“Del teatro, como del cerdo, me gustan hasta los andares”

Lola López, Paco Zarzoso y Lluïsa Cunillé se conocieron en los años 90 en la barcelonesa Sala Beckett, dirigida entonces por José Sanchis Sinisterra. Lola volvía a España tras unos años de formación en la London Academy of Music and Dramatic Art, donde cultivó su pasión por Shakespeare, y lo hizo por la puerta grande con el exitoso estreno de Libración de Lluïsa Cunillé, bajo la dirección de Xavier Albertí. Aquí empieza a gestarse La Hongaresa de Teatre, compañía insignia del Port de Sagunt en la que nuestra entrevistada se ha labrado una sólida carrera como dramaturga y actriz, con más de una salida del tiesto, como su participación en la obra Troyanas de La Fura dels Baus bajo la dirección de Irene Papas. Hablamos con ella de su compañía, de la escena valenciana, de feminismo y de su forma de encarar la creación.

¿Cómo de importante fue la obra Libración en la gestación de La Hongaresa? ¿Por qué os decidisteis a rescatarla en 2019? 
Libración ha sido una obra fundamental en mi trayectoria profesional en dos momentos importantes, primero en la gestación de Hongaresa y luego con la reposición en coproducción con la Zafirina. Tanto los profesionales que participaron en la primera producción, en marzo de 1994 en Barcelona, como los de la segunda producción en Valencia en marzo de 2019, son esenciales en la trayectoria de nuestra compañía. En 2019, se cumplían 25 años de aquel estreno en España de Libración, obra que nunca se había repuesto aquí y que había conseguido todos los premios de la crítica en Barcelona (mejor dirección, mejor interpretación y mejor autoría) y también celebrábamos los 25 años de nuestro encuentro, de modo que propuse a mis socios de Hongaresa que era un excelente momento para reponer esta pieza tan brillante, esta vez dirigiendo yo a dos actrices que nos han acompañado en nuestra trayectoria desde hace tiempo, Mafalda Bellido y Blanca Martínez.

Hoy en día abunda el teatro performático donde prima la expresión corporal por encima del texto, que sin embargo es punta de lanza de las piezas de La Hongaresa. ¿Qué nuevos campos teatrales te atraen?
En mi trayectoria y formación la expresión corporal ha sido muy importante. En Londres fui admitida en LABAN (danza contemporánea) y LAMDA (teatro), elegí Teatro y volví a pedir otra beca para seguir en danza, que no pudo ser. He sido profesora de expresión corporal en la ESAD de Valencia y me parece que es esencial el trabajo corporal. Pero la tradición griega de nuestro teatro es la palabra y los buenos textos son la materia prima de una buena obra, hasta Pina Bauss incluyó la palabra en sus coreografías. Me atraen todos los campos teatrales que son buenos, me da igual el código (realista, surrealista, clásico, performático…) o el género (cabaret, tragedia, comedia, astracanada…). Del teatro, como del cerdo, me gustan hasta los andares.

Durante los últimos veinticinco años, cada producción de Hongaresa ha ido ligada al estreno de un texto nuevo, firmado por los autores de la compañía o por otros externos. Pero siempre nuevo. ¿Nunca has tenido la tentación de hacer tu propia reversión de un texto clásico? ¿Un Rey Lear, por ejemplo?
Mis dos primeras obras, Alamar e Isola, son reversiones de las mujeres de obras de Shakespeare, en ellas aparecían, desde Julieta y Cresida, hasta Cleopatra. Uno de los textos míos favoritos es Lady Macbeth; desde el principio los clásicos son y han sido mis referentes. En mis dramaturgias contemporáneas, como Jabalina, los clásicos están como eco de la protagonista: Casandra y Antígona… Siempre ando en diálogo con las sabias y sabios, de los que se aprende lo mejor. Rey Lear es una de mis obras favoritas, en Londres hice el personaje del Fool en la producción de Lamda y me encantaría volverla a ponerla en pie.

Has levantado obras que dan voz a mujeres silenciadas como la novelista cubano-española Gertrudis Gómez de Avellaneda “Tula”, que luchó por vivir de su profesión como el resto de hombres, la miliciana anarquista María “La Jabalina”, fusilada sin pruebas por crímenes que no pudo cometer (estaba convaleciente en el hospital) o la poeta alicantina Paca Aguirre de la llamada “otra generación del 50”, formada por poetas mujeres que inicialmente quedaron arrinconadas. ¿Qué destacarías de todas ellas? ¿Eres optimista respecto al nuevo empuje feminista que está recatando figuras de mujeres relevantes sepultadas por la historia?
De María Pérez la Cruz (“la Jabalina”), de Tula Gómez de Avellaneda, de Paca Aguirre y de Águeda Campos Barrachina destacaría que todas tienen en común su lucha por la verdad, la justicia, la humanidad, y la defensa de la mujer. Dos de ellas fusiladas por el franquismo, dieron sus vidas por esos valores, Tula y Paca dejaron en sus obras la misma defensa de la mujer y del arte en mayúsculas. El pasado 14 de octubre, en la que fuera cárcel de mujeres de Valencia, se inauguró una placa por todas las mujeres injustamente presas. En mi intervención actué como Águeda, fusilada en 1941 junto a su marido Amando, que en 1940 había paseado una bandera republicana por ese mismo patio de la cárcel. Dejaba a sus dos hijos, de 7 y 5 años. Momentos antes del acto, por ese mismo patio, ahora de un colegio, salían niños felices de las clases, eso ya es un motivo de optimismo. Y sí, soy optimista con el nuevo empuje feminista. Somos la mitad de la humanidad y a las jóvenes no hay que convencerlas de que tenemos los mismos derechos que la otra mitad. Ahí están las manifestaciones de los últimos años. Se están rescatando mujeres relevantes de la historia, pero hay que valorar a las luchadoras anónimas que no dejaron libros, cuadros u obras, pero que dieron sus vidas por derechos que ahora gozamos.

