«Aves del paraíso explora el impacto que la violencia terrorista ha tenido en nuestras vidas»

Me concede una entrevista Luisa Etxenike (San Sebastián), que acaba de publicar Aves del paraíso (Nocturna). Etxenike es autora de las novelas Absoluta presencia, El detective de sonidos, El ángulo ciego (Premio Euskadi de Literatura), Los peces negros, Vino, El mal más grave, Efectos secundarios; de las obras teatrales La herencia (Premio Buero Vallejo), Gernika es ahora y «La entrevista»; del poemario El arte de la pesca, y de varias colecciones de relatos. Además de colaborar habitualmente en diversos medios de prensa escrita y radio, dirige un taller de escritura creativa y es directora tanto del espacio cultural digital Canal Europa como del festival literario Un mundo de escritoras. Ha recibido del gobierno francés la distinción de Caballero de la Orden de las Artes y las Letras. GINÉS J. VERA

Aunque pueda parecer una pregunta comodín, socorrida, creo que en este caso no me resisto a preguntar por el germen intelectual o narrativo de esta historia, de Aves del paraíso.
En el origen de Aves del paraíso está el deseo, el propósito de seguir explorando distintos aspectos del impacto personal y social, íntimo y colectivo que la violencia terrorista ha tenido en nuestras vidas. En novelas anteriores había abordado el miedo y las sustituciones y confusiones que provoca o a las que invita. También la memoria y la necesidad de no desviar la mirada de lo sucedido… ahora en Aves del paraíso planteo otros aspectos que me parecen igualmente importantes: la vergüenza sobre la que se articula la construcción inicial del personaje, y que Miguel, el protagonista, distingue de la culpa. Y también como germen de la novela está la idea de transformación, que utilizando la imagen de las aves que tan importantes son en el libro, llamaremos la muda.
Pero en términos ya puramente narrativos o de trama, la imagen fundacional de la novela, la primera que construí, fue la de un hombre que ve, desde lejos, cómo una mujer entra vestida en el mar; y siente el impulso de correr hacia ella y salvarla. Y ese impulso de generosidad, de defensa de la vida, a él, por la trayectoria de vida que ha llevado, le desconcierta.

Habrá quien estime que esta es una novela corta, también quien pensará que es un relato largo. Más allá de la etiqueta de si es nouvelle o relato, cuéntenos acerca del recorrido emocional de la obra, no en vano consta de dos partes; de esa voz narradora omnisciente en tiempo presente.
Es un narrador de los que técnicamente llamamos omnisciente selectivo; es decir, una narrador en tercera persona cuya perspectiva se focaliza en un personaje, en este caso, Miguel, el protagonista de la novela. Esa perspectiva se mantiene hasta el final, vemos toda la historia a través de sus ojos. Y sin embargo he elegido la 3era persona. Porque un narrador en primera persona, un protagonista que dice “yo” supone, de muchas maneras, un personaje cercano a sí mismo, o mejor, apegado a sí mismo. Y Miguel está totalmente despegado de sí mismo; se mira y se siente alejado de lo que un día fue, sin saber aún quién es ahora. Miguel es un “él” para sí mismo, y en ese sentido la voz narrativa coincide y refuerza la propia visión íntima del personaje. Pero, como bien dice, la novela tiene dos partes, y a medida que avanza la historia, Miguel, a través de los sucesivos encuentros, a través de emociones y pensamientos que se siente capaz de acoger, va pasando del extrañamiento al reconocimiento de sí mismo, y dándole a la voz narrativa mayor intimidad. Y la tercera y la primera persona empiezan a acercarse, a fundirse.

Otro de los rasgos que me ha parecido hallar tiene que ver con esa línea divisoria, esa frontera, más allá de la real, con los estados fronterizos de la naturaleza del ser humano. ¿Es así?
Hay una frontera real en la novela, la frontera entre el País Vasco francés y el español; entre Francia y España, que Miguel cruza constantemente. Pero hay otras fronteras metafóricas y simbólicas que tiene que cruzar: entre el silencio en el que ha vivido y la voz que interroga y comunica; entre la ceguera y la indiferencia, y la mirada y la lucidez; entre la frialdad y el afecto; entre el bien y el mal; y entre la orfandad que ha caracterizado sus relaciones familiares y la recuperación de un sentido de paternidad. Miguel cruza la frontera real, y a hacerlo una y otra vez, también “se cruza”, deja una versión de sí mismo y se adentra en otra.

Al concluir las páginas de Aves del paraíso me ha surgido una reflexión, una invitación como lector, no sé si ha sido en todo o en parte su intención a la hora de escribirla.
La transformación que se opera en el personaje es un inicio, el punto de partida de una migración. Miguel levanta el vuelo. No sabe aún si conseguirá alcanzar su meta. Pero sabe ya cuál es esa meta y tiene por lo tanto una hoja de ruta precisa. Tiene además “plumas” nuevas, porque ha sido capaz de “mudar”, de dejar atrás sus actitudes pasadas. Y ya sabe que ese viaje va a ser muy largo y seguramente costoso, pero no le importa. Ha aprendido que las aves son capaces de hacer viajes mucho más largos, que algunas como el charrán ártico van cada año de un Polo a otro, “para aprovechar los dos veranos”. Miguel extrae de ahí su confianza, su esperanza.

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