Además de muchas otras cosas, Pilar Almenar es la directora del proyecto Impresas que desde hace un año acompaña a quince mujeres reclusas en la cárcel de Picassent para que creen desde los cimientos una revista en la que lo han decidido absolutamente todo. Nos sentamos con ella para que nos cuente un poco más sobre Impresas palpando la pasión que siente por el proyecto y el profundo respeto que le profesa a todas las mujeres con las que ha compartido este proyecto, las de dentro y las de fuera. Tiene claro que las periodistas como ella están para seguir mirando a las personas a las que nunca nadie les pregunta nada.
¿Quiénes formáis parte del proyecto? ¿Cómo surge la idea?
La idea surge porque yo llevo varios años trabajando en el periodismo y una de las áreas del periodismo que me ha interesado siempre es el periodismo social. Me había dado cuenta de que cuando entrevistaba a personas a las que normalmente no se entrevistaba y que no tenían presencia en la sociedad, se generaba en ellos una especie de efecto empoderador. El hecho de que de repente alguien les diera un espacio donde poder definirse como ellos quieran más allá de las etiquetas que se les habían puesto habitualmente o de lo que la propia sociedad me había impuesto que son o deben ser. Entonces quería poder aplicar las herramientas del periodismo y la comunicación que yo uso en mi día a día para que estas personas pudieran construir un espacio comunicativo en el que dijeran y se definieran como ellas querían. Que es lo que debería ser, que cada uno se definiera a si mismo, que no le definieran los demás.
Entonces conocía a Javi Vilalta de Ambit [director del Humans Fest], que es una asociación que lleva 25 años trabajando con personas reclusas, ex reclusas y con enfermedades mentales y hubo una conexión muy guay porque me parece un tío muy creativo y una persona fantástica. Y entonces me di cuenta de que en el colectivo de personas reclusas esto podría ser extremadamente útil, por el hecho no solo de su falta de libertad de movimientos, si no de falta de libertades de muchísimos tipos. Desde la falta de comunicación fluida con el exterior, hasta la libertad de elegir lo que comes. Porque hay un menú relativamente cerrado. Por eso podía ser muy útil en este ámbito. Además es un colectivo que está muy estigmatizado, y al que la sociedad no quiere mirar de forma deliberada.
Busqué a un grupo de compañeras con las que no había trabajado nunca pero a las que admiro mucho: Laura Bellver (periodista) y Estrella Jover (fotoperiodista, licenciada en filosofía y con máster en literatura comparada). Quería que este proyecto no se quedara en un simple taller de ocio –que está muy bien y es necesario–, quería que esto pudiera ir un poco más allá. Hablé con Patricia Blanco, que es gestora de proyectos sociales y ha trabajado para la Fundación La Caixa durante muchos años en Barcelona, gracias a la cual había entendido que para que un proyecto tenga un impacto social lo que se necesita es crear un equipo mixto de personas que sean especialistas en el ámbito social y especialistas en el ámbito cultural. Con ella acabamos de completar un equipo social en el que estaba Rus Martínez (psicóloga que trabaja en prisiones) y Cristina López (Terapeuta ocupacional especialista en gestión de grupos). Con este equipo de seis, esa primera idea loca de “¡oye, qué os parece si hacemos una revista con mujeres reclusas!” empezó a madurar, empezamos a construir el proyecto bien y durante un año estuvimos desarrollando la idea hasta poder ejecutarla.
¿En qué consistía exactamente el proyecto?
Realizamos unos talleres a partir de finales de octubre hasta finales de enero, una vez a la semana los viernes por la tarde dos horas. Trabajábamos con ellas bajo el prisma del acompañamiento creativo. Nosotras no las hemos formado estrictamente en literatura, sino que en las primeras sesiones lo que hicimos fue un proceso de reconocimiento de saberes. Algunas pensaban que no sabían nada, y nosotras les dijimos “sí, sí sabes cosas, tienes cosas que aportar, tienes mucha cultura oral, tienes un montón de cuentos propios, un montón de cultura propia –cada una la suya, porque son súper diversas–, sabes incluso idiomas, como por ejemplo el caló… Tú cultura sirve, tú cultura tiene interés y puedes aportar”.
