Hasta el 12 de junio permanecerá en el IVAM la exposición Ruta gráfica. El diseño del sonido de València que repasa el aspecto gráfico de la escena de clubs valenciana en los 80 y los 90, una parte olvidada de la Ruta del Bacalao que se caracterizó por la innovación estética, conceptual y formal. Complementa la muestra un gran libro del mismo nombre editado por Barlin Libros que agrupa cientos de carteles y flyers sobre eventos celebrados en Barraca, Chocolate, ACTV, Spook o Espiral. Para la ocasión, hemos hablado con Alberto Haller, editor del libro y co-comisario de la muestra, sobre el fenómeno social y musical que devino este incipiente circuito de clubbing, su identidad visual, la represión que sufrió la música electrónica a nivel europeo y el reciente interés sobre el tema, que en los últimos años ha inspirado libros y novelas, obras de teatro y una serie que se estrenará a finales de año.
Para empezar, explícanos qué tuvo de interesante la Ruta del Bacalao a nivel musical y como fenómeno social.
Obviamente, por edad, nunca podría hablar en primera persona del fenómeno. Para conocer esta historia desde esa perspectiva, es necesario adentrarse en el magnífico En éxtasis, de Joan M. Oleaque. Verdadero cronista de estos años. No obstante, y esto es algo que, aunque parezca mentira me he dado cuenta de que hay que remarcar, del mismo modo que existen historiadores expertos en el siglo XII quienes, obviamente, no vivieron el siglo XII, también, como historiador, se puede hablar de un fenómeno, por reciente que sea, sin haberlo experimentado en primera persona.
En ese sentido, creo que lo interesante que tuvo la Ruta a nivel musical y social fue que supuso el desembarco en nuestro país de todas las culturas de vanguardia ligadas a la posmodernidad y el clubbing, con una característica que creo que la diferenció de otras escenas análogas que se gestaron en paralelo en otros puntos de Europa: su desarrollo a través del canal de la hostelería. Es decir: mientras, por ejemplo, en Inglaterra el movimiento rave campaba a sus anchas por la campiña, jugando al gato y al ratón con la policía, aquí eso no sucedió de esa manera porque todo ese circuito se gestó dentro de discotecas esplendorosas en muchos casos, encuadradas en los cauces de la legalidad —una legalidad mucho más laxa que la actual, claro—. Aunque el final no fue muy disímil en ambos casos, con sus particularidades, sí lo fue en su desarrollo.
Así, en resumen, lo de València fue la gestación de un movimiento que se desarrolló en toda Europa, que a grandísimos rasgos podríamos encuadrarlo bajo la etiqueta de la new wave, con sus rasgos distintivos y particulares, como tuvieron la escena inglesa, francesa, belga, alemana… Con la particularidad de que aquí fue legal, y no tuvo que luchar por alcanzar ese estatus de respetabilidad.
En la exposición que comisarías en el IVAM junto a Moy Santana y Antonio J. Albertos, y en el libro que la acompaña aparece, por supuesto, la imagen de ACTV, icono absoluto de la Ruta diseñado por Quique Company y Paco Bascuñán. Fue el primer proyecto de diseño gráfico que nació con la voluntad de generar marca y crear una identidad propia. ¿Cómo de relevante fue el aspecto gráfico de la Ruta en general y de ACTV en particular?
En el proceso que seguimos mis compañeros Moy Santana, Antonio José Albertos y yo para el comisariado, pronto fue evidente que, como tú bien dices, el primer proyecto de identidad de marca como tal fue el desarrollado por Company y Bascuñán para ACTV. Esto se explica por el contexto histórico: la profesión de diseñador gráfico, tal y como hoy la entendemos, estaba en pleno proceso de creación en los años 80. Ellos dos provenían del estudio de diseño multidisciplinar de La Nave, que fue un laboratorio en muchos aspectos, prácticamente pionero en España. De ese modo, se explica que el resto de imaginería desarrollada en estos años no partiera de estos preceptos, y fuera más bien fruto de la improvisación y la espontaneidad. Decir lo contrario sería forzar el relato histórico. Company y Bascuñán fueron muy avanzados con conocimiento de causa, y esa es la diferencia con otros proyectos: la consciencia de la relevancia del trabajo realizado.
