Después de los libros infantiles Blas y los misterios de la noche y Blas y el misterio de la perra abandonada, y uno histórico sobre la figura de Jorge Juan, El viejo cuaderno, Antonia Montaner se adentra en la literatura para adultos con esta No te olvides de reír. La protagonista es Adela, una señora ya mayor que le cuenta a la cámara de su nieta Julia, para un documental, sus vivencias durante la República, la guerra civil y la posguerra franquista. Una historia de ritmo ágil que destila opresión, machismo y barbarie, pero también esperanza, risas y alegría contra un mundo injusto, entonces y ahora, cuando parece que ha olvidado su historia reciente y se encamina a repetir los mismo errores.
No te olvides de reír nos recuerda lo mucho que tienen vivido y callado nuestros abuelos. ¿Este libro es una especie de invitación a escucharlos?
Sí, a escuchar el pasado, un pasado muy cercano pero muy distinto. Yo no he vivido una guerra, pero mucha gente cercana a mí sí la pasaron, y escuchaba sus historias. Y no sólo la guerra, si no la dureza de sus vidas, tan distintas a las de ahora. Mis hijos ya escucharon menos esas historias de primera mano y mis nietas apenas cuentan con testigos, así que esta es una manera de evitar que se olvide porque, aquello que se olvida, se repite y, aunque suene a tópico, es una gran verdad.
Adela, en su sencillez, con su sabiduría llana, nos da grandes lecciones. A su nieta Julia y a nosotros, los lectores. ¿Qué crees que podemos aprender de ella?
Yo creo que la entereza, la voluntad de vivir pese a todo y que lo malo que nos traiga la vida, que siempre trae cosas malas, no nos haga peores personas. Adela, como muchas mujeres de su época, vivieron verdaderas pesadillas que, desde nuestra perspectiva actual, resultan casi inverosímiles y encontraron el modo de seguir adelante, y eso es lo que intenta transmitirle a su nieta.
Aunque la memoria histórica es el tema troncal, se tratan muchos otros como el constreñimiento de la mujer en la sociedad. Sin educación, sin sueldo, sin cotizar… Pero también vemos su fuerza, cómo apoyándose unas a otras hacían frente a situaciones complicadísimas. ¿La sororidad, entonces, no es algo nuevo?
No, las mujeres siempre se han ayudado entre sí, y siguen haciéndolo en muchas partes del mundo. En nuestra sociedad estas costumbres se han ido diluyendo, sobre todo en las ciudades, además ahora controlamos nuestra natalidad y eso nos lo hace todo más fácil. Pero cuando andábamos llenas de niños, no había otra manera de atender el resto de las faenas a nuestro cargo, que eran muchas, que la solidaridad entre todas, unas hacían el pan, otras lavaban la ropa, otras la cosían…y los hijos de unas y de otras, atendidos por todas.
Respecto a lo que dices de controlar nuestra natalidad, la protagonista explica en un momento que las mujeres recibían la menopausia como una bendición. Es un detalle muy significativo para entender lo mucho que ha cambiado la sociedad en las últimas décadas. ¿Cómo de importantes han sido los anticonceptivos en el proceso de emancipación de la mujer?
Bueno, tampoco sé si esta alegría era generalizada, pero realmente la menopausia nos hace libres, y si además te llegaba todavía joven, podías disfrutar del sexo sin miedo a nuevos embarazos, por no hablar de liberarte de una vez por todas del sangrado mensual, año tras año, que tan asumido tenemos pero que es un santo peñazo. Pero es que, además, de todo esto no se podía ni hablar, eran temas tabú, no sólo tenemos que cargar con reglas, embarazos y menopausias, si no que además hemos tenido que aguantar prejuicios milenarios que nos convertían en personas impuras y cosas de ese estilo. Sin duda la llegada de los anticonceptivos fue decisiva para nosotras. Nunca hemos podido defendernos, ocupar nuestro lugar, porque siempre hemos llevado detrás un montón de hijos a los que cuidar y eso imposibilita cualquier cosa. Ahora decidimos nuestra maternidad y eso nos hace más libres y más fuertes.
Después de tantos años, Adela ya se siente libre para decir lo que quiera, pero vemos que da rodeos y divaga porque le resulta muy difícil verbalizar lo vivido. Había asuntos que no se podían mentar, ni siquiera llorar, y ahora le cuesta horrores contar secretos que nunca antes ha desvelado. ¿Piensas que este miedo sigue existiendo?
Si te refieres a los miedos durante la dictadura, esos, aquí y ahora, afortunadamente, ya no se tienen. Estamos hablando de una época donde la cárcel y la muerte eran habituales, tan sólo por pensar diferente. Pero los otros miedos, los que tienen que ver con la propia vida, con los secretos familiares y las consecuencias de hacerlos públicos, esos siguen existiendo y, además es un tema clásico y recurrente en la literatura y en la vida misma.
Pese a sufrir la violencia más repugnante del bando nacional, Adela nos cuenta que la barbarie se practicó también en el bando republicano. ¿Hasta que punto la guerra deshumaniza a todos los hombres, ya sean rojos o azules?
Y tanto. La guerra vuelve loca a la gente, todo salta por los aires, literal y metafóricamente hablando. En la guerra civil española se hicieron animaladas en todos los frentes, pero el que nos metió en la guerra fue un dictador al que no le importó las consecuencias de su decisión y, lo peor, una vez ya ganada la guerra, mantuvo su crueldad y su dureza con la media España que la perdió. Y eso ya no era consecuencia de la locura de una guerra, eso se decidía con frialdad en un tranquilo despacho, lleno de crucifijos, santos y reliquias, que tanto le gustaban a Franco. Se ve que, en el fondo, la mala conciencia no le dejaba tranquilo y tenía que encomendarse al santoral entero.
Al final se indigna con aquellos que critican las ganas de abrir heridas porque dice que estas nunca se han cerrado. ¿Crees que en algún momento los hijos y nieto de los perdedores de la guerra civil podrán localizar a sus muertos y sacarlos de las cunetas?
Espero que sí. No entiendo cómo puede estar todavía sin resolver este asunto tan triste, tan injusto; a qué persona de buena voluntad le puede molestar que estas pobres personas salgan de las fosas, no tiene sentido. Confío en que el sentido común prevalezca y todo se solucione pronto.