Eso fue en las primeras sesiones, luego les explicamos los distintos géneros literarios y periodísticos: la poesía, el relato corto, los cuentos, la noticia, el reportaje… Los registros más formales, los registros más creativos… A partir de ahí, se sembró en ellas la semilla creativa, cada una empezó a aportar ideas y ya directamente empezamos a escribir. Escribieron desde el primer día. Al principio cosas un poco más modestas porque cuesta soltarse y luego, pues había mujeres que una noche tenían insomnio y no dormían y se echaban horas escribiendo. Y la semana siguiente te traían un relato brutal que tú decías “¡pero dios mío, pero esto…!”. Desde las mujeres que escriben mucho mejor y han ganado concursos de literatura, hasta las que les cuesta un poco más pero han recuperado su cultura oral y han escrito refranes, poemas, incluso chistes. Hemos encontrado una diversidad muy grande simplemente acompañándolas a que hicieran lo que les diera la gana, que eso es algo que no pasa en la cárcel.
¿Cómo os recibieron al llegar, al plantear el proyecto de primeras? ¿Con qué sensaciones crees que se quedaron al final?
Se lo hemos preguntado. Los talleres son un grupo seguro en el cual ellas saben que lo que ocurre en el taller, o lo que nos cuentan, de sus vidas personales, no va a salir de allí. Al principio llegaban con mucha curiosidad, con un poco de timidez (habían mujeres que no se conocían entre si), vinieron dos chicas de otros módulos (que tampoco es habitual que mujeres de otro módulo entren en un tercero para recibir un taller). Una cosa muy relevante que también ocurrió fue que vino una madre. Las madres viven en régimen cerrado y no pueden salir a ninguna actividad porque tienen que estar todo el día al cargo de sus hijos. Pero esta mujer los viernes por la tarde dejaba a su hijo al cargo otra persona y venía al taller. No ha faltado prácticamente a ninguna sesión y se ha sentido casi embajadora de las madres por el hecho de que es la primera que puede salir a hacer un taller así.
Desde esa curiosidad inicial, ese no se muy bien como empezar o qué aportar, han acabado diciendo cosas maravillosas sobre el taller, recomendando a otras mujeres que lo hagan… Lo que ellas nos han trasladado –que me parece un poco aventurado ser yo la que repite lo que dice ellas, porque me gustaría que ellas pudieran tener la voz directa más veces– es que se han sentido valoradas, válidas, que no se creen que vayan a ver la revista, que les hace muy felices… se han mostrado súper agradecidas, emocionadas, empoderadas… A alguna le ha cambiado incluso la perspectiva sobre lo que quiere hacer en su vida más adelante. Luego en sus vida personales ha tenido un impacto brutal en positivo.
¿Qué temas se tratan en la revista?
Los temas que se tratan en la revista son súper diversos. Hay, desde creación literaria con poemas, cuentos, relato corto, etc., hasta entrevistas. Hay tres entrevistas muy interesantes.
¿A quién? ¿A gente de dentro?
Es que no te lo quiero decir. [risas]
Ah, vale, vale… sorpresa.
Pero sí, a personas relacionadas con el ámbito penitenciario, que están en contacto con sus vidas diarias. Y hay, desde críticas de temas de rabiosísima actualidad, hasta las ocho diferencias, chistes, adivinanzas, refranes… de todo, absolutamente de todo. Hay un editorial en el que se explica el proyecto.
Que escriben ellas mimas…
Sí, sí, nosotras no hemos puesto en la revista ni una sola letra. Pero ni una. Ni una. Absolutamente todo ha sido aprobado por ellas y decidido por ellas. Hasta el punto que las correcciones ortográficas que les hacíamos en los relatos se las devolvíamos para que nos aprobaran si querían o no que hiciéramos esas correcciones. Absolutamente nada, no hay nada que ellas no hayan autorizado. Porque la revista no es nuestra, es suya.
¿En qué formato podrá verse la revista?
En principio se va a hacer una tirada en papel que va a resultar relativamente corta porque en Picassent viven 2.100-2.300 personas. Tú imagínate, solamente con las personas que están allí dentro… Se quedarán allí dentro porque ellas no pueden acceder a las herramientas digitales. Ojalá pudiéramos hacer una segunda tirada. Pero queremos ser cautas y hacer lo que es posible antes que lo que es deseable. Para que a partir de ese escalón crezcamos al segundo. Estamos todavía a expensas de que nos aprueben o no publicar la revista en PDF en internet.
O sea, que no está claro que todo el mundo vayamos a poder verla…
En este instante en el que estoy respondiendo a la entrevista no tengo la confirmación. Yo todavía no te puedo decir que sí.
¿Pero tenéis la esperanza?
Sí, por supuesto que sí. Han hecho un trabajo brutal y estoy convencida de que eso será posible. Sobre todo por lo que te cuento de que la institución se ha estado haciendo preguntas y ha estado flexibilizando protocolos que eran necesarios para que este proyecto fuera exitoso y estoy convencida de que con el resultado, que es brutal, nos van a acabar autorizando para que lo publiquemos. Y lo veréis.
