«Utilizo la historia de mi país para hablarle a una audiencia global»

KEUM SUK GENDRY-KIM

La dibujante coreana Keum Suk Gendry-Kim lograba el reconocimiento internacional con la publicación de Hierbas, novela gráfica que recogía la experiencia de las mujeres secuestradas en su país como esclavas sexuales para el ejército japonés durante la Segunda Guerra Mundial. En La espera (Reservoir books), la autora aborda ahora la peregrinación de aquella generación de mujeres que sufrió la consiguiente guerra civil que culminaría con la actual separación de las dos Coreas. Hablamos con ella sobre su trabajo. G.LEÓN

Tanto Hierbas como La espera han encontrado una gran acogida internacional. ¿Te ha sorprendido este reconocimiento? ¿Cómo lo has recibido?
Pues lo he vivido con mucha sorpresa y, sobre todo, con mucha felicidad. Estoy muy contenta.

Las dos novelas gráficas cuentan sucesos muy particulares de la historia de tu país. Relacionándolo con lo anterior, ¿cómo crees que conectan estos hechos tan particulares con el lector occidental?
Yo quería establecer un diálogo. Para mí es una forma de cruzar o compartir la historia de Corea, de mi pueblo, para contar una historia general que apelara a todo el mundo. No es una historia exactamente mía, pero utilizo la historia de mi país, que es la que conozco y, a través de eso, le hablo a una audiencia global, más general. Al fin y al cabo, Hierba es una historia de mujeres, y eso hace que pueda ser leída por todo el mundo. Y La espera es una historia de separación, de una ruptura familiar.

No es la primera vez que su obra cuenta ciertos sucesos históricos. ¿Qué te impulsa a hacer este ejercicio de memoria?  
Bueno, al final se trata de establecer una pequeña conexión con mi propia familia, con mi madre y con mi padre. Y, a través de ellos, que ya son muy mayores, he tenido acceso a la memoria de esa época.

Tanto Hierba como La espera, son un retrato de la situación de la mujer de la época. En La espera, tu último trabajo, cuentas cómo la vida de la mujer estaba condicionada socialmente. Esa mirada hacia atrás, al pasado, ¿cómo la proyectarías hacia el presente? ¿Qué interés consideras que tiene para el lector actual?
Al final, Corea es una sociedad que sigue siendo muy patriarcal. Poco a poco, sin embargo, van surgiendo más activistas, más movimientos a favor de los derechos de la mujer. Cada vez hay más asociaciones feministas que apoyan este tipo de cambio. Al mismo tiempo, cada vez están surgiendo más escritoras, más mujeres que generan cultura. Antes existía una gran separación entre esos dos mundos de hombres y mujeres, y no se hablaba de estas cosas. Pero ahora sí se habla más y se pueden compartir este tipo de historias. En Corea sigue habiendo muchos problemas de acoso, de asesinatos que tienen una motivación sexual, de género. Al final, historias como La espera o Hierba son historias que conectan con estas vivencias que están teniendo las mujeres en Corea o en el mundo.

En ambos trabajos, pero sobre todo en La espera, hay una clara distancia entre hechos históricos y la vida íntima, más modesta, de los personajes, como si quisieras separarlos. Me refiero a la indiferencia del poder político por aquello que sufre el individuo corriente y, en este caso, la mujer.
Generalmente, como personas, tendemos a pensar que no tenemos relación con la historia. Que la historia nos es ajena, que tenemos que pensar en nuestra vida diaria, que tenemos que pensar en cómo salir adelante como personas normales, digamos. Pero, al final, para todas las personas, nuestra vida se inscribe en esa historia. Eso quiere decir que, al final, no podemos separarla. Es como la cuestión familiar. Si no están mis padres, yo tampoco tengo vida. No puedo vivir. De esta forma, si no tienes historia tampoco tienes un presente.

Como decías, la cuestión de la familia conforma el nudo emocional y argumental en La espera. En tu novela, esa familia parece que tiene mucho contacto. La hija vive muy cerca de la madre, por ejemplo. En occidente, ese modelo de familia parece que se está desmantelando. ¿Qué papel juega la familia, tanto en tu vida como en tu obra?
En Corea pasa lo mismo, la familia tradicional se está desintegrando. Antes, la idea era que los padres tenían que vivir con el resto de la familia, tenían que estar juntos. Ahora ya no es así. Aunque la familia sigue importando, cada vez hay más familias unifamiliares, personas que viven solas. Los abuelos viven solos y los hijos muchas veces tampoco se casan y, por lo tanto, viven solos.

