“Un poco de desvarío habrá, pero, ¿quién no desvaría? Desvariamos todos”

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Supongo que todos hemos pensado en ello en alguna ocasión. ¿Cómo serán nuestros últimos días? En una sociedad tan acelerada como la nuestra, parece cada vez más evidente que la vejez ha pasado a ser una preocupación menor. Roto, en apariencia, el nudo del núcleo familiar tradicional, la pregunta que surge es, ¿qué es lo que hacemos con nuestros mayores? En el horizonte, la figura de la residencia se presenta como solución a un proceso en el que el anciano parece que queda aparcado, lejos de todo, para no molestar. Sin embargo, esta salida no satisface a todo el mundo. Como alternativa, en la ciudad de León encontramos un pequeño hostal que, desde hace más de veinte años, acoge en sus habitaciones a aquellos que, lejos de resignarse a asumir ese destino, buscan un ambiente más cordial y humano en el que sean algo más que unos simples pacientes a los que atender. Se trata de sentirse, simplemente, personas.

Este es el hilo argumental de Hostal España, uno de los documentales que hoy lunes 16/11 podréis ver en el festival La cabina que se está celebrando en Valencia, desde el viernes pasado y hasta el final de semana. Dirigido por Chus Domínguez e Inma Álvarez, Hotel España nos introduce en este pequeño microcosmos, un viaje por la intimidad de unas personas que, si bien no lo expresan de viva voz, tiene por objetivo la conquista de su dignidad allí donde la sociedad ha decidido no visibilizarlos. Hablamos con Inma Álvarez de todo ello.

¿Cómo empezáis este proyecto? 
Bueno, este hostal es mi lugar. Yo soy la propietaria, junto a mi hermana. Fue de nuestra madre y nuestro. Nuestra madre se jubiló y ahora es de mi hermana y mío. Yo creo que intentamos [levantar este proyecto] como hace veinte años. Le dije a mi amigo [Chus Domínguez], que hace cine, que quería hacer algo porque esa manera de vivir me llamaba mucho la atención. Lo intentamos, pero no fluyó. La cámara era muy grande y estaba muy presente, faltaba mucha naturalidad y frescura. Dejamos descansar el proyecto y hace como siete años lo intentamos de otra manera en la que íbamos de habitación en habitación, contando cada historia. Pero surgieron varios problemas y no pudo ser. Pero ahora Chus había creado en el Museo de Arte Contemporáneo un laboratorio de arte audiovisual antropológico donde trabajan con colectivos, gente mayor, estudiantes, mujeres de mineros, y por ahí vimos que podía surgir algo. Quisimos probar a ver qué tal funcionaba y compramos una camarita pequeña. Empezamos por Pilarina, una de las mujeres, y cuando ya estaba involucrada en el proyecto, a los demás empezó a no parecerles tan raro. Y así fue surgiendo. Yo cuando veo la película, veo que es lo que yo sentía que quería contar. Es un día a día que a mí me parece muy especial.

 

¿Cómo llegan los residentes a este hostal y cómo se organizan en ese día a día?
Pues mira, es que llevan mucho tiempo llegando. Nosotras no estamos anunciadas en ningún sitio, es un negocio sencillo, de toda la vida. Estamos ahí desde el ochenta y cuatro. [El hostal] ha pasado por varias etapas. Antes había estudiantes, obreros, viajantes, prostitutas, ha habido de todo. Siempre ha habido mucha vida por ahí. Y luego empezó a llegar gente mayor. El perfil de la clientela fue cambiando. Fíjate que hace veinte años que quiero hacer esto y ya había gente mayor. ¿Y por qué van llegando? Pues porque “el primo de no sé quién está aquí”, que si “alguien me ha dicho que aquí cogéis gente”, etc. Vienen así, porque se lo van contando. Ha habido gente que ha estado aquí y les llaman de las residencias, porque lo han solicitado, se van y luego vuelven porque no quieren estar en la residencia. Y otros porque, estando en la residencia, han oído hablar del hostal, se salen y vienen. Y así. Va viniendo solo.

