Me concede una entrevista el articulista, apasionado del cine, viajero y novelista multipremiado José Luis Muñoz (Salamanca, 1951). Estudió Filología Románica en la Universidad de Barcelona durante los años de las revueltas estudiantiles contra la dictadura franquista y militó en grupos de oposición democrática hasta la muerte de Franco. Figura clave del género negro en España, ha transitado con igual fortuna por distintos géneros, desde el fantástico al erótico, pasando por la novela histórica o el humor. Sus obras han sido traducidas al búlgaro, checo, italiano y francés y tiene en la red el blog de literatura, cine, viajes y sociedad La soledad del corredor de fondo. En esta ocasión le pregunto por su último libro de relatos publicado, El mokorero del Okavango (Verbum). GINÉS J. VERA
Podemos leer en El mokorero del Okavango, previo a estos doce relatos, un prólogo suyo publicado en la revista Playboy. ¿Por qué decidió retomarlo habiendo sido publicado ya en 2002?
Ese artículo fue publicado en la revista Playboy y me pareció un buen prólogo contra el racismo aunque fuera hablando de la belleza femenina negra. En ese año, el 2002, a través de las modelos africanas, como anteriormente en Estados Unidos con la lucha política de las Panteras Negras, se visualizó algo que era evidente, que la raza negra puede ser tan bella como la blanca o la amarilla, que ese estigma del racismo se estaba levantando, al menos, en el mundo de las pasarelas y parcialmente en el cine. Por desgracia, queda muchísimo camino por hacer y lo estamos viendo en las decisiones políticas que determinados países europeos toman para frenar las migraciones que vienen desde África.
La mayoría de los relatos tienen a África o a africanos como leitmotiv, aunque algunos no; el hilo conductor parece ser más la raza negra vista por ojos ajenos a esta, ¿no es así?
En efecto, hay relatos africanos y otros que tienen lugar en Europa, concretamente en España, o en Estados Unidos. El punto de vista es el del narrador. Como blanco occidental puedo entonar un mea culpa diciendo que todavía no he podido quitarme de encima un tic paternalista. Los europeos practicamos el ombliguismo, estamos convencidos de que el mundo gira a nuestro alrededor y no es así. España, Francia o Inglaterra aún tienen resabios coloniales y ninguno de ellos ha resuelto de forma positiva la integración y la multiculturalidad. Algo falla en Francia cuando policía y bomberos no entran en determinados barrios o cuando unos chicos de Ripoll perpetran un brutal atentado en Barcelona y Cambrils.
También en el mismo relato, el personaje femenino dice una frase curiosa: “No se puede imaginar lo vanidosos que son todos los escritores”. Quería saber si es una especie de guiño a sus compañeros/as de oficio, pues seguro que habrá lidiado con la vanidad de alguno/a en sus múltiples viajes, no sé si también en África.
En cuanto el escritor se convierte en un personaje público y concita el interés de los lectores es difícil no caer en la vanidad. En un reciente festival de Francia al que siempre voy, Lisle Noir, hablaba con una bibliotecaria de una de las pocas escritoras no vanidosas, Fred Vargas: no concede entrevistas, no va a festivales, no sale de su casa. Es una excepción. Cuando uno piensa en escritores y en África automáticamente le viene a la cabeza Ernest Hemingway, mitificado por sus excesos. Ese es un cliché al que le he dado la vuelta, por completo, en el relato que cierra la antología El mokorero del Okavangoy se llama El leopardo del Kilimanjaro: el protagonista es un escritor que está exactamente en las antípodas de Hemingway. Además diré que es uno de mis relatos preferidos por su carga emocional.
Respecto al relato mencionado, a El leopardo del Kilimanjaro, en cierto modo ¿es un homenaje a la obra de Hemingway, Las nieves del Kilimanjaro, llevada al cine en los años 50?
Lo tuve presente, claro. Esa película de Henry King, como Mogambo, de John Ford, me ha marcado. Pero ya digo, el escritor protagonista es la antítesis de Ernest Hemingway. El escritor norteamericano era un extraordinario creador que se nutría de sus propias experiencias, pero había en él algo destructivo (su afición por la caza y por la guerra, una cacería de humanos) que se convirtió en autodestructivo y lo llevó a volarse la cabeza. No descarto escribir una novela sobre Hemingway que ya estaba presente en Llueve sobre La Habana.