Paca Aguirre, amiga y protagonista de tu obra Encendidas, decía que “el dolor hay que ponerlo a trabajar, si no se te queda dentro y se te hace una alimaña”. ¿Cómo de importante es el dolor en las obras que has firmado como autora?
Esa es una de las grandes frases de mi amada Paca, y cuando trabajábamos en la dramaturgia de Encendidas la repetíamos mucho. Paca era anticainismo y antivenganza. Y sí, el dolor es el abono que se tiene que convertir en belleza, en arte, al igual que en la vida, del estiércol salen flores. En mis obras está el dolor para trascenderlo.

La mítica compañía andaluza La Zaranda anunció en 2016 que se mudaba de su Jerez natal a Madrid ante la falta de apoyo público autonómico y los retrasos en los cobros. ¿La situación es parecida en la Comunitat Valenciana? ¿Habéis sentido el respaldo de las instituciones durante estos veinticinco años?
En estos 25 años hemos sentido de todo: el respaldo y la espalda. La sede de Hongaresa es el Puerto de Sagunto, y aquí hemos podido estrenar todas nuestras obras, eso es un gran respaldo. En los periodos de gobiernos del PP en la Comunidad Valenciana hemos llegado a sufrir censuras de obras como El alma se serena, porque trataba el espinoso tema del Cabañal, y yo, personalmente, he sido perjudicada por la Institución pública con un despido improcedente, pero eso es otra historia. Estamos vivos, sobrevivos y creando y felices con nuestros trabajos, así que todo bien.

En la última edición de Sagunt a Escena estrenasteis Saguntilíada de Paco Zarzoso, una obra en la que el verdadero protagonista era el propio teatro romano de Sagunto y que pretendía sensibilizar al público con respecto al valor de la cultura. ¿Ha cambiado la sensibilidad de los poderes públicos hacia la cultura hecha en València en la última etapa? ¿Y del público valenciano? 
Sí, claro que ha cambiado la sensibilidad de los poderes públicos hacia la cultura en la última etapa. Pero, como dice la Biblia, “conocer es amar” y si no conoces no amas. Veinte años de sequía en la cultura son muchos años y al público se le mata o adormece la sensibilidad, pero afortunadamente, la humanidad tiene sabiduría, sensibilidad e inteligencia natural, y cuando la obra tiene calidad llega al público.

En las últimas décadas han desaparecido en València salas como L’Altre Espai (antes, Sala Moma), la Sala Moratín o el Teatro de los Manantiales, pero han surgido otras como Ultramar y Sala Russafa dispuestas a dar batalla. Hay talento en la escena valenciana, pero ¿y fuerza? ¿La base es suficientemente sólida para aguantar lo que se nos viene encima?
Claro que hay talento y fuerza en la escena valenciana, y la aparición de nuevas salas Ruzafa y Ultramar es una alegría. Nosotros creamos con 17 profesionales del teatro el proyecto Sala Ultramar en 2012 en su primera sede (Padre Jofre). Luego nos trasladamos a la anterior Sala Manantiales y no pudimos mantener el proyecto tal como se creó por falta de infraestructura económica que lo sostuviera. Afortunadamente no se cerró y da estupendos productos a la ciudad. Si no se crea el soporte que dignifique la profesión como lo que es, una profesión, no un voluntariado o una autoexplotación, no aguantaremos ni lo que tenemos ni lo que nos venga encima.

¿Qué tenéis pensado para celebrar los veinticinco años de la compañía?
En este extraño año “pandémico y celeste” hemos sufrido el horror pandémico de la parálisis desde marzo a julio y la celeste esperanza de haber creado muchísimo desde octubre del 2019 hasta principios de 2021: Encendidas (Teatro Principal de Valencia, 2019), Libración (Teatro Principal de Castellón), Tula divina caótica Tula (Matilde Salvador), Saguntiliada (Teatro Romano de Sagunt), Piedra y encrucijada (en gira por Argentina y España), Umbral (octubre en sala Ultramar), Encendidas (noviembre en La Grada de Madrid), Jabalina(noviembre en Valencia) y, en enero de 2021, preparamos la presentación del libro recopilatorio de 16 obras de Paco Zarzoso, una fiesta para conmemorar el cuarto de siglo. Viendo el listado, asusta el volumen de trabajo que desarrollamos, de modo que sí, celebramos seguir vivos y trabajando. Eso sí, como se decía antes, si el tiempo y la pandemia no lo impide.

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