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El hostal ofrece una manera diferente de afrontar esta etapa de la vida. En ese sentido, ¿cuál dirías tú que es lo más relevante para los residentes? 
Pues fíjate qué cosas no habrá vivido ya esta gente. Habrán tenido una vida complicada o muy buena, me da igual, pero, ¿no puedes acabar de una forma decente tus últimos días? Yo te digo que he ido algunas veces a alguna residencia y esa manera de terminar la vida no la veo. Había una mujer que había estado en una residencia cuatro años, tenía tendencias como depresivas y no quería volver allí ni loca. Sus hijos vivían en Suiza, otro en Italia, otro en Murcia y otro en San Sebastián. Y aquí tenía su habitación, sus cosas… Hay una mujer en la película que tiene 96 tacos. Pues con 93 se salió de la residencia. Había estado con nosotros nueve años. Su hija dijo, de repente, vente para casa conmigo. En casa estuvieron dos meses, discutieron o lo que fuera y la mandaron a la residencia. Estuvo allí un año y la mujer no podía porque todavía tenía vitalidad. Nosotras les hacemos muchas cosas, como ir a hacerles recados, etc., pero luego te das cuenta de que ellas quieren hacer las cosas por ellas mismas. ¿No vamos a querer hacer lo nuestro? Tú quieres seguir siendo capaz. Hay veces en que yo podría hacerles muchas cosas, pero lo quieren hacer ellas. Y es que les viene fenomenal. Necesitan hacerlo. Una pone la mesa, otra seca los cubiertos… No lo comentan, pero veo que lo hacen y creo que les viene bien. Yo quiero que lo hagan.

 

Uno de los grandes conflictos de esa etapa de la vida es el de la soledad, especialmente, cuando no tienen otra familia en la que sostenerse. ¿Cómo percibes en ellos este problema?
Yo veo que hay como una tendencia a aislarse, al mínimo esfuerzo. A veces, yo las fuerzo a salir a la calle. Les digo, “venga, vístete que vamos a salir”. Tienes que forzarlas a algo que, muchas veces, les gusta. A otras las animo a que se junten y salgan a dar un paseo. Pero tienen esa tendencia. Mira, durante la pandemia empezaron a jugar a las cartas, algo que no habían hecho nunca. Formaron corros y charlaban después de comer. Hay una cosa muy curiosa, que siempre me ha llamado la atención, y es que a veces entras en una habitación y parece que hay alguien que está de paso. Ves dos peras, una naranja, a lo mejor un cepillo de dientes, el más barato, de niño, un transistor y las zapatillas. Nada más. A mí eso me parece alucinante.

A propósito de esto, una parte que parece que aporta el hostal es, precisamente, esa cuestión del espacio, el hecho de tener un lugar que sea propio y, como dices, tus cosas. Además, el documental está estructurado así, visitando habitación por habitación. ¿Hasta qué punto es importante lo propio como un elemento de identidad? 
Pues mira, para algunos no tiene ninguna importancia. Para otros, sí. Hay una mujer que llegó como hace tres años que dijo que quería la habitación completamente vacía y blanca. Nada más. Ella está muy impedida visualmente y no quería ir a una residencia. Un día coincidió en una cafetería con una mujer que estaba aquí y se lo dijo. Vino un día a preguntar y a la semana ya se había instalado. Hizo una selección de lo que tenía en su pisín y se lo trajo. Esta es la que más ha aportado de sí misma. Los demás, a lo mejor han traído una televisión más grande, pero poco más. Hay un desapego absoluto de las cosas, noto yo. Algo maravilloso.

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¿Y a qué crees que es debido ese desapego?
Pues mira, a hacerse prácticos. No lo sé, pero llevo mucho tiempo viendo esa parte. Yo sufro de apego (risas) porque me llevo todo lo que encuentro, en basuras, en chatarrerías, me lo llevo todo. Así que no he llegado a ese punto. Quiero hacer una criba y no puedo. Por eso los admiro, de verdad. Esa simplicidad, la admiro. Para otros los objetos a los que tienen más apego son objetos recientes, alguna foto, eso sí, pero nada que digas que llevan con ellos toda su vida. Uno de ellos, lo más que tiene es una foto suya de pie de la mili. Es lo más íntimo que tiene.

