Nos concede una entrevista el escritor valenciano Santiago Posteguillo, que ha publicado recientemente Y Julia retó a los dioses (Planeta), continuación de su anterior novela Yo, Julia (Premio Planeta 2018). Posteguillo es profesor de lengua y literatura en la Universitat Jaume I de Castellón, estudió literatura creativa en Estados Unidos y lingüística, análisis del discurso y traducción en el Reino Unido. Doctor por la Universitat de València, ha impartido seminarios sobre ficción histórica en diversas universidades europeas y de América Latina, y en 2015 la Generalitat Valenciana lo proclamó escritor del año. Entre su obra publicada, destaca su trilogía Africanus (2006-2009) sobre Escipión y Aníbal, la trilogía sobre el emperador de origen hispano Marco Ulpio Trajano (2011-2016), y sus tres volúmenes de relatos sobre la historia de la literatura. Ha sido galardonado por la Semana de Novela Histórica de Cartagena, obtuvo el Premio de las Letras de la Comunidad Valenciana en 2010 y el Premio Internacional de Novela Histórica de Barcelona en 2014. GINÉS J. VERA.
Un punto de inflexión en la vida de Julia Domna, la protagonista de Y Julia retó a los dioses, es su llegada a Britania. Llega a la pérfida Albión como esposa de emperador y la abandona viuda y madre de dos coemperadores, Antonino (quien luego sería Caracalla) y Publio Septimio Geta. Háblenos de ese periodo de Julia.
Sí, en efecto, Britania supone un lugar especial en la vida de Julia. Uno podría pensar que al ser un lugar de frontera, alejado de Roma, no es un enclave propicio para grandes cambios, pero a principios del siglo III el centro del imperio romano ha dejado de ser Roma para estar allí donde se encuentre la familia imperial, porque el poder reside en esos momentos en el seno de esa familia que gobierna el mundo. Y esto es aún más evidente con una dinastía como la de Julia que viaja junta a todas partes. Si el emperador Severo, su esposa Julia y los dos césares. Antonino y Geta, están en Britania allí está entonces el centro del poder de Roma. Y allí, en medio de las dos campañas brutales contra los pictos se desata el drama familiar: Severo morirá y los dos hijos de Julia inician su tenso enfrentamiento por controlar el imperio sin contar con el otro. Por eso decidí viajar hasta el Muro de Adriano en el norte de la actual Inglaterra, para ver in situ aquellos espacios y paisajes en donde se forjaron aquellos cambios tan enormes en la vida de Julia. Un viaje de este tipo me carga no solo con datos, sino también emocionalmente para entrar en la escritura bien puesto en situación.
También nos interesaría conocer ese punto mitológico que aparece en Y Julia Retó a los dioses. Algunos pasajes sobre dioses y su vinculación posterior con la historia de Julia Domna.
En la novela Y Julia retó a los dioses incorporo a los dioses como personajes que interaccionan con Julia y otros protagonistas del relato de la misma forma en la que esto ocurre en la Iliada o la Odisea. Se trata, por un lado, de un guiño a la obra de Homero y, por otro, incorporar a los dioses, al Hades, el inframundo romano y hasta el Olimpo me permite que cuando Julia llega al final de sus días, la novela no se detenga, sino que podamos continuar con ella en el más allá, pero en un reino de los muertos romano, congruente con lo que los propios romanos pensaban. Esto, además, me permite dotar al final de la vida de Julia del desenlace épico que su historia merece, pues la gran victoria de Julia fue post mortem: conseguir que tras su muerte su dinastía se mantuviera en el poder. La parte mitológica me permite contar todo esto de una forma espectacular y poco empleada. Ha sido un reto narrativo que, no obstante, parece haberle gustado a muchos lectores.
Al parecer, Antonino fue alegre, comprensivo y afable durante su infancia, pero el peso de la responsabilidad y quizá el de las circunstanciaras le volvió enérgico, vengativo, orgulloso y violento. No sé si hay alguna manera de ubicar ciertos actos pasados dentro de un contexto actual que justifiquen esas actitudes. Coméntenoslo por ejemplo también sabiendo que Caracalla violó a su prima ante la aquiescencia de los pretorianos.
