Nos concede una magnífica entrevista la coach personal y escritora María Fernández. Además de colaborar en importantes medios audiovisuales y escritos, es fundadora y directora de Coaching & Media, firma especializada en coaching a personajes públicos, además de a particulares. Es también Motivadora de Equipos, campo en el que ha trabajado para empresas del Ibex 35. Ha publicado recientemente El pequeño libro que hará grande tu vida (Alienta), por el que le preguntamos. GINÉS J. VERA
Coméntenos acerca de las que oímos, las que nos decimos a nosotros mismos, del poder que tienen las palabras tal y como nos revela en su libro.
Es importantísimo el lenguaje que elegimos tanto para hablarnos a nosotros mismos como para relacionarnos con nuestro entorno. El lenguaje es un reflejo de lo que pensamos y sentimos. Sin embargo, nosotros podemos también cambiar cómo nos sentimos si decidimos modificar nuestro lenguaje a priori. Me explico. Imaginemos que en vez de usar la palabra problema respecto a las dificultades que nos encontramos, empezamos a usar la palabra desafío o reto. ¿De qué forma cambia nuestra relación con eso que nos está pasando? Si lo que tenemos frente a nosotros es un problema, nos sentiremos víctimas y más pequeños respecto a él que si lo llamamos desafío. El desafío tiene la capacidad de medirnos frente a esa dificultad; la palabra desafío nos otorga poder, ganas, fuerza, determinación, y en definitiva supone una prueba que hemos de superar para ser todavía más fuertes y tener en un futuro más herramientas.
Me ha gustado esa interesante frase en su libro que nos recuerda que “no aprendemos tanto de las experiencias positivas como de las negativas”. Al final va a ser cierto eso de: “equivócate más, equivócate mejor”.
Por supuesto. Nuestra mente funciona de forma tan extraordinaria que cuando algo duro nos sucede, de ese evento aparentemente negativo obtenemos la mayor de las contrapartidas: un aprendizaje.
Somos lo que vivimos. Pero, sobre todo, somos lo que hacemos a partir de lo que hemos vivido. La verdadera sabiduría consiste en saber revertir las situaciones difíciles –a veces extremas– en auténticas bendiciones.
Leemos en el libro que el miedo no habita en el presente, solo sentimos miedo cuando nuestra mente viaja al pasado o al futuro. Dos instantes que sabemos que no existen; una sutil paradoja: uno ya se marchó y el otro está por descubrir, y por tanto, podemos cambiarlo. ¿No es así?
El miedo vive en la pre-ocupación, no en la ocupación. Vive en un plano mental, pero no en un plano físico, de acción. La acción es el antídoto del miedo. Cuando nosotros nos ocupamos de aquello que nos atormenta no tenemos miedo. Simplemente utilizamos nuestra mente en la búsqueda de soluciones. Por otra parte, el miedo es necesario porque nos protege. Es un mecanismo de defensa, que nos hace estar alerta y gracias a él garantizamos nuestra supervivencia. Pero hoy solemos tener miedo a circunstancias que no atentan nuestra existencia. Para saber usar el miedo a nuestro favor, lo primero que debemos hacer es identificar si lo que nos alberga es un miedo protector o un miedo opresor. El primer tipo de miedo es positivo. El segundo no. Aun así, en cualquiera de los dos casos, la solución es siempre la misma: la acción. Enfrentarlo. E incluso entenderlo.
Para combatir el miedo tenemos que mirarlo de frente, descifrar el mensaje que tienen para nosotros, quizás en qué tenemos que tener cuidado, y luego caminar por el sendero que habíamos definido. Y al actuar nos damos cuenta de que muchos de nuestros miedos eran nebulosas que se disuelven en el momento que entramos en acción. Debemos usar nuestro miedo para que nos proteja, pero sin frenarnos. El miedo crece cuando TÚ NO HACES NADA. Se alimenta de tu inacción. Es como un herpes. Y desde mi punto de vista, lo más peligroso del miedo es cuando nos hace dudar de nuestras capacidades. Ahí el miedo te ha sometido. Pero el objetivo es someterlo nosotros a él. Ahí habremos ganado.