Título original: The Whistlers · Corneliu Porumboiu · Rumanía · 2019 · Guion: Corneliu Porumboiu · Intérpretes: Vlad Ivanov, Catrinel Marlon, Rodica Lazar…
Título original: El agente topo · Maite Alberdi · Chile · 2020 · Guion: Maite Alberdi · Intérpretes: Sergio Chamy, Rómulo Aitken, Marta Olivares…
Hace ya algunas décadas que el cine rumano se puso en primera línea del panorama internacional. Certámenes de prestigio como Cannes o Berlín han aupado a directores como Cristian Mungiu (4 meses, 3 semanas, 2 días), Adina Pintilie (Touch me not), Cristi Puiu (Sieranevada) o Călin Peter Netzer (La mirada del hijo), nombres ya reconocidos entre el público y la crítica más exigentes. Cine, unas veces, de gran brillantez, otras quizá menos acertado, pero al que hay que reconocerle su fuerte apuesta por retratar la realidad de su país y su tiempo, así como su muy reseñable valentía a la hora de explorar nuevas fronteras de expresividad, prueba de que no hace falta grandes presupuestos ni estructuras industriales monstruosas para llegar a lo más alto. A esta lista hay que añadir también el nombre de Corneliu Porumboiu, sin duda uno de los referentes de esta nueva generación de realizadores.
La Gomera, última propuesta de Porumboiu, narra la historia de Cristi, un inspector de policía corrupto que, al margen de su trabajo, sirve como infiltrado a sueldo de un empresario relacionado con la mafia local. Los turbios negocios del empresario terminan por llevarlo a la cárcel, hecho que implicará a Cristi cuando la mafia recurra a él para preparar la fuga de su amigo y, con ello, recuperar el dinero que les estafó. Para cumplir con el plan, Cristi debe viajar hasta la isla que da título a la película (en la versión que se presenta en las salas españolas) para aprender una extraña lengua de signos: el silbo gomero. Allí, se encontrará de nuevo con la amante del empresario, también cómplice de este estrambótico proyecto, una seductora mujer de la que Cristi está enamorado y con la que, poco tiempo antes, mantuvo una efímera relación.
Con La Gomera, Porumboiu rescata todos los elementos del thriller más clásico. Tenemos el robo de un dinero cuyo escondite hay que descubrir, un hombre de negocios condenado por su avaricia, un mafioso que busca venganza (y recuperar su dinero), un policía corrupto y, como no, una mujer misteriosa de mirada intrigante por la que el héroe está dispuesto a sacrificar su vida. Sin embargo, donde el director rumano hace su mayor apuesta no es tanto en el uso de estos rudimentos del género, como en el tono que da a su película. Cine de construcción áspera, seca, Porumboiu se cuida poco de suavizar las transiciones entre escenas, no se entretiene en detalles y va directo al nudo de su historia. Todo ello, junto a una estructura que juega con dar constantes saltos en el tiempo, podrá desconcertar a más de un espectador. Sin embargo, este mecanismo que nos propone no es en absoluto gratuito.
Y es que este tono árido permite al realizador rumano recrearse en uno de sus recursos más preciados y explotados en su cine: el humor. En este sentido, no tiene que sorprendernos que la estrategia de promoción de la película nos remita a las películas de los hermanos Cohen como un referente que nos sirva para entender a qué nos estamos enfrentando. Como sucede en No es país para viejos, la cinta de Porumboiu cobra sentido y se proyecta en el contraste entre la actitud inexpresiva, casi hierática de sus personajes y las extrañas situaciones a las que se enfrentan. Ahora bien, esta aparente frialdad encierra algo más que un marco estético y nos invita a una reflexión de corte social y, diríamos, político bastante más profunda y que apunta directamente al corazón de la Rumanía natal del director. Cristi es un policía corrupto, pero no lo es solo por dinero, sino porque no tiene otra manera de salir adelante y escapar de la mediocridad y la miseria que le rodean. Su superior en el cuerpo se presenta, en cambio, como una mujer de ética inquebrantable, pero de sus actos y escasas líneas de diálogo tampoco se desprende una gran convicción a la hora de defender un sistema por el que parece que siente muy poco respeto. En La Gomera todo el mundo vigila a todo el mundo, si bien por encima de todos planea la presencia de un orden opresivo al que no le vemos el rostro, pero que, de alguna forma, actúa y del que nadie puede escapar, siquiera huyendo del país. Para hacerlo, Cristi debe resolver todos sus conflictos sin dejar ningún cabo suelto.
Pero allí donde la película de Porumboiu ha puesto los pilares de su andamiaje es donde encontramos también sus mayores desequilibrios. Como ya hemos comentado, La Gomera recurre a muchos de los clichés del género negro. Esto hace que, aparte de ciertas soluciones de guion más o menos ingeniosas que no desvelaremos para evitar el spoiler, el espectador encuentre muchas de las premisas de la película algo manidas. Poco aporta al desarrollo de esta historia la inclusión de ese elemento del silbo. Habrá quien encuentre en este recurso alguna lectura oculta, pero en lo que se refiere a la evolución de la trama queda como una anécdota casi caprichosa que poco aporta a su desarrollo. Cine, pues, de buena factura, arriesgado, con ideas, pero al que, en esta ocasión, le falta la profundidad de trabajos anteriores del propio Porumboiu, como, por ejemplo, El tesoro, su anterior largometraje y, de momento, techo de una filmografía todavía breve, pero sugerente y prometedora.