¿Le habéis hecho replantearse a la administración ciertos aspectos de cómo funcionan las prisiones? ¿Os han puesto zancadillas a la hora de realizar el trabajo?
A nivel burocrático ha sido muy lento el proceso. Es cierto que hemos tenido un apoyo muy grande de la dirección del centro penitenciario de Picassent, desde el principio. Incluso Instituciones Penitenciarias ha sido relativamente flexible dentro de lo que es una institución rígida porque gestiona las prisiones del estado. Es muy interesante que, tanto el centro, como Instituciones Penitenciarias, se han estado haciendo preguntas que no se habían hecho antes y que el proyecto les ha hecho preguntarse. Cómo: – “¿Podremos colgar la revista en PDF?”. Siempre hemos encontrado una cierta flexibilidad y unas ciertas ganas de hacer. Y eso es justo decirlo. Desde luego, con esto, sí que me gustaría remarcar que no estoy intentando dulcificar el hecho de estar en prisión, ni dulcificar la institución penitenciarias. Para nada. Estar en prisión es horrible, no se lo deseo a nadie, no es un lugar muy favorable a la liberta creativa, pero en este caso hemos encontrado que sí han sido permeables y, de verdad, con total sinceridad, no hemos podido tener más apoyo por su parte.
Zancadillas no hemos encontrado ninguna. De hecho, hemos encontrado aliados allá donde hemos ido. Teníamos muy claro que esto había que comunicarlo, precisamente para generar un impacto y una reflexión fuera, para romper estereotipos sobre quienes son estas personas. Tienen valía, tienen cultura, tienen capacidades. Total, que lo que costaba era ver cómo íbamos a comunicar eso porque es un tema muy delicado, que ha tendido al amarillismo durante muchísimos años, es un tema medio tabú, del que no se habla, que si está es oculto entre lo oculto, molesto entre lo molesto, y encima mujeres. O sea, ya, tierra trágame. Pero incluso en los medios de comunicación hemos encontrado unos aliados brutales. Ni una sola de las noticias que ha salido han sido amarillistas, ni han faltado a la veracidad del proyecto… El centro penitenciario se ha hecho preguntas, ha flexibilizado protocolos y nos ha dado todas las facilidades, y me consta que eso ha sido así porque he conocido a otras personas que trabajan allí y para estas otras entidades no ha sido tan sencillo. Y para nosotras ha sido muy fácil.
¿Has vivido alguna historia personal que te haya marcado especialmente?
Yo he vivido situaciones emocionalmente ultra intensas, había cosas que yo no había vivido nunca y he pasado momentos en clase emocionalmente de tragar saliva y contener el llanto de la pura emoción de ver lo que estaba ocurriendo delante de mí. He vivido cosas muy potentes, de ver un cambio en ellas súper potente y de darme cuenta, aunque ya lo sabía y la intención del proyecto era esa, de darme cuenta de que de verdad entre ellas y yo solo hay una diferencia, que es la pobreza extrema. Y ya está. Ya está. Una de las cosas que más me ha impactado a mí es que la inmensa mayoría de las mujeres que están en prisión están en prisión por ser pobres. Extremadamente pobres. Lo ves claramente. Con las mujeres con las que hemos trabajado, a través de sus historias, a través de lo que van contando de cómo funcional el centro, yo me doy cuenta de eso. De que la prisión es un lugar que recoge a las personas que han llegado al punto de desesperación máxima y no han tenido otra opción que delinquir o que equivocarse con equivocaciones que son delito para salir de su situación de extrema pobreza. Eso es algo que me ha perturbado personalmente mucho.
He reflexionado sobre la soledad de las mujeres y sobre el silencio de las mujeres. Sobre cómo nunca nadie les ha preguntado “¿tú que tienes qué decir? ¿tú qué quieres decir sobre ti? ¿qué cosas tienes para aportar? ¿qué cosas quieres aportar?” Esa especie de espacio que hemos abierto nosotras ha generado en ellas una efervescencia brutal por autodefinirse. Por decir: “Ostras, es que ahora sí puedo decir lo que yo quiera. Y ahora tengo que hacer un proceso de estudiar qué quiero decir, qué es lo que es valioso de mí. Y luego identificando lo que es valioso de mí, comunicarlo”. Solamente ese proceso hay muchas mujeres en la calle que no lo han vivido nunca, nunca. Y solo hace falta mirar a un montón de mujeres que han sido amas de casa durante muchos años, mi abuela, o millones de mujeres que han vivido en esa situación.