La exposición le da cancha a carteles y flyers hechos por gente anónima (camareros, impresores, djs, relaciones públicas…). Algo muy en consonancia con el espíritu espontáneo del fenómeno. ¿Por qué os ha parecido importante exponer estas obras junto a las creadas por grandes nombres del diseño y del cómic?
Porque sino estaríamos forzando el relato histórico, que en tiempos de posverdad puede que no parezca tan grave en ciertos sectores, pero desde luego no parte de la rigurosidad y la honestidad con la que creo que se debe elaborar un discurso histórico. Si le diéramos relevancia única y exclusivamente a los grandes nombres estaríamos explicando el fenómeno de manera parcial y sesgada, presentizándolo. Esto fue un fenómeno social de base colectiva, guiado en muchos casos por el voluntarismo y el mero placer de sentirse parte de algo. En estas circunstancias, puede que inhabituales pero reales, los egos en muchos casos se diluyen en un magma comunal que trasciende el individuo. Algo que, precisamente para el caso, pueda resultar paradójico, porque la orientación política de la posmodernidad acentúa precisamente el individualismo por encima de lo colectivo. Pero, desde luego, sin paradojas no seríamos seres humanos.
Por otro lado, algunas obras están firmadas por integrantes de la denominada Nueva Escuela Valenciana de cómic, fueron los que comenzaron a dotar de identidad visual a este incipiente circuito. Artistas como Mique Beltrán, Sento Llobell, Daniel Torres o Micharmut. Cuéntanos un poco sobre los grandes autores que podemos encontrar en la muestra del IVAM y su incidencia en el circuito.
La participación de estos artistas punteros en el circuito de salas valencianas en los 80 se explica, en nuestra opinión, desde una perspectiva doble. Por un lado, había ganas de innovar y, de este modo, espolsarse el franquismo de encima. De repente éramos Europa, tras 40 años aislados, y había que demostrarlo con fiereza y talento. Por otro lado, también, se explica desde el punto de vista del mero bussiness: los empresarios querían atraer a esta nueva clientela moderna y desenfadada, que navegaba la ola de los tiempos y del futuro. Y fueron estos artistas de cómic, en la década del boom del fanzinismo, los que representaban esta estética de lo nuevo. De ahí que entrasen a participar y a desarrollar sus estéticas e imaginarios. Ellos eran los modernos, y era a esta clientela a la que se quería atraer.
La música electrónica que sonaba en la carretera de Pinedo fue casi siempre de importación, pero toda la producción gráfica que nutrió a esta vanguardia fue de producción totalmente local. ¿Hay algún hilo común que la atraviese? ¿Ha sido muy difícil recuperar el material que se muestra en la exposición? ¿De dónde proviene?
Creo que el único hilo conductor es a nivel técnico, que es la serigrafía. Y, por supuesto, creo que, en cuanto a nivel temático, pues por lo general se buscaba innovar y ser original, más allá de comunicar —que también, claro—. Y con respecto a la búsqueda y recuperación de los materiales, es obra de mis compañeros Moy y Antonio. Han sido ellos quienes han estado 2 años peinando por arriba y por abajo la ciudad en busca de los carteles y grabando las entrevistas que hemos empleado para elaborar el relato. Un trabajo brutal por su parte.
En éxtasis fue el primer libro de la editorial Barlin Libros, ¿será Ruta gráfica. El diseño del sonido de València el último dedicado a la Ruta o vas a seguir explorando esa parte de nuestra historia? ¿Qué queda por explorar?
Pues no te sé dar una respuesta clara, la verdad. No digo que “no” porque hay numerosos aspectos todavía por historiar y desentrañar en esta historia, pero tampoco digo que “sí” de manera abierta porque el nivel de dedicación, tiempo y recursos que requieren este tipo de proyectos es muy elevado. Por lo tanto, abierto estoy a nuevos proyectos, claro, pero creo que no daría el “sí” con la ligereza de antaño.
