Nos concede una entrevista el periodista y escritor Javier Sierra (Teruel, 1971) para hablar de su obra número doce, El mensaje de Pandora (Planeta). Hace veinticinco años Sierra decidió buscar respuestas a grandes preguntas a través de la escritura, lo que le ha convertido en autor de obras tan populares como La cena secreta, El maestro del Prado, La dama azul o El ángel perdido o El fuego invisible, por la que ganó el Premio Planeta 2017. Con El mensaje de Pandora, de la que asegura que es su novela más especial de todas, Sierra se enfrenta al gran desafío del origen de la vida. GINÉS J. VERA
El mensaje de Pandora nos llega en forma de carta. Una muy especial que le escribe una tía a su joven sobrina. Curiosamente, en el primer capítulo, titulado “El mensaje”, la narradora comenta: “lo importante no es el original que ahora tienes en tus manos, sino el modo en el que su contenido se acomode en ti, despertando la necesidad de compartirlo con terceras personas”. Digo que es curioso porque la intención es que este “mensaje” se viralice, ¿es así?
Así es. Aunque la carta pueda parecer un mensaje personal e íntimo —que lo es—, su contenido profundo busca alcanzar a muchos más destinatarios que la joven Arys. Ella, de hecho, es una suerte de metáfora de lo que creo que somos como sociedad: un colectivo que va saliendo de la infancia a fuerza de conflictos y pérdidas. Maduramos así, cuando sentimos cerca el aliento de la muerte… Y, de algún modo, en estos tiempos esa sensación de crecimiento se acelera.
También leemos una curiosa frase en la que la narradora le comenta a su sobrina que la misión que se ha propuesto al escribir esta carta es la de que “nunca olvides que no por desconocida una amenaza se convierte en improbable”. De una amenaza quizá no tan desconocida y muy reciente creo que se nos habla en este libro. ¿Nos lo comenta?
Quizá debería haber añadido que “no por desconocida… e invisible”. El texto se refiere a la enfermedad en general y a la covid 19 en particular. Al principio decidimos ignorarla pero ella, tozuda, fue ganando terreno hasta convertirse en global. Y no solo la ignoramos los ciudadanos de a pie, también esos miles de virólogos y científicos que aparecieron en nuestros medios de comunicación minusvalorando e incluso riéndose de la amenaza. Tal vez en algún momento deberíamos pedirles cuentas porque no solo nos desprotegieron, sino que nos mantuvieron en una ignorancia que ha costado muchas vidas.
“Recuerda que siempre que llega el Mal recibimos avisos a los que no prestamos oídos”. En El mensaje de Pandora las y los lectores vamos a poder descubrir que esto ha sido así a lo largo de la Historia, que el Mal —como ese dicho sobre dios— no siempre grita, a veces susurra. ¿Ocurre eso justo en estos momentos, no estamos prestando oídos a la llegada del Mal?
Ahora empezamos a hacerlo, aunque confío en que no se nos olvide y no repitamos los mismos errores. El mal de la covid 19 no se ha ido. De hecho, convive con otros que se manifiestan o manifestarán en mayor o menor grado próximamente. Si dedicáramos los mismos recursos a prevenirnos de estos enemigos invisibles que de los visibles (me refiero a la inversión en Defensa que hacen todos los países del mundo cada año), avanzaríamos. Quizá el descubrimiento de que el ser humano se enfrenta a un enemigo común, que no sabe de razas, banderas, ideologías ni fronteras, acelere un proceso de conciencia que muchos llevamos años esperando: darnos cuenta que la Humanidad es una. Y que también es una con la Naturaleza.
En El mensaje de Pandora no solo leemos acerca de hechos ocurridos en el pasado relacionados con la metafórica caja de Pandora. También esta larga misiva es en cierto modo una invitación a la reflexión presente y a la acción cara al futuro. Tomo así la frase en la que leemos: “… se embarcaron en una experiencia que hoy nos parece imposible, pero que, dentro de unas décadas, también estaremos en condiciones de emprender: crear vida inteligente.” Háblenos sobre ello.
Mi novela es un relato para hacer que el lector reflexione. Y para ello hago que se miren ciencia, historia y mito. El reflejo que dan esas miradas es fascinante. Pandora nos trajo de los cielos una caja de la que salieron todas las enfermedades. En el siglo XX varios premios Nobel propusieron la teoría de que la vida, y las bacterias, y los virus, llegaron a la Tierra a bordo de cometas, asteroides y meteoritos hace más de 4.000 millones de años. En el fondo, ambos “relatos” dicen lo mismo con milenios de distancia. La vida viene de fuera… pero, ¿fue sembrada? ¿La llegaremos a sembrar también nosotros cuando pisemos otros mundos? Es un punto de partida fascinante.
“La verdad está ahí fuera” era un lema que se hizo popular gracias a una serie televisiva de los ‘90 titulada The X files (Expediente X). Leyendo El mensaje de Pandora parece que no es tan descabellado que sea cierta. Por ejemplo, al leer la teoría de la panspermia dirigida o la posibilidad de que los rayos cósmicos estén detrás de la mutación del virus de la gripe A, por poner dos ejemplos. ¿Nos lo comenta?
Ambas perspectivas parten de algo que a menudo olvidamos: que la Tierra es una pieza ínfima en el complejo tapiz del Universo. Piense usted en algo: hace unas semanas la Universidad de British Columbia recalculó el número de posibles planetas “tipo Tierra” que hay nuestra galaxia, la Vía Láctea. Los cifró en 6.000 millones de mundos en los que podría haber agua líquida, oxigeno, gravedad y temperaturas parecidas a las nuestras. ¿Cómo no vamos a estar abiertos a que la vida salte de mundo en mundo? ¿Cómo no vamos a admitir que allí también se produzcan mutaciones de microorganismos —afectadas por los mismos rayos cósmicos que nos bombardean aquí— y evolucionen hacia seres complejos? No tener algo así presente es una forma de ceguera. Intelectual, sí, pero ceguera en cualquier caso.