Esta semana, mi entrevistada es la periodista y escritora Elga Reátegui (Lima, Perú). Estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad Inca Garcilaso de la Vega y se licenció en Periodismo en la Universidad Jaime Bausate y Meza de la capital peruana. Ejerció su profesión en Perú en diversos medios de comunicación. Con el poemario Ventana opuesta, en 1993, incursionó en el mundo de la literatura. A este le siguieron Entre dos polos (1994), Alas de acero (2001), Etérea (2004). Asimismo, junto al escritor y decimista, Pedro Rivarola (ya fallecido) publicó los epistolarios Correo de Locumba (2002) y Violación de correspondencia (2003). Publicó su primera novela El santo cura en 2007 en España y en 2009 en Perú, en una segunda edición. Más tarde llegarían De ternura y sexo (2011), A este lado y al otro (2015), el poemario En mi piel (2005) y la versión al inglés de este, para el mercado norteamericano, bajo el título Body maps, en 2014. Su última novela publicada es Y te diste la media vuelta (2016). Miembro del PEN Club Internacional y de la Asociación Concilyarte, acaba de publicar un libro de microrrelatos La fugacidad del color (Lastura) por el que le pregunto.
Para la elaboración de este La fugacidad del color tengo entendido que fuiste anotándote ideas que te fueron surgiendo en distintos viajes o entre interludios de la escritura de tus novelas. Me ha recordado a los relatos que componía de un modo Virginia Woolf entre novela y novela.
No fue adrede, aunque amigos muy queridos, cultivan ese género con plena solvencia. Quizá por cercanía debí sentirme influenciada o algo inspirada, pero no ocurrió de esa manera. Tras la culminación de una novela, surgió la necesidad de ‘entretenerme con otra cosa’, mientras descansaba o venía a mí la idea de otra historia larga. Recuerdo que le pedí a un amigo muy ducho en la materia que se acercara a mi casa y me diera una clase al respecto. Las reglas de juego, por decirlo de una manera sencilla. A partir de ese instante fui escribiendo a diario, tal como lo suelo hacer cuando escribo una novela. Recuerdo que el primer microrrelato que escribí quedó finalista en un concurso. Me acordé de Eugenio Buona.
Fueron intervalos de novela, muy productivos. Y sí, las ideas venían a mí en los viajes terrestres cortos o muy largos. Papelitos con apenas una o dos palabras, que luego iban a parar a mi bolso. Acumulé varios trozos de estos que se transformaron en cuentos. Son muchos de los que figuran en el libro.
Hablando de microrrelatos, muchos tratan de buscarles fronteras y parecidos, siendo casi inevitable que se hable de los poemas. César Gavela, autor del prólogo de tu libro, alude a ciertos aspectos comunes. Ya que has escrito varios poemarios, háblanos de esas similitudes, de ese ajuste pleno “entre forma y fondo”, como apunta Gavela en el prólogo.
Créeme, mis poemas no me han dado tanto trabajo como los microrrelatos. He pagado mi derecho a escribirlos. Con la poesía, me refiero a la que escribo, libre y dejándome llevar por mi música interior, me puedo dar muchas licencias, transgredir e ir a mi aire, pero con los relatos breves no, deben ser limpios, sencillos y cumplir con la medida pactada. Me salen rápido, fluyo y en apariencia quedan, pero luego viene la relectura y es cuando ves lo que no habías visto antes. Entonces a ajustar o modificar el vestido hasta que te quede muy bien. O lo que consideres aceptable, si no pudiste alcanzar esa perfección anhelada.
Quizá el microrrelato sea un género tan joven que aún no se ha afianzado entre los lectores como puede serlo el relato, la novela, la poesía o el ensayo.
Tampoco creo que se trate de un género joven, más bien, es un adulto bien conservado que con su constante renovación y frescura viene ganando terreno desde hace mucho. Tiene su público ganado y en plena expansión, y considero que goza excelente acogida entre lectores preadolescentes o adolescentes. Lo mismo ocurre entre los que pasan la barrera de los treinta o cuarenta. Conozco de primera mano dos casos interesantes al respecto, una es la de la escritora argentina Ana María Intili y sus microficciones, que arrasa en las ferias de libros, y también del escritor peruano Pedro López Ganvini que empezó escribiendo microrrelatos en su blackberrypara no aburrirse mientras iba camino a su trabajo. Lo curioso es que también se lo enviaba a sus amigos. Por años compartió sus escritos por este medio. Luego tuvieron que pagar cuando se convirtieron en libros, ja, ja, ja. De ese ejercicio a diario nación el libro El celular del diablo. Historias desde mi blackberry. Ni que decir que es un respetado cultor de este género en ese país sudamericano.
Creo que con este libro pretendes de alguna forma rendir un sentido tributo a Valencia y a las personas que te han acompañado en esta ciudad estos años. ¿Es así?
Así es, esa fue la decisión desde el inicio del proyecto. Quería agradecer a esta luminosa ciudad, mi Valencia adorada, que me abrió sus brazos mediterráneos, y a su gente, que desde el primer día me obsequió su sonrisa y supo acogerme con generosidad. Y por supuesto mediante este libro, también deseo tributarle mi homenaje a la amistad, a esos amigos que me ha dado esta tierra y este país, en general. Me enorgullezco de los amigos que tengo aquí, sean o no gente ligada a la literatura o al arte, que es el medio donde me desenvuelvo. Me siento de veras muy agradecida de vivir en este lugar, no solo por su geografía e historia, sino por la calidad de las personas que la habitan. Mi historia como novelista comenzó en Valencia, y desde que publiqué mi primer libro, las puertas se me abrieron. Tanto es así que la presentación de mi opera prima ‘El santo cura’ tuvo lugar en la Biblioteca Valenciana (San Miguel de los Reyes), una tarde de octubre de 2007.