Otro elemento relevante de las dos novelas es ese contraste entre vejez y juventud. En tus dos novelas hay un co-protagonismo entre una mujer joven y otra que se encuentra ya en la vejez. Incluso cuando vamos al pasado, esa imagen de juventud de la mujer anciana se hace presente. Creo que ahí hay un contraste, también gráfico, muy deliberado. ¿Se puede decir que hay un intento de recuperación de esa juventud perdida de esos personajes?
Sí, yo lo veo como una comunicación, como un conflicto entre el pasado y el presente. Lo quería mostrar como un conflicto directo, que se viera de una manera muy clara.

Un elemento muy sugerente de tus novelas es el del punto de vista del narrador. Más que un relato, es alguien que cuenta una historia que vemos ilustrada por las imágenes. ¿Cómo fue el trabajo de construcción de la historia? ¿Por qué escogiste ese punto de vista?
Lo que quería era tomar la voz de los lectores. Lo que intento hacer es que el narrador pregunte aquello que nosotros, como lectores, quisiéramos preguntar. Así que soy yo la que le pregunta directamente a los protagonistas lo que quiero saber, y ellos, luego, me responden. Se establece así un diálogo entre el lector y el narrador. Hago de mediador entre ambos.

Otro elemento fundamental de ambas novelas es el paisaje: los bosques, los árboles, los lugares naturales que transitan los personajes en su peregrinaje, etc. ¿Qué relevancia tiene este paisaje en tu trabajo?
Yo conocí a las víctimas de esos hechos, y fui a los sitios donde sucedieron las cosas. Son sitios donde van muchos turistas, son lugares de reunión, tanto la casa donde vivía la protagonista de Hierbas como otros sitios de relevancia histórica. Hay mucha gente que desconoce las historias de guerra que hay detrás de muchos de estos lugares, pero sí recuerdan la naturaleza, los paisajes. Cuando yo llegaba a esos sitios, quedaba como el trazo, el resto de lo que había sucedido, especialmente en la naturaleza. Por eso le doy importancia, porque es lo que queda de aquello que sucedió.

Otra peculiaridad de tus novelas es la transmisión de sensaciones físicas. El frío del invierno, el agotamiento de los personajes enfrentados a una situación, etc., forman parte de la narración. Me parece un detalle muy difícil de transmitir gráficamente. ¿Cómo te lo planteaste a la hora de abordarlo?
Aunque el registro de los hechos o las ideas siguen estando, lo que permanece es el cuerpo. Y para mí era muy importante el registro de ese cuerpo.

La espera tiene un fuerte elemento autobiográfico. Generalmente, ese elemento despierta una especie de pudor en el autor ante la exhibición de su propia vida. ¿Cómo has lidiado con eso? ¿Cómo escogiste aquello que quedaba fuera o dentro de la historia?
En La espera me planteé mucho si hacer un relato directamente autobiográfico o construir un relato de ficción. En Hierba la protagonista es una persona que cuenta su historia directamente. Por eso no tenía la necesidad de construir una ficción, porque ella misma había decidido hablar del tema. Pero en La espera, la gente a la que entrevisté era muy cercana, incluso mi propia madre. Por eso decidí ficcionarlo un poco, para crear una cierta distancia. Era gente de mi entorno que contaba su historia sin que se dedicaran a ello, al contrario de lo que sucedía, por ejemplo, con la protagonista de Hierba, que es una reconocida activista. Mi familia sigue viviendo en Corea del Norte y es peligroso si se habla de esto de manera directa.

¿Qué poder le concede al arte a la hora de provocar un cambio de conciencia social sobre todas estas cuestiones?
Me lo preguntan mucho. ¿Podré cambiar el mundo con esta obra? ¿En qué dirección? No lo sé, pero yo voy a seguir contando mi historia.

¿Hay una posibilidad de reencuentro entre las dos Coreas?
Ahora mismo las relaciones están rotas. Es una situación muy difícil. Para mí lo más importante es que se reanuden esas conversaciones.

Lo simbólico, lo alegórico es otro elemento que forma parte del relato. En La espera, por ejemplo, vemos esa imagen de un árbol con unas botas a los pies. ¿Cómo integra ese elemento en la narración?
Lo hice a propósito porque tengo otra obra que se titula Perros, que es mi próximo trabajo, y esas imágenes, a veces, son un avance de lo que va a venir después. Me gusta jugar a meter símbolos de las siguientes novelas que me van a llegar para dejar una especie de rastro (risas).

Tanto Hierba como La espera forman parte de una trilogía, incluso siguen un cierto orden cronológico. ¿Podrías adelantarnos algo de ese tercer relato? ¿En qué va a complementar a tus dos novelas anteriores?
Perro, la novela que voy a sacar a continuación, es una historia separada, que no tiene nada que ver con estas dos. Ahora estoy trabajando en otra historia que será la que termine la trilogía. Todo está conectado, pero no quiero adelantar si seguirá un orden cronológico. Habrá que esperar (risas).

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