Cabanyal any zero

Título original: Cabanyal any zero · Frédérique Pressmann · España · 2018 · Guión: Frédérique Pressm · Documental.

Se estrena esta semana la producción valenciana Cabanyal any zero, largometraje documental dirigido por la realizadora de origen francés Frédérique Pressmann y producido por las valencianas DACSA Produccions y entre2prises en torno a un tema que, durante un tiempo, mantuvo en vilo la confrontación política en nuestra ciudad. Se podrá ver también el miércoles 22/5 a las 20.30h. en los Cines Babel.

Arranca este trabajo antes de las elecciones municipales del año 2015 en las que el Partido Popular, dirigido por la entonces alcaldesa Rita Barberá, perdería la alcaldía de Valencia tras más de veinte años al frente de la misma. Para parte de los habitantes del barrio marítimo del Cabañal, en aquellas elecciones se jugaba la posible continuidad de un proyecto al que se habían opuesto de manera descarnada: la ampliación de la Avenida de Blasco Ibañez en una gran vía que llegaría hasta la playa partiendo el barrio por la mitad y derribando, por el camino, buena parte de las viviendas que lo configuran, muchas de ellas centenarias. Según los residentes, el proyecto del ayuntamiento primaba los intereses especulativos sobre la convivencia de un barrio habitado por familias que, en algunos casos, llevaban allí generaciones, con la ambición encubierta de destruir su tejido social y, sobre todo, de clase. Por aquellos tiempos, un aspirante Joan Ribó se acercaba al barrio en plena campaña electoral para alabar su admirable resistencia frente a un ayuntamiento que había consentido y promovido su lenta degradación física y, podríamos decir, espiritual. Las elecciones provocaban el esperado cambio político y el plan de ampliación de la avenida quedaba suspendido. Fin de la historia. ¿Victoria? Ni mucho menos. Aquello solo era el comienzo de una nueva etapa.

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Frédérique Pressmann ha querido construir un relato íntimo de una comunidad que entiende que se encuentra en permanente estado de asedio. Para ello escoge a una serie de personajes como representantes de esas sensibilidades que pone en juego y a los que ha seguido durante los tres años que la propia realizadora residió en el barrio para su investigación, ofreciéndoles su cámara como trampolín para expresar sus sentimientos y reivindicaciones. Y es quizá en este punto, el de servir de plataforma, de altavoz de esas demandas de donde surgen algunos de los problemas que atesora este trabajo. Y es que la realizadora adopta una posición más de activista que de pura cineasta, una deuda que queda plasmada en una pieza lastrada por un excesivo metraje, fruto quizá del cuidado o el afecto personal que Pressmann demuestra hacia sus personajes y sus demandas. Este hecho hace que la película caiga en una cierta reiteración, marcada por las constantes idas y venidas hacia uno u otro de estos personajes sin aportar con ello mayor información al debate que propone, como si por momentos estuviera pensando más en satisfacer sus expectativas que en las de un observador objetivo y ajeno a los conflictos que trata de exponer. De esta forma, Pressmann acaba embarrando una estructura que, adecuadamente depurada en la sala de montaje, podría funcionar mucho mejor, centrando un discurso que se nos escapa como espectadores y cuyo sentido no llegamos a concretar hasta que acaba la cinta, cuando por fin podremos atar todas las piezas que parece que nos escatiman sin otra intención que la de alargar el espectáculo. Hay así en Cabanyal any zero varios documentales en uno, según el momento en el que hubiéramos detenido el relato, y uno siente que se encuentra varias veces ante un climax que no parece llegar nunca, afectando con ello nuestra implicación emocional, que se va desgastando según transcurre el tiempo.

No ayuda mucho a la visualización de esta cinta una cámara que en algunas secuencias parece que no acaba de acertar con la composición, especialmente durante algunas de las entrevistas que salpican su desarrollo. Pressmann, con el probable deseo de captar la cara más íntima de sus personajes, trata de que su cámara sea una presencia lo más discreta posible. Pero esa intención de clandestinidad perturba unos encuadres que quedan, así, descompensados, entorpeciendo su visionado, lo cual, si tenemos en cuenta que en ocasiones se trata de largas intervenciones, acaba por fatigar un ojo que se siente atrapado ante la tensión de apartar los obstáculos que la propia imagen le impone. Una realización que, finalmente, se agarra a una estética y estructura que no encaja bien en una pantalla de cine, al desvelar una pieza que concebida claramente para la televisión.