En éxtasis fue publicado originalmente por AraLlibres en 2004, cuando la Ruta del Bacalao seguía absolutamente demonizada por su asociación al consumo de drogas, a los accidentes de tráfico y al garrulismo. Cuando nadie más lo hacía, Joan Manuel Oleaque, el autor del libro, la dignificó señalando la calidad vanguardista, avanzada y pionera del bacalao como fenómeno sociológico, musical y cultural. ¿Cómo de meritorio fue aquello?
El mérito de Joan es inconmensurable, porque enarbolar aquel discurso en 2004 era exponerse a que los de su gremio —y muchos otros— dejasen de respetarle. Decir ciertas cosas ahora mismo no tiene ningún mérito, pero ser el primero en predicar en el desierto es muy arriesgado. Joan es muy grande, simple y llanamente.
Barlin también ha publicado la autobiografía del conocido dj francés Laurent Garnier que cuenta la represión que sufrió la música electrónica en Inglaterra y en Francia. En éxtasis trata esta represión en Valencia. ¿Ves un paralelismo entre estas historias de la música electro europeas? ¿Cómo ha sido el camino que conduce de esa represión hasta la completamente integración del género en nuestras costumbres de escucha hoy en día?
¡Me encanta esta pregunta! Trazar paralelismos a nivel europeo creo que es algo muy necesario en toda esta historia, y muchas veces creo que se peca de ombliguismo. En efecto, Electroshock de Laurent Garnier, libro que adoro de mi catálogo, narra en realidad el camino de fondo que siguió la música electrónica en los 90 hasta su plena integración como elemento cultural. La lucha por la respetabilidad de todo un género. Pero como decía antes, la experiencia que nos traslada el francés en las páginas de su libro no creo que sea extrapolable, punto por punto, al caso valenciano. Aquí el estigma vino con la masificación del fenómeno y la cobertura sensacionalista que algunos medios de comunicación comenzaron a hacer de ello, pero con la particularidad de que la escena se venía desarrollando desde la legalidad de las discotecas desde el día uno, no en medio del campo.
Hay una canción de acid house del año 1988 de un productor americano llamado Bam Bam que se llama Where’s your child que me encanta para ilustrar esta diferencia. El tema contiene una voz gutural medio apocalíptica que, sobre una base ácida desarrollada con una Roland TB-303, se jacta, dirigiéndose a los padres de los supuestos fiesteros, de que “a saber dónde están sus hijo”». “Where’s your child? / Do you know? / Look around / Nowhere to be found / Parents don’t let your kid leave out late at night / Don’t you know they don’t know wrong from right”, y a todo esto le sigue una risa siniestra y malévola… Y es que, en efecto, en prácticamente toda Europa esos “padres de las criaturas” no sabían dónde estaban sus hijos e hijas porque las raves se celebraban en lugares apartados en medio del campo, clandestinos, o en edificios abandonados como en el caso de Berlín, por ejemplo. ¿Pero aquí? No había motivo para la risa sobre el paradero de los “pobres e inocentes churumbeles”: estaban en algún lugar de la carretera del Saler, tras pagar religiosamente su entrada. Fin del misterio. El camino de la respetabilidad en Europa, como narra Garnier, pasó por tomar los espacios legales de clubs y salas en buena medida. Aquí eso ya existía, y el estigma simplemente hizo que comenzase a asfixiarse a estas salas con medidas policiales prácticamente militares, que lo único que consiguió es que la escena se disgregase por el conjunto del Estado, especialmente en el cinturón rojo de Barcelona, como relata Oleaque en En éxtasis, en vez de seguir concentrada en la CV-500.
