richard Linklater sí que va a ir a cine en España, pero en Estados Unidos va a ir directamente a la tele. ¡Y es un peliculón! Es la película que más me ha gustado este año. En Estados Unidos va a ir directa a Netflix. Pero no es cosa de Netflix, lo hace Prime, lo hace Movistar… O sea, se estrenan pelis que no te enteras de que se han estrenado. Y son pelis muy buenas. ¿Por qué? Porque estrenan tanto que no llegan al espectador. Eso es una pena porque esas películas se pierden irremediablemente.

¿Te iba a preguntar, para terminar, qué película brillante la historia del cine has visto tantas veces que ya la odias a morir?
Oh, yo no odio ninguna película, tío. No odio ninguna película. Incluso las pelis que no me gustan de los directores que menos me gustan, no las odio. No, no, no. (risas).

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