Sin embargo, a pesar de estos problemas, Cabanyal any zero contiene algunas virtudes que conviene reseñar. La primera de ellas hace referencia a algo muy poco común en nuestra producción audiovisual, la nacional en general, pero muy concretamente en lo que se refiere a la producción valenciana, generalmente sujeta a ciertos posicionamientos políticos. Se llama imparcialidad. Imparcialidad que aplica, en primer lugar, hacia sus propios personajes, de los que no duda en extraer sus contradicciones. Especialmente significativos son los momentos en los que la realizadora confronta sus posiciones políticas e ideológicas con ciertos problemas de orden étnico que afectan a la convivencia del barrio y que la directora no elude. Hay otras cuestiones, pero este no es el espacio para hacer inventario de ello.

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Pero imparcialidad, sobre todo, en lo que se refiere al desarrollo del contexto en el que este conflicto se ha venido desarrollando durante la pasada legislatura. Tras las elecciones de aquel lejano 2015, se abría la esperanza para los habitantes del barrio. Con el nuevo consistorio, aparentemente sensible a sus reivindicaciones, todo quedaría definitivamente resuelto. O al menos eso es lo que pensaron sus residentes. Después muchas e inexplicables demoras, los planes del nuevo ayuntamiento se centrarían en algunas obras de mantenimiento y la recuperación del trazado de las calles para, una vez bloqueado definitivamente el proceso de construcción de la avenida proyectada por el gobierno anterior, dejar que el sistema actuara a sus anchas. Adquisición de solares para la construcción de nuevas viviendas (presumiblemente de lujo), compra de pisos y casas con fines abiertamente especulativos, la llegada del turismo de playa y restauración y de nuevos habitantes con una mayor capacidad adquisitiva… lentamente las garras del capitalismo se ciernen hoy sobre el barrio, desplazando a muchos de los viejos habitantes y activistas que quedarían fuera del juego por acción de la mano invisible del aumento de unas rentas que, poco a poco, se van escapando a sus posibilidades. El plan de ampliación de la avenida quedaba paralizado, pero el fondo de la operación seguía siendo el mismo. Solo cambiada la cara.

Derivado de este hecho, Cabanyal any zero pone en evidencia, quizá de manera involuntaria, uno de los mayores errores en los que suelen caer ciertos colectivos sociales: la ingenuidad de que, apoyando a los políticos de turno, sus problemas serán ampliamente atendidos en el sentido y condiciones que ellos desean. Es aquí cuando el documental se vuelve doblemente trágico, al mostrar la impotencia de esos mismos actores ante un proceso frente al cual ya no saben cómo reaccionar y, al contrario, parece que se sienten desarmados. Unos agentes que ya no saben responder ante el desconcierto que implica cuestionarse si han sido protagonistas de una lucha heroica y victoriosa o víctimas de una impúdica manipulación. Pero así es la política, señores. Especialmente destacable resulta la secuencia en la que un Ribó ya en la alcaldía se reúne de nuevo con los mismos activistas y vecinos que una vez alagó, para decirles que las nuevas condiciones son resultado de un proceso frente al cual no puede hacer nada. No se pueden poner puertas al campo, afirma el alcalde ante unos vecinos que parecen cohibidos y desconcertados.

En medio de todo este barullo de voces en ocasiones inconexas, Frédérique Pressmann nos regala destellos brillantes de aquello a lo que todo buen documentalista aspira o debería aspirar: la verdad. Frente a la casa casi en ruinas que perteneció a sus padres, una de las mujeres protagonistas de su película admira desde la calle su rehabilitación. Tras muchas discusiones con su familia y la adecuada consulta con los bancos, al final han decidido venderla, incapaces de afrontar los gastos de la operación de reforma necesarias para hacerla de nuevo habitable. La casa ha sobrevivido a la guerra, pero ya no estará en sus manos. La mujer habla a cámara tratando de convencernos de la alegría que le supone ver la casa de sus padres aún en pie. El tono de su intervención, la rigidez que muestra su rostro, da cuenta, sin embargo, de su derrota. Una lección brutal. GERARDO LEÓN

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