Qué decir de… El reverendo

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Título original: First Reformed · Paul Schrader · USA · 2017 · Guión: Paul Schrader · Intérpretes: Ethan Hawke, Amanda Seyfried, Cedric Antonio Kyles, Michael Gaston…

Tanto en su faceta como director como en su más reconocida labor como guionista, la filmografía del norteamericano Paul Schrader ha explorado, a lo largo de las décadas, todos los rincones de la cultura de su país. Hay en su curriculum títulos muy discutibles y obras que forman parte de lo mejor de la historia del cinematógrafo (suyos son títulos tan memorables como Taxi driver, Toro salvaje, Mishima, American Gigolo oLa última tentación de Cristo). Creo que no nos equivocamos si afirmamos que El reverendo, su última producción tras la cámara, se encuentra entre estas últimas.

De El reverendo podemos alabar muchas cosas, empezando, como no, por el guion, en manos, de nuevo, del propio Schrader. Una pieza perfectamente urdida por este gran narrador cuyos límites consigue controlar de forma magistral, a pesar, incluso, de ciertas aparentes licencias o extravagancias. Aquí encontramos al reverendo Ernst Toller, un párroco cuarentón encargado de una pequeña congregación a quien la pérdida de su hijo en la guerra de Irak le atormenta. Un día, una de sus jóvenes feligresas le pide su ayuda ante un problema personal. Su marido, un activista ecologista de fuertes convicciones, tiene serias dudas sobre el nacimiento de su próximo hijo. ¿Es responsable traer un niño a un mundo que se está descomponiendo?, se pregunta. Toller trata de ayudar a la pareja convenciendo al futuro padre con sólidos argumentos. Sin embargo, las razones expuestas por el joven harán mella en su ya débil convicción.

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Las vicisitudes de este atormentado párroco le abren la puerta al director de Aflicciónpara abordar algunos asuntos de su interés. Schrader no deja títere con cabeza. Sus dardos apuntan, por supuesto, a un sistema que, en términos medioambientales, está dejando el mundo hecho unos zorros. La contaminación amenaza con acabar con el planeta. Contaminación del entorno físico que tendrá su continuidad en una contaminación moral, reflejada, por ejemplo, en la falta de principios de una iglesia más preocupada por sostener el negocio que de asumir responsabilidades como salvaguarda de la Creación. Corrupción, a su vez, de la economía, representada por un ambicioso empresario local con intereses en la industria energética que, (oh, pérfida casualidad), sostiene económicamente a la congregación religiosa mientras, de paso, intenta poner a raya, justificar, su propia mala conciencia. Contaminación, en definitiva, de una sociedad más interesada en guardar las apariencias que de afrontar los problemas que verdaderamente le afligen. Brillante, en este caso, la secuencia en la que el reverendo Toller (magnífico Ethan Hawke en uno de los mejores papeles de su carrera) debe dirigir un grupo de terapia. Lejos del pulpito y las melódicas voces del coro, cuando surgen los conflictos reales, éstos quedan sepultados bajo el brillo y la apariencia de felicidad que trata de transmitir los responsables últimos de la congregación. Frente al conformismo de la cúpula jerárquica, Toller ha deicidio comprometerse, mancharse las manos, asumir, hasta las últimas consecuencias racionales, el mandato divino.

Estos elementos de partida sirven a Schrader para trabar unos diálogos que muestran una de las plumas más inteligentes y perspicaces que, a día de hoy, discurren por el orbe cinematográfico (sí, ya sabemos que no ganará ningún Oscar). Los combates dialectos entre Toller y el joven Michael o el acomodado reverendo Jeffers son, simplemente, memorables. En el trasfondo, el suplicio de un alma que ya no encuentra entre sus semejantes un apoyo en el que poder sostenerse. Este es el verdadero drama del reverendo Toller. Acosado por la culpa y la duda, no pude mirar hacia otro lado.

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Pero quizá lo más bello de esta película se encuentra en la construcción de una estructura dramática que va más allá del realismo, jugando con elementos fantásticos con los que Schrader apuntala ese acento poético, simbólico, con el que impregna toda la cinta. Como comentábamos la semana pasada a propósito de Madame Hyde, ello confiere a la película ese aire de libertad creativa que rezuma en cada fotograma y que pasa de la pantalla al espectador. Esta mezcla de tonos (thriller, realismo social, fantástico) da como resultado un coctel muy sugerente. Puesto sobre la pista del conflicto principal, el espectador es arrastrado, así, de un extremo a otro, incapaz de anticipar por dónde avanzará el relato, feliz de ser manipulado (y, por una vez, el término no implica ningún valor peyorativo) con inteligencia y sensibilidad, como solo sucede en las grandes obras del cine. Schrader nos obliga a acompañar a su personaje, pegados a su piel como una sombra, y participar de sus dilemas, meternos en su mente para ser, así, cómplices de sus reflexiones, subidos a una noria emocional cuya llegada es difícil de predecir, pues es inesperada, incluso, para el propio Toller.