Un día en Roma, en el Palazzo Massimo alle Terme, junto alas termas de Diocleciano, un museo muy poco visitado, pero al que yo acudí porque dispone de una gran colección de estatuas de la dinastía de Julia, me quedé pasmado al observar un cambio radical en la representación del rostro de Caracalla: en las estatuas de niño o adolescente no tenía entrecejo alguno, sino una mente lisa y despejada, pero en aquellas en las que ya era un hombre joven, pero no mayor, tenía marcado un entrecejo de hondas arrugas que llamaba la atención. Se dice que la cara es el espejo del alma. Me pregunté aquella mañana: ¿qué le pasó a Caracalla para desarrollar un entrecejo de tanta preocupación en su faz en tan poco tiempo? Investigue y lo averigüe, y eso es la base argumental de gran parte de Y Julia retó a los dioses. De hecho, el subtítulo de la novela es: Cuándo el enemigo es tu propio hijo… ¿existe la victoria?
En una de las escenas, Julia Domna le pide a su hijo Antonino que no hable mal de su padre. A pesar de recordarle que no sea muy diestro con los asuntos de palacio, sí lo es en el campo de batalla lidiando con tres guerras civiles y varios choques con el Senado. Nadie es perfecto, le dice. Imagino que es como la propia vida de Julia Domna, hay luces y sombras. ¿Quizás los historiadores tengan en parte la labor de poner en valor y relativizar con imparcialidad esas luces y sombras de los personajes históricos para que los veamos tal y como fueron?
Los historiadores tienen, sin duda, esa labor, pero sus revisiones históricas, sus ensayos y sus artículos de investigación llegan solo a un público reducido y especializado. La tarea de dar a conocer para centenares de miles de lectores a figuras históricas como Julia que, por su condición de mujer, había quedado en gran medida silenciada en el relato histórico recae en los novelistas históricos. El novelista consigue llegar con sus obras a mucha más gente y, con frecuencia, puede incidir en el pensamiento de una sociedad con más vehemencia que un historiador. Esto es, por otro lado, una enorme responsabilidad. Por eso yo procuro documentar muy bien mis novelas para que los datos que traslade a los lectores, en forma novelada, sean lo más fidedignos posibles. De ese modo, sé que puedo recuperar a un personaje histórico como Julia haciéndole justicia y sin alterar la veracidad de los acontecimientos que relato.
Es inevitable dejar de hablar de lo que nos está trastocando estos meses. Pero quiero hacerlo bajo la perspectiva de un imperio tan poderoso como el Imperio Romano y cuando tuvieron que lidiar con las epidemias de la época. A lo largo de su Historia creo que fue azotado por algunas de las peores epidemias registradas hasta llegar a diezmar a la población. Háblenos de ello y de la labor de los médicos en esa época en la que por ejemplo no se podían hacer autopsias, como le hubiera gustado hacer a Galeno, aunque en el pasado sí.
El imperio romano en época de Julia se había enfrentado ya a terribles pandemias del virus de la viruela. Los romanos lo llamaban la peste, pero nada tiene que ver con la peste bubónica propia de la Edad Media y transmitida por las ratas. Las “pestes” de la época romana de Julia fueron brotes muy agudos del virus de la viruela. Lo sabemos precisamente por la muy detallada descripción que hace el médico imperial Galeno de los síntomas de aquella enfermedad. Y sabemos también, que, en efecto, llegó a diezmar a al población en más de una ocasión con unas tasas de mortalidad brutales, muy superiores a las del coronavirus actual. Los romanos aprenderán a separar a los infectados con rapidez, bajo la dirección del médico Galeno y a supeditar el poder político al médico, pero todo con una respuesta muy veloz ante una pandemia incipiente. Ahí hay, en esa reacción muy rápida al comienzo de una pandemia, sin duda, una lección que aprender para lo que nos ha pasado hoy día. Por supuesto, Galeno, una vez separados los infectados de los que no lo estaba, daba cuidados médicos a todos los enfermos, extremando el cuidado en que aquellos que trataran a los infectados no se juntaran con otras personas que estuvieran sanas.