Barlin reeditó En éxtasis en 2017, ¡con prólogo de Kiko Amat!, el mismo año en el que Eugenio Viñas sacó el podcast Valencia Destroy. Antes había empezado a abonarse el terreno con la publicación de las novelas Destroy de Carlos Aimeur y No iba a salir y me lié de Chimo Bayo y Emma Zafón, y el libro ¡Bacalao! de Luis Costa. Fue sin duda un buen momento para revisar el libro del periodista que primero dijo que aquello fue algo vanguardista ¿Cómo se gestó la reedición?
Yo conocía le libro de Oleaque de haberlo leído por casualidad cuando era estudiante. Lo encontré en un estante en la biblioteca de humanidades Joan Reglà de la UV, me llamó la atención y me lo llevé. Al leerlo no daba crédito: no podía creer que aquel libro estuviese hablando de València. Muchos años después, tras trabajar en una editorial en Madrid y comenzar a montar el proyecto de Barlin Libros, la idea de traducir y actualizar aquel libro me rondaba desde el principio, pero consideré que nadie me la “robaría”, por lo que prioricé otras cosas. Fue cuando vi anunciado el lanzamiento de ¡Bacalao! de Luis Costa cuando me dije “Oh… Shit!”. Busqué corriendo el mail de Oleaque y le propuse que nos reuniésemos, cosa que no pudimos hacer hasta después de la presentación en València del libro de Costa, donde nos conocimos en persona. Todo muy rocambolesco… Cuando por fin nos sentamos le planteé formalmente la idea a Joan y él confió en mí y en mi proyecto, pues todavía no había siquiera sacado el primer libro al mercado… Todo un gesto por su parte, que no puedo sino agradecerle. Y el prólogo de Amat, fue tan sencillo como escribirle. Se mostró automáticamente entusiasmado con la idea, porque conocía el trabajo de Joan y se declaró fan absoluto.
Luego vino la obra de teatro Valenciana que hila la Ruta del Bacalao, el caso Alcàsser y la corrupción valenciana, y a finales de este 2022 Atresplayer estrenará una serie inspirada en el fenómeno. ¿Cómo explicas este interés por el tema? ¿Tiene que ver con la ola nostálgica esta que vivimos? ¿Con el espíritu de los tiempos? Te lo preguntamos pensando en que Zahara prepara el show La Puta Rave, y recordando a Rosalía bailando en un párquin en el videoclip de “Malamente” o Parkineo17 en el Matadero de Madrid, un evento inspirado en el escenario colateral por antonomasia de la cultura de club.
Pues mira, precisamente en el libro Electroshock de Garnier hay un capítulo llamado Cycle 30 —una clara referencia a un disco homónimo de Jeff Mills— en el que explica su teoría de que todo elemento musical, artístico o cultural requiere de un período de 30 años para desarrollarse y agotarse en su espíritu innovador, antes de que las nuevas generaciones cojan su relevo y lo resignifiquen. Lo acontecido en València en los años 80 y 90 sucumbió a nivel artístico porque hubo otras corrientes musicales y estéticas que supieron seguir desarrollando ese espíritu vanguardista, cosa que aquí no sucedió por toda una serie de cuestiones. Claramente, para el caso español, fue el Sónar de Barcelona el que supo coger ese testigo y seguir explorando en los terrenos de la experimentación.
El que ahora se quiera recuperar todo esto yo creo que tiene que ver con este ciclo de 30 años. Los primeros 15 años fueron de desarrollo, que se vio cortado en seco por la persecución y su agotamiento temprano; los otros 15 años del ciclo han sido de resaca —metafóricamente hablando, espero—, y ahora ya estamos alcanzando ese umbral de 30 años. Para el caso, creo que el modo en que se va a revisitar va a ser desde planteamientos principalmente estéticos, pues el mundo actual prioriza la forma muy por encima del contenido. Aunque no exclusivamente, por suerte. En cuanto al contenido, creo que también influye en el sentido de que hoy en día vivimos tan constreñidos y tristes, que apelar a un oasis de libertad tan cercano es un verdadero bálsamo para la imaginación de los más jóvenes. “¿En serio pudisteis hacer todo aquello?”, parecemos querer decir los de mi edad y los más jóvenes. El componente de nostalgia está claro, pero no creo que sea el único ingrediente. Y esa curiosidad es maravillosa, porque siempre es el ingrediente esencial que alumbra lo nuevo, lo que está por venir.