De nuevo, el guionista de piezas fundamentales como Taxi driverse demuestra un conocedor concienzudo de las entrañas del tiempo que estamos viviendo. Y no es en absoluto gratuita la referencia a la película que dirigiría Martin Scorsese. Como en aquella ocasión, Schrader demuestra tener un agudo olfato para captar la temperatura en la que se encuentra la sociedad de su país (y bien podríamos extenderlo a cualquier parte del oxidado occidente). Allí, Schrader y Scorsese tomaban aquella oscura ciudad de Nueva York como metáfora de la propia decrepitud de aquella segunda mitad de los años setenta, anticipo de la década de los ochenta que le seguiría. Una ciudad de calles malolientes donde la droga, la prostitución y, sobre todo, la violencia, campaban a sus anchas. Un mundo sin ley. Hoy las cosas han cambiado algo, pero no tanto como cabría de esperar.

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Como en Taxi driver, el país que retrata Schrader en El reverendose encuentra igual de perdido casi cuarenta años después. Y aunque ahora haya trasladado la acción a un modesto barrio residencial, los conflictos son muy similares. Las oportunidades están mal repartidas (o hay quien no tiene ninguna), y el único consuelo se encuentra al amparo de un sistema que, de nuevo, solo busca someternos. Y, al fondo de todo ello, como siempre, se encuentra la política. Taxi driverera el reflejo de un momento preciso, resultado de un drama que no había producido ningún beneficio plausible: la guerra de Vietnam. ¿De qué había servido tanto sacrificio? ¿Cuál era la ganancia de tanta muerte? Si a la Segunda Guerra Mundial siguió una época de prosperidad, Vietnam se saldó con un balance ampliamente negativo para el país. A la vuelta de la guerra, Travis, su protagonista, se encuentra perdido y desatendido.

Y la situación continúa. A la guerra de Vietnam siguió la primera guerra de Golfo, con su segunda parte, la tristemente famosa Guerra de Irak. Ambos conflictos asolan, de forma directa o indirecta, el alma del reverendo Toller. Hijo y nieto de militares, el párroco continúa la tradición familiar con funestas consecuencias. Así, El reverendo se convierte en el reflejo de toda una conciencia nacional. Un país que, como reflexiona Toller, se siente culpable frente a su historia reciente, pero que no quiere afrontar la responsabilidad de las decisiones tomadas. La próxima revolución, la próxima frontera de la resistencia ya no será contra un conflicto bélico, como les sucedió a las generaciones anteriores, sino contra las políticas desaprensivas que el gobierno y el sistema económico ha desatado contra la misma Naturaleza.

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El protagonista de El reverendotiene muchas similitudes con el Travis de Taxi Driver. Un hombre solitario, taciturno, que se mantiene al margen de la sociedad. Una sociedad a la que, en esa búsqueda de justicia, mira con absoluto desprecio. Toller, como Travis, busca su propia redención en la salvación de los desvalidos. En el camino, sin embargo, transita la senda de la desesperación y, por qué no, de la locura. Como en Travis, el pastor Toller tiene ya muy poco que perder. De nuevo la causa de una mujer será el objeto, la excusa, para sacar a pasear sus obsesiones.

Dejando a un lado el guion y cualquiera de sus posibles interpretaciones alternativas, el otro pilar en el que se apoya el último trabajo de Paul Schrader es una puesta en escena en apariencia sencilla, pero deslumbrante en su sutil complejidad. Mención especial se merece, en este caso, el trabajo del director de fotografía Alexander Dynan, responsable del anterior trabajo de Schrader, Como perros salvajes.Los juegos de luces y sombras de los interiores junto al sabio manejo de unos exteriores de los que Dynan sabe sacar rédito de forma intachable (ese cielo mortecino que cubre a la pequeña congregación), colaboran de forma magistral a apuntalar el tono de oscura melancolía que interesaba a la trama, reflejo de los hechos que acontecen, espejo de la profunda pesadumbre en la que nadan los personajes.

Pero, más allá de todo esto, está la precisión en la composición de los planos y el manejo del tiempo del que Paul Schrader hace gala en esta soberbia película. Schrader rueda en un precioso formato casi cuadrado, una decisión estética con la que ancla su relato a la altura del drama humano que nos quiere mostrar. Schrader fija la cámara al trípode y, salvo alguna ocasión, apenas deja que se mueva.  En el interior del encuadre, todo trascurre a un ritmo que parece como si sufriera algún tipo de retraso, como si el propio director se hubiera propuesto retenerlo de forma deliberada abriendo un pequeño espacio, un hueco, entre cada gesto, cada frase, entre un plano y el que le sigue. Cabría dejar constancia del hecho de que El reverendo no es una película de acciones rápidas y violentas, como muestra buena parte del cine de su director. Aquí el tiempo de la narración es el tiempo de la reflexión de su protagonista. Y cuando la cámara se mueve, al fin, del eje al que ha sido fijada, la cinta toca la esencia de ese Dios tras el cual andan al acecho, no solo este párroco afligido, sino, de alguna manera, todos los personajes. O mejor, aquello que de divino puede haber en lo humano: el amor. No se la pierdan. GERARDO LEÓN

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