En las sociedades actuales ha habido un proceso de desestructuración de la familia convencional. ¿Cómo valoras este proceso?
Pues mira, como decíamos antes, puede ser que cada uno esté por su lado, hay otros que no tienen hijos. Yo creo que eso de vivir para siempre con tus hijos hace tiempo que se ha perdido. En la actual sociedad ya no lo veo. Ni se cuestiona. Se da por hecho que la residencia es la opción, lo que pasa es que la residencia funciona como funciona. Yo he visto a personas que están en silla de ruedas y llega la hora de acostarse y la gente que las asisten van corriendo y los llevan a la carrera porque no dan abasto, porque no hay suficiente personal. Ahí tenemos un problema terrible. No entiendo que, teniendo una sociedad tan envejecida como la nuestra, no se mire esto, por qué no se cuida, por qué no tenemos lugares dignos.

¿No ves una relación entre esa desestructuración del modelo familiar y estas situaciones y que, por eso, el modelo no se puede revertir? Digamos que la familia era un elemento orgánico que permitía la continuidad y ahora estamos buscando un sustituto que no siempre acaba de ser el adecuado porque siempre es artificial. 
Sí, es que yo creo que a la figura del anciano le hemos perdido el respeto. Antes eran figuras respetadas. Su opinión, todo. Ahora no, ahora decimos “pero, ¿qué dices?”, ¿tú qué sabrás?” Mira, yo veo que algunos tardan en decir lo que quieren, porque les cuesta un poco comunicarse, pero lo tienen aquí [en la cabeza]. Les cuesta decirlo, pero lo tienen. Y aunque estén un rato, cuando rematan ya sabes lo que han querido decir. Solo es un poco más de tiempo, nada más. Pero yo creo que el problema es que ya no estamos a ese ritmo, lo hemos perdido. Y hombre, a veces, un poco de desvarío habrá, pero, ¿quién no desvaría? Desvariamos todos. Cada uno a su ritmo y a su honda. Pero, con ellos, sienten que todavía quieren decir cosas.

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Una de las curiosidades de la película es esa interacción que hay entre la cámara, el hecho de estar haciendo la película, y ellos, hasta el punto de que uno de los personajes coge la cámara y, de alguna manera, se convierte en director. ¿Cómo se os ocurrió la idea y cuál era la intención? 
Esa idea fue de Chus. Me preguntaba, ¿cómo crees que funcionará si ellos mismos se implican? Y yo le dije, bueno, igual está complicado, pero se puede probar. Yo creo que era mejor que ellos estuvieran dentro porque, si se sentían observados, como en la primera vez que lo intentamos, lo vivirían de otra manera. Yo creo que funciona bastante bien. Algunos de ellos se lo tomaron como si fueran los deberes (risas). Pero bueno, como en todo, unos se implicaron más que otros. Algunos son más curiosos que otros. Pero lo que sí es verdad es que esos meses había como un ambiente.

¿Cómo se han visto ellos? ¿Cómo ha sido para ellos ver su propio mundo?
No la han visto terminada todavía. Sí es verdad que un día hicimos un simulacro de película, se la mostramos y les encantó. Ellos son naturales como la vida misma. Yo lo veía cuando miraban a la cámara y lo hacían como desafiándola.

Uno de los personajes dice: “yo no quiero morirme”. En el fondo, al final, nadie quiere irse de este mundo.
Mira, hay una de las mujeres que, todas las noches, viene a darme un abrazo y me dice: “por si acaso”. A veces yo estoy acabando de aclarar algo y ella ya está esperando para decírmelo. Y claro, es que es verdad que se podía morir. O yo. En cualquier caso, la muerte se vive de una manera muy natural allí. Hace poco se murió uno que llevaba allí veintiún años. Alguien me avisó y vi que la puerta de la habitación estaba abierta. El hombre estaba allí, pero nadie parecía asustado ni sorprendido. Simplemente, es así. Hombre, ese temor está ahí, claro, porque todos lo tenemos. Todavía no hemos aprendido a asumir eso, pero veo que, cuando llega, lo superan bien.

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