Cuando fuimos a ver la exposición, mucha gente que la visitaba compartía sus recuerdos de la época como un momento maravilloso. ¿Crees que los Valencianos son conscientes de haber vivido en la vanguardia gráfica y musical? ¿Hay un orgullo valenciano sobre el asunto? ¿Por qué ha costado tanto que la gente y las instituciones reconozcan la importancia del fenómeno del bacalao?
Toda generalización es siempre una mentira y una verdad a medias. Hablar de “los valencianos” a nivel genérico es muy conflictivo… Los habrá que sí y los habrá que no, claro. Con respecto al orgullo, no creo que lo haya, la verdad. Pero soy optimista con el hecho de que pueda llegar a haberlo en algún momento, convirtiéndose toda esta historia en un elemento del que sacar pecho: “fuimos los primeros en ser los más modernos”. Algo así pero más elaborado, claro. Dicho de esa forma suena hasta pueril.
Y finalmente, sobre el por qué ha costado que la gente y las instituciones comiencen a valorar esta nueva perspectiva, creo que se debe al estigma que acabó soterrando al fenómeno. Aunque que quede claro: no fue algo exclusivamente de aquí. No me canso de decirlo. Por ejemplo, la ley más restrictiva que se creó a nivel europeo fue la que en 1994 redactó el gobierno de Thatcher en Inglaterra: la Criminal justice and public order act, también conocida como la ley antiraves, que prácticamente autorizaba al ejército a desactivar aquellas fiestas ilegales que crecían como setas por toda la isla. Tras cumplirse ese ciclo de 30 años que mencionaba antes, creo que ya es factible para los que tienen que ser políticamente correctos decirlo en voz alta sin meterse en un problema.
Escenas musicales como el rock radical vasco o la Ruta han quedado opacadas por la publicitada Movida madrileña. ¿Crees que es cosa del centralismo, de que no se le da el mismo bombo a la cultura que se genera en la periferia? ¿O va por otro lado la cosa?
El centralismo explica en muy buena medida esta realidad, pero no solo. Pondré de ejemplo el caso de Mánchester. En los 80 alumbró una escena muy potente de new wave —de la que en València se bebía un montón, por cierto—, y ese relato sí ha sabido cuajar en el imaginario popular. Y sobre si Inglaterra es o no un Estado centralista creo que no habrá discusión, con la todopoderosa Londres… Obviamente es un factor muy importante, pero no el único que creo que pueda explicar esta realidad. Otro elemento a desarrollar, por ejemplo, creo que fue el componente interclasista de lo acontecido en València, frente al elistismo de la Movida Madrileña. El factor clase, en este caso, creo que también influye mucho. Pero vamos, que es un elemento más a historiar de todo esto… Creo que este interés por la escena valenciana no ha hecho más que comenzar.
Las canciones de Ximo Bayo son las que más han arraigado en el imaginario colectivo, pero hubo mucho más. ¿Qué otras canciones son representativas de la época? ¿Alguna que odiaras al principio y hoy consideres referente cultural de la época?
No me considero experto en —esta— música. Mi interés por este asunto va más por lo sociológico, lo histórico y lo antropológico. Sin embargo, para la presentación de la segunda edición de En éxtasis en Barcelona, nos pidieron desde la librería una playlist para amenizar el acto, y Joan Oleaque hizo una breve lista que he escuchado ya cientos de veces. De ella, me quedo con un tema que, según me comentó el propio Joan, era mítico en la época: el remix que hizo Perfekto de Rejekto, de los franceses Robotiko Rejekto. Y también, aunque esto no salga de esa lista, hay un tema al que le tengo mucho cariño, que he escuchado en varias grabaciones de la época: Voice of the Mysterons, de los británicos Alert the Press. Espero que haya musicólogos e historiadores de la música que se están poniendo ya con esto… solo digo eso.