También dentro del género negro puede incluirse la última propuesta de la directora chilena Maite Alberdi. El agente topo cuenta el caso de una extraña investigación. Una mujer busca los servicios de un detective para que indague en el trato que está recibiendo su madre en la residencia en la que se encuentra ingresada. La mujer sospecha que su madre está siendo mal atendida por los empleados de la institución, que le roban sus escasas posesiones y le procuran unos cuidados deficientes. Para llevar adelante sus pesquisas, el detective contrata, a su vez, a un octogenario que se infiltrará en la residencia como un interno más.
El agente topo arranca como un relato de ficción. Lo hace tanto por la manera de plantear las escenas, como por el hecho de que detrás de las imágenes que vemos en pantalla hay un guion escrito y, de alguna forma, unos actores que interpretan a personajes. Pero, a partir de cierto momento, la película cambia de formato para convertirse en una pieza híbrida que bebe de distintas fuentes. Así, según nuestro topo se va relacionando con el resto de residentes del geriátrico, la película se abre a una forma más propia del documental. Todo ello, sin llegar a perder del todo esa apariencia de ficción, especialmente en las secuencias en las que el topo redacta los informes que pasa al detective que lo ha contratado. En esa confrontación o choque estético de géneros es donde surge la verdad que Maite Alberdi quiere que presenciemos.
Tras la presentación de la situación inicial, la película de Alberdi se despliega en un doble camino. Por un lado, El agente topo aparece como un retrato íntimo de la vida cotidiana de esta residencia de ancianos. Alberdi se introduce en uno de esos espacios de los que tanto se habla en los medios de comunicación, pero del que conocemos muy poco. ¿Qué sucede tras los muros de este tipo de centros? Por otro lado, la película de Alberdi se abre como un relato de espías de bajo presupuesto. Como en cualquier historia del género, Sergio busca pruebas del delito que, en teoría, han cometido las empleadas de la residencia. De nuevo, como pasaba en la cinta de Corneliu Porumboiu, estos elementos sirven a la directora chilena para introducir en su propuesta el humor, clave para su desarrollo y en el que se apoya con inteligencia a fin de rebajar el tono de la película que, así, aparece menos grave, lo que le permite marcar distancia, a la vez, de cualquier tentación morbosa en la que podría haber caído.
Sentadas las premisas, El agente topo se va desarrollando como una historia de una gran humanidad. Sergio y Alberdi van tomando contacto con las residentes que, poco a poco, se van convirtiendo así en nuevos personajes de la trama. Una de las mujeres padece un alzhéimer que la ha devuelto a su infancia. Otra sufre de ausencias que le impiden recordar lo que hizo el día anterior. Muchas sufren, como poco, fuertes dolores físicos o las lógicas limitaciones que corresponden a su edad avanzada. En uno de los momentos más tiernos de la película, una de estas mujeres le expresa al topo su intención de casarse con él. Y en mitad de este ir y venir o dejar pasar la vida, las empleadas de la residencia tratan de hacerles su estancia lo más confortable posible. Al final de la jornada, sin embargo, quedan las rejas de la puerta principal tras la cuales están atrapados los internos.
¿Qué queda al final de la vida?, nos preguntamos. En una de las secuencias más desgarradoras de esta película, Sergio conversa con una de sus nuevas compañeras. Olvidada la presencia de la cámara, ambos ancianos comparten intimidades. La mujer le hace a Sergio un somero resumen de su vida en la que tuvo cuatro hijos por los que, dice, luchó para garantizarles un buen porvenir. Hijos que ella siempre consideró que eran su mayor tesoro, especialmente de cara a esta última etapa en la que, con toda seguridad, necesitaría de su ayuda y su compañía. Sin embargo, llegado el momento de recoger el fruto de tanto esfuerzo, descubre que no tiene nada. “Es cruel esta vida, después de todo”, dice la mujer con franca resignación. Una palabra sobrevuela las imágenes como ave de mal agüero. Soledad. Este es el verdadero misterio que debe descubrir el detective.
Maite Alberdi ha creado una obra que se mueve con destreza entre dos extremos tocados por la tragedia, a un lado, y la comedia, en el otro. Su mensaje es claramente alarmante, pero el tono que emplea nos aleja de caer en la desesperanza. Una obra que nos sacude por dentro sin apelar a bajos instintos ni discursos banales. Ante nosotros, la realidad, pura, cruda, descarnada, muy humana. Estamos ante una de las películas más conmovedoras que se han podido ver en una sala de cine en lo que llevamos de año. Un trabajo exquisito. GERARDO LEÓN
